Historias de san Valero

Historias de san Valero
Historias de san Valero
Lola García

Es una invención que san Valero salvó la vida por ser tartamudo, pero así se explicaba que el juez romano mandó matar a su ayudante, el diácono san Vicente, y a él solo lo envió al destierro. El ardoroso Vicente fue, pues, mártir por hablar. 

El primero que explicó en HERALDO de dónde venía la creencia fue, salvo error, Juan Ramón Royo, director del Archivo Diocesano. Existió otro santo obispo Valero que hablaba mal el latín y esa dificultad suya de expresión oral saltó a la leyenda de su tocayo de Zaragoza, del que se ignora todo sobre su oratoria.

El otro Valero

El otro Valero, o Valerio –el nombre es el mismo– fue un obispo del África romana.

De él habló Posidio, un escritor del siglo V muy amigo personal de otro obispo de esa región, san Agustín de Hipona, al que incluso asistió en el lecho de muerte. Dice Posidio que en el cristianismo latino el obispo predicaba en su sede sin delegar esa tarea en nadie. Pero en el cristianismo griego no era rara esa delegación en otro clérigo. El Valerio africano, que era de origen griego (‘natura Graecus’), hablaba mal el latín (‘minus latina lingua instructus’) y por eso dejaba a su segundo de a bordo las predicaciones. Con el tiempo, este dato del Valero africano poco retórico se adjudicó sin prueba alguna al Valero zaragozano, por confusión o por conveniencia; el cual quedó como mal orador y Vicente como brillante sustituto. El que hablaba fue muerto y el que callaba, desterrado.

Posidio fue antaño muy leído y san Agustín cita a Vicente en sus sermones. De ahí pudo proceder el ‘qui pro quo’. Y a Vicente lo cantó Prudencio, gran cantor del primer cristianismo, pero nada dice de tartamudeces.

San Valero, 1833

San Valero es fiesta el 29 de enero en Zaragoza desde hace mucho. En el de 1833, hubo lluvia, frío, roscones y la rifa anual del ‘tocino de san Antón’, que se hacía en este día, por ser de más afluencia. La Seo ofició una gran liturgia, presidida por el arzobispo Bernardo Francés. Asistió el Ayuntamiento y dijo la homilía el canónigo Manuel Castejón, doctor maestrescuela (a cargo de los asuntos doctos), según contó Faustino Casamayor, en un diario, recién editado por C. Forcadell (‘Zaragoza, 1831-1833’, IFC-Comuniter, 2022).

En 1833 murieron dos zaragozanos notables: Ramón Cuéllar, 22 días antes de que, por san Valero, se interpretase su misa en la Seo; y 22 días después falleció Josefa Amar

Ramón Cuéllar

Se interpretó una misa del sacerdote, organista y compositor zaragozano Ramón Cuéllar Altarriba. Quizá porque se supo que había muerto en Galicia veintidós días antes. Compuso mucho (en la catedral de Huesca hay más de cien obras suyas), tuvo alguna fama en la corte de Fernando VII y ganó plaza en Oviedo. En el trienio liberal (1820-1823), fue favorable al cambio y los canónigos ovetenses, nada más restaurado el absolutismo, lo echaron por revolucionario. No lo era: mostró siempre respeto por Carlos IV y por Fernando VII. Pero la resaca del despotismo llegó con gran fuerza: baste recordar que, en esos años, el militar símbolo del liberalismo, Rafael del Riego, tras ser capitán general de Aragón, murió ahorcado (pena infamante), para dar un escarmiento.

Parece que Cuéllar cayó en una especie de angustia vital. Lo habían echado de una plaza ganada por oposición. Recurrió a los tribunales eclesiásticos, Rota incluida, y, como era de esperar, no le sirvió de nada. Firmó una plaza para la catedral de Santiago, pero no compareció a los ejercicios, posiblemente porque preveía el resultado. Tardó en remontar.

Un lustro después, en 1828, fue nombrado organista en Compostela y allí murió, con 55 años, solo veintidós días antes de la fiesta de san Valero de 1833 en la que sonó su misa. Tiene calleja, más que calle, paralela a Don Jaime I, que comunica la Seo con las de San Valero y del Cisne. Por allí anduvo el hombre, primero como infantico y, luego, como músico catedralicio. ¿Oiremos alguna vez aquella misa suya?

Josefa Amar

Si ese año de 1833 fue el primero en que Cuéllar no pudo festejar a san Valero, por haber muerto, fue también el último en que pudo hacerlo Josefa Amar, por igual causa. En efecto, el 20 de febrero siguiente esta aragonesa, que sirvió de ejemplo en España por su impecable defensa del valor intelectual de la mujer, murió en Zaragoza con ochenta y cuatro años recién cumplidos. Quienes hablan de ella sin leerla la creen una especie de revolucionaria feminista. No fue tal, sino mujer apegada a sus usos de clase, solo que instruida, razonadora y práctica.

El sabio jesuita Masdeu, autor de la enorme y debatida ‘Historia crítica de España y de la cultura española’, dijo de ella que era admiración de todos por sus saberes; e Ignacio Jordán de Asso la calificó justamente de "ornamento de su patria". De la grande y de la chica.

Hoy hace 190 años del último san Valero que Josefa pudo ver.

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