Por
  • Ana Muñoz

Un punto azul pálido

Un punto azul pálido
Un punto azul pálido
Pixabay

Leo un artículo de Jorge Riechmann en el que matiza algunas de las cuestiones que su amigo Emilio Santiago Muíño desarrolla en ‘Contra el mito del colapso ecológico’. En estos días post y preelectorales, y a propósito de las primeras medidas anunciadas por ciertos pactos, otras fuerzas han insistido en que debemos nombrar las cosas para que existan. 

Pero claro, hay que hacerlo sin engaños ni reclamos editoriales. En ese sentido, las decisiones lingüísticas tienen consecuencias morales y la comunicación (política) del colapso ecológico, si se desvía del rigor, equivale al negacionismo más negligente y obsceno. Aceptar la tragedia del ecocidio, que en cualquier caso lleva décadas presagiándose, supone dejar a un lado los apoyaderos de la fe y asumir lo que algunos han denominado la ‘Gran Prueba’. Riechmann advierte de los riesgos de que prevalezcan los enfoques reduccionistas, de todo tipo, por encima del ‘sistémico y multidimensional’: el holismo no es perfecto, aunque sí preferible al neoliberalismo y al áspero individualismo de nuestra era. Por ello, en paralelo al debate entre los ecologistas, asisto con dolor y perplejidad a la barbarie que esos pactos pretenden perpetrar. A la cuestión de las macrogranjas o las renovables, se suma ahora la iniciativa de desmantelar los carriles bici en varias ciudades, puesto que atentan contra la "libre circulación de los coches". Mientras sigamos gestionando la crisis con el arma, ridícula y trasnochada, de la insolencia y la desfachatez, estamos condenados a la catástrofe. Y sería legítimo llegar a sentir miedo. Pero no vergüenza.

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