Por
  • Octavio Gómez Milián

Centro centrado

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Centro centrado
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Gana el discurso frente a los datos, solo importan los colores. Negro y blanco, rojo y azul. Algo tiene de ternura infantil, de tercera España, el mezclar con témperas buscando un espacio jacobino y redundante de convivencia. 

Pero ante eso saltarán los que se dicen apátridas, pero solo de una única patria, la mía. España es una tierra de milagros, siempre dispuesta a creer lo que no ve, incapaz de asumir que lo sobrenatural se produce naturalmente y que el partido de gobierno no cree en el país que gobierna. España es un rompecabezas irresoluble porque las piezas están tan mordisqueadas que es imposible hacerlas encajar. Cada 22 de abril me encuentro en la tesitura de escribir una relajante columna sobre literatura o conseguir que algún atribulado conocido deje de hablarme por mofarme de la semana posterior a la celebración del Xanadú republicano. El pueblo español sigue considerando la democracia como una sucesión de fiestas mayores y, por eso, España es socialista hasta que el chicle se rompe y toca que vuelva la derecha. Mientras el socialismo ha sido un expurgo festivo de pólvora real hemos llevado este turnismo postmoderno con resignación, pero ahora, uno se imagina a Manuel Azaña silbando el Himno de Riego antes de recibir un esputo de un risueño filoetarra. Borre esto, por favor, del diario de sesiones. Estaré en Soria, analgésica exaltación del aragonesismo de extrarradio, caminando siempre hacia el abismo de la extinción identitaria. Solidarios y prudentes, soportamos el apedreamiento centralista, deseoso de contentar a los niños malos del patio.

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