Las viejas calles de Zaragoza

En la plaza de Santa Marta hubo en tiempos un hospital.
En la plaza de Santa Marta hubo en tiempos un hospital.
Guillermo Mestre

Conocer las antiguas calles de Zaragoza es entender mejor la ciudad en la que vivimos y comprobar cómo la historia ha ido forjando muchas de las denominaciones de aquéllas.

 En el siglo XVIII hay dos libritos que se ocuparon de nuestras calles: ‘Zaragoza dividida en quatro quarteles, con ocho barrios cada uno’, de 1769, sin autor conocido, y ‘Noticia de las calles, plazas, conventos de religiosos y religiosas, parroquias posadas y puertas’, de Salvador Ybañes, impreso por Medardo Heras, pero sin que conste la fecha de edición, sabiéndose sólo por Palau que un apéndice a este libro se imprimió en 1795, por lo que ha de ser anterior a esa fecha. De ambas publicaciones la Tertulia Latassa de bibliófilos aragoneses del Ateneo de Zaragoza hizo sendas ediciones facsímiles en 1993 y 1990, respectivamente, por lo que no son de difícil consulta a pesar de la gran rareza de las ediciones originales. Muchas de las calles que en ellos se recogen siguen existiendo en la actualidad sin que hayan variado sus nombres en más de dos siglos y medio: Aguadores, San Andrés, Verónica, Violín, Cadena, Estébanes, Contamina, Santa Catalina, San Pablo, Torresecas, los Viejos, Añón…

En el siglo XIX se publicaron otros dos libros específicos sobre las calles de Zaragoza: ‘Descripción de las calles, plazas, plazuelas, puertas y paseos de la ciudad de Zaragoza’, que Agustín Peiró imprimió en 1863 y que, aunque aparece sin firmar, se debe al jurista y foralista Felipe Guillén y Carabantes, como hizo constar J. I. López Susín en su libro ‘Gente de leyes. El derecho aragonés y sus protagonistas’, de 2004; y el de Joaquín Tomeo y Benedicto, ‘Las calles de Zaragoza. Etimología histórica de sus nombres y breve relato de sus monumentos y tradiciones’, que salió de la imprenta de Vicente Andrés, en 1870, aunque tampoco figure la fecha en el libro. El librito de Guillén recoge las denominaciones antigua y moderna de las calles, por lo que sabemos que la calle Escuelas Pías fue la de Cedacería, la de Boggiero, Castellana, la de Verónica, China, la de Don Jaime I, Cuchillería, la de Ossau, de las Moscas, la de Pignatelli, Dama, la de Dormer, Colchoneros, la de Agustina de Aragón, Ancha de Barrio Curto, la de Luzán, Aljeceros, la de Manifestación, Arco de Toledo, o la de Heroísmo, Puerta Quemada; y que otras muchas nunca cambiaron de nombre: Predicadores, Pozo, Doncellas, Desengaño, Caballo, Fuenclara… Pero es un libro breve, de 70 páginas, en el que se describen las calles, con su entrada y salida, pero no se explican las razones por las que cada una lleva ese nombre y no otro.

El libro verdaderamente apasionante es el de Tomeo y Benedicto, un tratado de más de 400 páginas, en el que cada calle está estudiada históricamente y se explica el porqué de su denominación. Así, la calle de las Armas debe su nombre a que en ella estuvieron en el siglo XVI los talleres de espaderos, «célebres y dignos rivales de los madrileños y toledanos»; la voz de la calle de Broqueleros relata el famoso motín, y la del 4 de agosto la del combate de aquel día contra las tropas de Napoleón; y la de Estébanes recuerda que allí estuvo la casa solariega de la familia del mismo apellido y que antes se dividía en dos: las de la Lechuga y de la Flor. En la de Mateo Flandro, tras explicar que fue el impresor del ‘Manipulus Curatorum’, aclara que antiguamente se llamó calle de la Imprenta, por lo que probablemente allí estuviera el taller del que salió nuestro más famoso incunable; en la de Heroísmo, antes Puerta Quemada, sugiere que el nombre puede venir de las hogueras que junto a esa puerta hacía encender el Santo Oficio para arrojar a ellas a los reos sentenciados; en la de Ossau recuerda que se llamó de las Moscas, porque había muchas fruterías que en verano la convertían «en un hervidero de aquellos insectos»; y en la de la plaza Sas nos dice que en aquellos días se llamaba del Carbón, por venderse éste en ella, hasta que se trasladó su venta a la plaza de Salamero.

Y me ha gustado mucho saber que en la plaza de Santa Marta había un mercado de legumbres y antes un vetusto hospital bajo la advocación de Santa Marta; y haber aprendido por qué el primer tramo de la antigua y larguísima calle de Torre Nueva, que llegaba desde la plaza del Mercado hasta Don Jaime I y que hoy es la calle Méndez Núñez, se llamó anteriormente calle de las Botigas Hondas: porque allí se construyeron «las primitivas tiendas o ‘covachuelas’».

José Luis Melero es miembro de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión