Por
  • Katia Fach Gómez

¿La empatía salvará la democracia?

¿La empatía salvará la democracia?
¿La empatía salvará la democracia?
POL

El reciente discurso de acceso de Vargas Llosa a la Academia Francesa ha generado el siguiente titular, difundido por varios periódicos: "La novela salvará a la democracia o se hundirá con ella y desaparecerá". En su intervención, el escritor argumenta que "no hemos inventado hasta el momento nada mejor que la novela para mantener vivo el sueño de una sociedad mejor que aquella en la que vivimos".

La literatura es efectivamente un maravilloso elixir para los seres humanos. Gracias a los libros aprendemos, soñamos y maduramos. Bibliotecas y librerías son enclaves mágicos, en los que el tiempo todavía transcurre a una velocidad soportablemente humana. Ver la portada de un libro reflejada en los ardorosos ojos de tu hija es un buen indicio de que las semillas de tu esfuerzo están germinando. De la misma forma, ver que tu madre sigue leyendo con voracidad todos los días de su vida es una muestra clara de que siguen intactos los hilos invisibles que te unen a ella desde la infancia.

La empatía ilumina nuestras vidas gracias a las nobles iniciativas de nuestros
congéneres

Por todo ello, es difícil no coincidir con Vargas Llosa cuando muestra su desazón ante la posibilidad de que literatura y democracia se hundan y desaparezcan. En cambio, no tengo aún –y, sinceramente, lamento no tenerla– la certeza del escritor hispano-peruano en torno a que la literatura pueda salvar la democracia. Los caminos y salones por los que ha transitado este premio Nobel, marqués y pluri-académico son extremadamente privilegiados, por lo que sin duda posee una visión e intuición sobresalientes. En cambio, el día a día de muchos, entre los que me hallo, está mucho más vinculado a la intrahistoria, a esa tozuda realidad tan acertadamente bautizada por Unamuno. Tal vez por ello, cuando nado en esa intrahistoria y al mismo tiempo consigo abrir los ojos, lo que yo veo son otros referentes que luchan por proteger nuestros valores democráticos.

El pasado sábado asistí en Zaragoza a la gala del Día Internacional de la Lucha Contra el Cáncer Infantil organizada por Aspanoa. Entre los abundantes testimonios que te hacen reconciliarte con el género humano, cito aquí el de unos profesores del instituto Miguel Servet. Estos docentes se emplearon a fondo para ayudar a un estudiante que estaba recibiendo sesiones de quimioterapia. No es un hecho aislado encontrar en los servicios públicos a profesionales que se crecen ante las múltiples adversidades que genera un presupuesto menguante. Todos podemos poner nombre propio al personal sanitario que nos escucha y nos atiende, esforzándose al máximo para que no nos alcance el irremediable desmoronamiento de nuestra sanidad pública. Y qué decir de otros colectivos, como militares, policías y bomberos que, sin ir más lejos, ahora mismo están auxiliando a la población civil de Turquía y Siria…

¿Pero servirá la empatía para salvar la democracia? La opción contraria, el hundimiento y la desaparición de ambas, es una distopía demasiado difícil de digerir

La empatía, esa capacidad de identificarse con los sentimientos ajenos, es una chispa que alumbra nuestras vidas gracias a las nobles iniciativas de nuestros congéneres. En otros ámbitos como el familiar son también extremadamente abundantes los ejemplos de abuelos, padres o hijos que están haciendo lo imposible por ahorrarles a sus seres queridos las penalidades derivadas de la brutal subida de precios o de la pauperización de los servicios prestados por el sector privado. Ejemplos como estos no siempre consiguen titulares periodísticos, pero no por ello pierden su relevancia. De un tiempo a esta parte, da la impresión de que son los ciudadanos bienintencionados quienes se han echado a la espalda buena parte de los costes de mantenimiento de la democracia. Ahí estamos, cada vez más desfondados, poniéndole tiritas al Estado del bienestar; pequeños faros frente a un macro-engranaje político cada vez más oxidado.

Un escenario cuasi-distópico como el aquí perfilado da de sí para muchas novelas. Las que se escriben tomando conciencia de semejantes mimbres contemporáneos con frecuencia ilustran, inspiran y empoderan. La fusión de la historia invisible y visible es un recurso muy poderoso. El discurso de Vargas Llosa, sin embargo, me ha suscitado la duda de si quienes habitan la intrahistoria también confían en la novela para salvar a la democracia. En mi caso, si me lo permiten, no quiero perder de vista el poder de la empatía.

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