Por
  • Juan Domínguez Lasierra

De los sueños propios

Julio José Ordovás publica 'El peatón sentimental' (Xordica).
Julio José Ordovás 
Oliver Duch.

Cuenta JJ que Jean-Paul Sartre, cuando se enteró de que le habían concedido el premio Nobel, comentó: "Yo no cambio una entrevista por un plato de lentejas". Y escribe nuestro JJ que, siendo jovencito, cuando decidió que quería ser escritor, sin saber lo que eso significaba, pensó que si le daban el Nobel lo rechazaría, igual que el autor francés, con esa frase de resonancias bíblicas.

JJ, o sea, Julio José Ordovás, en ‘Castigado sin dibujos’ (Xordica, 2023), libro tan autobiográfico, nos habla de su pueblo, de su familia, especialmente de sus abuelos, de sus ilusiones de niño y de sus decepciones de adulto. JJ, al contrario de François Mauriac, no había nacido entre libros, pero los buscaba, pensando en la posibilidad de escapar de su destino, predestinado a trabajar en el campo, "un campo que los dioses gobernaban con odio", escribe. Y se agarraba a las novelas de aventuras, seguramente juliovernescas, como si fueran pequeñas tablas de salvación.

No le han salvado, pese a sus formidables escritos, que han merecido notables traducciones y comentarios, y sigue siendo un hombre de campo… en la ciudad, de la que es peatón incansable. La ‘apatrulla’ como un poseso, sin que nada se escape al escrupuloso escalpelo de su bisturí.

Dice Julio José que un acontecimiento luctuoso le despertó, de una vez y para siempre, del sueño de ser niño. Pero creo que JJ se confunde, porque su corazón sigue viviendo en la infancia, como Goya, como el azul de los cielos de Goya, sin borrones y sin tachaduras. Sobre todo desde que es padre, ¡ay, ese Gabriel de sus entretelas, que descubre en los ojos de su hijo el reflejo de su infancia propia! Eso sí, al contrario de Goya, con borrones y tachaduras, que son las que humanizan nuestra existencia, ya desde el origen de la civilización. Y es que la memoria es muy tramposa, y muy fantasiosa y muy puñetera, como dice el autor, justificando tal vez sus contradicciones.

En ‘El fin de los cuentos’, uno de los fragmentos de esta novela fraccionada, se desnuda literariamente JJ al confesarse con el niño que fue. Repasa sus lecturas juveniles, la idiosincrasia de sus personajes míticos, de sus héroes de pacotilla o no, y considera que todo este legado es un regalo, el mejor regalo, que el futuro adulto hizo al niño que fue. Ni lo ha traicionado, ni ha claudicado. Se trasparenta la emoción, el sentimiento, él que no es nada sentimental, o eso afirma.

JJ dice que la mejor manera de descubrir una ciudad (española) es recorrer sus bares. Su infancia, llega a decir, son recuerdos de bares. Machadianamente exagera, aunque hace una como genealogía de bares, de pueblo, de carretera, de ciudad. Aunque sean los de carretera los que más le seducen, por su mayor morbo y tradición literaria. Ordovás se despide con una charanga, y se va del libro subiéndose a la furgoneta de una ácrata banda de músicos, que pueden ir a cualquier parte. Uno vive y los otros sueñan su vida, decía Albert Camus. JJ sueña la vida de los otros, que es su propio sueño.

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