Playas de agosto
El verano era lírica, hoy es épica. Hasta no hace muchos años, con el estío descansaban las noticias dramáticas y surgían las apacibles. Reaparecían las crónicas de la jet en la costa, los reportajes sobre la familia real en las consabidas jornadas náuticas y las aburridas vacaciones de los políticos.
Incluso resucitaba sobre las aguas el monstruo del lago Ness para llenar unos periódicos vacíos de asuntos de mayor interés.
Agosto era simpático, epidérmico y festivo; un paréntesis sin política y sin corbatas; un interludio que favorecía el desorden y la bacanal; un lapsus de tiempo privado, despreocupado e inocuo. Era el tiempo de la arena, la paella y los helados. Se disfrutaba como treinta y un domingos seguidos. Sin embargo, ahora es un mes como los otros once: político e ideológico, con tensión y sin reposo; más acalorado que caluroso.
Con un Parlamento que constituir, con un Gobierno que formar, con líneas rojas y listas negras, con amenazas e improperios, ¿quién se acuerda ya de aquellos veranos azules del chiringuito y las chancletas? Agosto era la patria de los viajeros, pero lo están colonizando los vocingleros. Antes era mes vacacional; ahora es un tiempo ganado para grandes batallas. En el pasado olía a bronceador y pescadito frito; en el presente es, como el resto del año, un tiempo perfumado de metralla.
Es cierto que agosto siempre nos trae el mar. Claro que antes era en relajantes playas de hamaca y sombrilla; ahora en otras que casi semejan las de Normandía en 1944.
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