Sumisión digital

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Sumisión digital
Heraldo

Descubrí la obra de Paul Virilio (1932-2018) por casualidad investigando la relación entre tecnología, progreso y sociedad. Leí la tercera edición, impresa en 2005, de ‘El Cibermundo, la política de lo peor’, donde se publicaba la entrevista con Philippe Petit en la colección Teorema de la editorial Cátedra. 

Después, disfruté viendo ‘Penser la vitesse’, es decir, pensar la velocidad. Documental de otra época, dirigido por Stéphane Paoli (2008), que sigue estando disponible en internet en varios repositorios.

Tirando del hilo, continué con ‘La bombe informatique’ (1998) y ‘Vitesse et politique’ (1977). Y cuando pueda, seguiré leyendo su abundante obra porque aporta una manera original de pensar. Su obsesión por la guerra –de hecho, se definía como un ‘war baby’, niño de la guerra– y su fijación por la velocidad y el poder, por el progreso y la catástrofe aportan una mirada diferente. Permite entender asuntos cotidianos de otro modo. Seguro que nos ayudaría a interpretar la invasión de Ucrania por Putin como parte de la cara oculta del progreso y de la visión beatífica de la globalización. Y también contribuiría a revisar los efectos de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en la vida cotidiana con la perversión soterrada que estamos alimentando.

Todas las tecnologías, aunque contribuyen al bienestar de la sociedad, tienen también su lado sombrío

La generalización de las TIC, es decir, internet, redes por cable y por wifi, teléfonos fijos y móviles, computadoras, ‘software’, videoconferencias, redes sociales, etc., ha multiplicado las formas de intercambio y comunicación, haciendo posible almacenar, acceder, transmitir, recuperar y manipular la información digitalmente. Estamos metidos de hoz y coz en la sociedad digital, con todo lo que significa y en buena medida no vemos. Las condiciones básicas para articular la sociedad digital se producen, precisamente, cuando es posible conectar bien un ordenador de sobremesa, un portátil o un teléfono móvil con acceso a datos a una red de comunicaciones. Y en esto Virilio anticipaba unos cuantos problemas, entre ellos el accidente total.

De las ideas de Virilio merece la pena recuperar su crítica contundente al progreso tecnológico como forma de despertar a los procesos políticos de sumisión y alienación que acarrean. Respondía a Petit diciendo: "Sin libertad de denuncia no hay elogio halagador […] Pero sin libertad para criticar la técnica, tampoco hay ‘progreso técnico’, sino un condicionamiento solamente... y cuando este condicionamiento es cibernético, como se da el caso hoy en día con las nuevas tecnologías, la amenaza es considerable". Le preocupaba la dimensión totalitaria de las tecnologías, el lado negativo del progreso que nos hace ‘progresar’ sometidos a dinámicas políticas perversas y, cabe decir, uniformizantes.

Para Paul Virilio toda tecnología tiene su accidente. Decía: "El tema del accidente no deja de obsesionarme. El accidente es un milagro al revés, un milagro laico, un revelador. Inventar el barco es inventar el naufragio; inventar el avión es inventar el accidente aéreo; inventar la electricidad es inventar la electrocución... Cada tecnología lleva consigo su propia negatividad que aparece al mismo tiempo que el progreso técnico". Esto tiene su eco en la digitalización.

Lo mismo ocurre con la digitalización, que se ha vuelto omnipresente e indispensable, pero encierra amenazas que no debemos ignorar

Una manera de entender el fenómeno de la digitalización es considerando el conjunto de relaciones, estructuras y elementos que intervienen en la asunción de las TIC en cualquier aspecto de la vida. La digitalización ha venido para quedarse y, del mismo modo que soluciona algunos asuntos cotidianos, genera nuevos problemas, nuevas víctimas y zonas de exclusión. Por ejemplo, los teléfonos móviles están en todas partes. Tanto en su versión básica como en la más avanzada, los llamados ‘smartphones’, son herramienta clave en la digitalización de la sociedad. A la vez, símbolo y marcador de estatus, de nivel de renta y de poder adquisitivo. Simplifican procesos y complican la vida. Facilitan las comunicaciones, pero impiden la comunicación. Abren mundos y miles de pantallas, mientras crean nuevas adicciones y soledades. Son pieza clave de la digitalización de nuestra sociedad, pero no va bien si cada vez nos hace más sumisos y nos somete sin paliativos ni vaselina… eso sí, con cita previa. Hay más, seguiremos.

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