Recuerdo de Antonio Motos

Trofeo del premio Antonio Mompeón Motos de Periodismo.
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Heraldo.es

Este diario raramente dedica su primera plana íntegra a una esquela. Lo hizo hace un siglo, el 1 de abril de 1923, para comunicar la muerte de Antonio Motos. Su fortaleza física no pudo, finalmente, con un morbo contraído en Filipinas ocho lustros atrás. Su muerte fue de tan pesada digestión que el consejo de administración de la empresa tardó tres años en reasentarse: en 1926 se abrió la brillante fase dirigida por Antonio Mompeón Motos, su sobrino, que supo sacar provecho de la solidez empresarial que sus dos tíos, Antonio y el apenas conocido Juan, habían conferido a Heraldo. Este, discreto y poco amigo del ruido, armó el andamiaje administrativo, contable y laboral de la empresa, que quedó revestido de solidez duradera y de preocupación por la dignidad de los emolumentos y derechos de los empleados. Aunque puede decirse que su recuerdo está casi desvanecido.

El 2 de noviembre de 1896, el borjano Antonio Motos formalizó su compra del diario al oscense Luis Montestruc, que lo había fundado poco antes –el 20 de septiembre de 1895 apareció el número 1–, porque este, casi moribundo, se lo pidió. Motos quería de veras a su amigo. En delicada deferencia, mantuvo su nombre como director en la mancheta del periódico hasta que Luis expiró.

Heraldo no era un negocio, propiamente hablando. Más bien un impulso, promovido por un joven republicano desengañado, que pugnaba por dotar a su tierra de un medio de información y de opinión que estuviera libre de ataduras con los líderes y los partidos políticos. Pero, a la muerte de su fundador, Heraldo de Aragón no pasaba de ser un intento recién alumbrado con más voluntad que medios y de incierto porvenir. Carecía de una verdadera plantilla fija que mereciese tal nombre. No tenía local propio ni tampoco maquinaria. A partir de estas carencias es como ha de enjuiciarse la obra de Antonio Motos. Con mucha dedicación y perspicacia se las arregló para dotar al joven diario de todo lo preciso para subsistir con decoro sin tener que recurrir a ayudas interesadas. Lo hizo a base, por descontado, de tesón; y, también, de una infrecuente mezcla de vis periodística y de talento empresarial, una doble e interesante dote que legaría a su sobrino y sucesor y que infundiría carácter al perfil profesional de Heraldo. En adelante no fue raro, hasta el año 2000 –llegaba un nuevo siglo–, que la propiedad, la gestión empresarial y la dirección editorial estuviesen muy estrechamente unidas e incluso confluyesen en una sola mano.

Valenzuela retrata a Motos

En cierto momento, Motos opta por dejar la dirección del periódico. Lo reclaman en la vida política, acepta el reto y entiende que no debe mantener el timón del diario. Dos directores de éxito tomarán sucesivamente su relevo, poca duda cabe de que designados o propuestos por él: Darío Pérez y José Valenzuela La Rosa. Pérez, de pluma enérgica, dirigía una pequeña publicación en su Calatayud natal y, tras su trabajo en Heraldo, aceptó dirigir ‘El Liberal’ de Barcelona. Tras un breve lapso, llega Valenzuela –abogado, como Motos–, en 1906.

Recordó unos años después sus comienzos en la redacción, jovenzuelo, recién empezado el siglo XX. Decía de Motos que había visto mucho mundo –y no solamente por su servicio administrativo en las Filipinas españolas–, a lo que añadía estar particularmente bien informado sobre Aragón y sus entresijos: unía dos visiones bien enfocadas: la general y la regional.

«Al ingresar yo en el periódico contaba Motos con un cuadro de redactores fijos muy limitado, pero que cumplían muy bien, con mucho entusiasmo y un interés verdaderamente ejemplar: Filomeno Mayayo, que llenaba cuartillas sin descanso en su fatigosa tarea de dar forma y contenido a las conferencias telefónicas; Andrés Gay, un maestro que escribía con asombrosa facilidad y un ingenio inagotable; Salvador Martón, que hilvanaba sus reportajes al vuelo; Francisco Galiay, del Cuerpo Jurídico Militar, que lanzaba las iniciativas más audaces; Antonio Mompeón Motos, el benjamín de la casa, que hacía sus primeras armas como redactor del periódico y como corresponsal de la prensa de Madrid; y Darío Pérez, que enviaba sus crónicas de prosa gongorina».

Un buen retrato, y de primera mano, hecho por un empleado y sucesor suyo muy instruido y con buen criterio. Que continúa así: «Motos sabía imponer su autoridad y se le respetaba, no sólo por su condición de propietario de la empresa, sino por su indiscutible capacidad y conocimiento del oficio (...) Pocas veces escribía, pero, cuando tenía que hacerlo, sus cuartillas eran un modelo de claridad en el concepto y de galanura en el decir. Para nosotros, muy jóvenes todos, era Motos un patriarca y apenas contaba entonces cuarenta años».

En política fue diputado provincial, diputado a Cortes y senador, pero no metió en esas danzas a su diario. Qué bien hizo.

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