Si cambiamos los libros...

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Pixabay

Si cambiamos los libros, dejan de ser testigos de su época". Lo dice Irene Vallejo, con sentido común aplastante. Que los editores ingleses de Roald Dalh, autor de los inolvidables Charlie y la fábrica de chocolate y Matilda, hayan decidido censurar su obra y cambiar las alusiones políticamente incorrectas es un despropósito.

A Matilda, el personaje de Dalh que lee a Dickens a espaldas de sus desastrosos padres, no le gustaría en absoluto. Ni tampoco a los pequeños lectores de su obra, que distinguen el contexto, y también aman las transgresiones. Enid Blyton no hubiera sido lo mismo si los niños protagonistas hubieran estado plácidamente en su casa, en lugar de andar solos por el mundo, sin padres conocidos, comiendo pastel de jengibre, bebiendo cerveza y metiéndose en líos con contrabandistas y piratas. Por eso es un alivio que los editores españoles de Dalh hayan decidido resistir a la censura y vayan a dejar las cosas como están. Los gordos seguirán siendo gordos, menos mal. El aluvión de críticas ha hecho rectificar a los editores ingleses, que van a volver a ofrecer las obras del autor en su versión original. Pero es preocupante pensar por dónde seguirán los inquisidores. ¿Por Julio Verne, misógino y en ocasiones tan supremacista que dedica un capítulo de Los Hijos del Capitán Grant a dilucidar si los aborígenes son hombres o monos? ¿Por Cervantes, a ratos feminista y a ratos machista? ¿Por Dickens y su malvado judío Fagín?

Si cambiamos los libros, dejan de ser testigos de su época, sí. 

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