El horrible y triste código QR

El horrible y triste código QR
El horrible y triste código QR
Pixabay

Vas a un bar. Sobre la barra o la mesa de la terraza una a veces sucia y rozada pegatina conteniendo un signo cabalístico compuesto de cuadritos blancos y negros te acecha. Lo tiene todo ahí, te dice un camarero o una camarera displicente. Acerque el teléfono y tendrá la carta. No siempre es fácil; no siempre el pulso acierta. ¿Y si no tienes la aplicación? ¡Ah, estás perdido! Que se la ponga el nieto, te dicen. Y decides levantarte y te vas.

Es también muy triste que en ese pequeño ataúd de papel se contenga toda una oferta de bebidas, aperitivos y tapas que busca uno para un rato de ocio y diversión, una charla entretenida o un pequeño descanso en tu jornada de trabajo.

Y ahora vas a un restaurante, modesto o de postín. También ahí te encuentras de forma inexorable con el código QR de marras; podrías quedarte sin comer si no conoces la tecnología del invento. Han desaparecido las cartas, desde un simple papel hasta una lujosa carpeta conteniendo la oferta del local. Puedes recibir, incluso, una mirada despectiva del ‘maître’ que con aire de superioridad desprecia tu incompetencia digital. Ya no vas a comer a gusto; así que te levantas y te vas.

Muchos establecimientos de hostelería, a raíz de la pandemia, han decidido
prescindir por completo de las cartas y menús en papel o cartulina, remitiendo
en su lugar a los clientes a los ya omnipresentes códigos QR

Se ha impuesto en el mundo de la hostelería y la restauración el famoso código QR para desesperación de quienes prefieren repasar un folio de sencillo papel o una sofisticada cartulina impresa a todo color, incluso con fotos de los platos, en busca de tus preferencias. Subsiste no obstante, y creo que por poco tiempo, el camarero recitador que libreta y boli en mano te va diciendo el menú. Y hay casas que te ponen delante una ‘tablet’ en la que puedes ir contemplando imágenes sucesivas de los manjares que te pueden venir a la mesa. Una solución muy de agradecer, mucho menos incómoda que el dichoso código QR.

En los restaurantes y casas de comidas de Japón la técnica es distinta: en la entrada, en relieve, de plástico, a tamaño natural y a todo color puedes ver los platos de que dispone el local, de modo que basta señalar con el dedo para que el japonés de turno, sin mediar una sola palabra, comprenda enseguida cuál es la comanda que le encargas. La imaginación al poder.

De este asunto se ocupaba también la columna de gastronomía de uno de los últimos números de ‘XL Semanal’, la revista que acompaña los domingos a este diario. Llevaba por título ‘Arte, carta y QR’, y ponía de relieve cómo ha decaído el arte de las cartas que existió en otros tiempos hasta llegar a los actuales en que es desilusionante que te hagan sacar el teléfono para saber lo que hay hoy para comer.

Agradezco a los establecimientos hosteleros que mantienen alguna clase de cartas en papel ese favor que nos hacen a muchos, aunque coexistan con fórmulas más avanzadas y modernas como el QR; y pediría a don José Luis Yzuel, presidente de los hosteleros españoles, que animase a sus asociados a que no se olviden de las cartas de papel. Gracias, José Luis.

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