Otro año

Otro año
Otro año
Heraldo

En un par de días termina 2022. 

Con el cambio de mes, comenzará otro enero y con su primer día el nuevo 2023. Es lo que hay. Sin sorpresas, así es el calendario. Un día tras otro hasta llegar a los 365 dentro de 12 meses, salvo la excepción de los bisiestos. En cualquier caso, mientras no cambie nuestra manera de contar la sucesión de noches y días, seguiremos en esta rutina. Es una forma de simplificar y ordenar la vida. Sirve tanto para anticipar lo que está por venir como para clasificar lo que ya fue.

Cuantos más años se acumulan se presupone mayor perspectiva, que no mejor, pues no necesariamente el simple paso del tiempo aporta más conocimiento. Aunque eso sí, con los años se incrementan el número de disgustos y alegrías, por eso es más probable que la respuesta de un niño tenga menos miga que la de un viejo. No obstante, el mero hecho de vivir no es garantía de nada, sólo aumenta la posibilidad de haber pensado y, de ese modo, descubrir las vueltas y revueltas que tiene la vida. Ese descubrimiento requiere reflexión sobre uno y sobre el mundo.

Hace falta andar bien de cabeza y que rule como es debido, para que se consiga esa correlación virtuosa de edad, experiencia y sabiduría. De nada sirve llegar a los años de Matusalén si se pierde el entendimiento o se oxida tanto el cuerpo que no se tienen fuerzas para sostenerse en pie. Sin embargo, hay algo fascinante y misterioso en todo ello. Es resultado de la intersección de la imaginación infinita y la finitud más cruda de lo humano. En el fondo es lo trágico de ser, de sentir las maravillas de la Vida y la limitación inevitable del día a día.

En la sociedad de consumo, nuestra vida se ha convertido en una cadena de
producción y transporte en la que la organización del tiempo impide que seamos conscientes de nuestra propia finitud

Otro año, si se mira al pasado, es una marca más en la memoria. Si se mira al futuro, es un horizonte a recorrer. En esta sociedad de consumo y opulencia la lógica de la productividad ha ocupado el espacio del sentido. Por eso, tendremos distribuidos los festivos, las fechas para las vacaciones, para los exámenes, para la declaración de la renta, para la ITV, para las revisiones médicas, para cualquier cosa que requiera planificación. Así, estamos domesticados, organizados, pertrechados para saber qué toca a qué hora y qué día. Y, en vez de vivir, gestionamos el tiempo. Mejor dicho, nos gestionan a ritmo de exigencias del programa que no terminamos de saber quién ha elegido.

Nuestra vida se ha convertido en una gran cadena de producción y transporte. Estamos encastrados en un sistema donde sumisamente repetimos rutinas a la par que nos soñamos infinitos e ilimitados… hasta que las sorpresas y los contratiempos rompen esa falsa conciencia. Cuesta descubrir los límites y mucho más digerirlos cuando llegan. La enfermedad y la muerte de las personas queridas es lo que golpea más radicalmente. Rompe la ilusión de lo eterno, de esa ficción en la que nos instala la promesa del consumo creciente de esta sociedad cada vez más desacralizada y secular.

Hasta que surgen los contratiempos

En este contexto, se pierden los vínculos con el pulso de la Tierra y de la Vida. La mayoría hemos olvidado las fechas donde la siembra se hace esperando cosechar cuando se haya cerrado el ciclo. Por no mencionar el calendario litúrgico y la sucesión de hitos que anclan la memoria colectiva. Ahora, a lo sumo, se ansían las rebajas, el ‘black friday’ o el siguiente mundial. Pero se borra cualquier conciencia del límite y suena ridículo celebrar la historia de la Salvación. Ahora triunfa la idea de la sostenibilidad como opereta de falso compromiso con las generaciones futuras mientras seguimos consumiendo sin pudor. Así y ahora, el cuento del desarrollo sostenible no es más que otro modo de enmascarar la aceleración de la sociedad industrial y el imperativo de la optimización de los recursos al servicio de no se sabe qué ni de quién.

Cuantificamos el tiempo, tasamos hasta los segundos. Las 8.760 horas del año 2023 que empezamos el próximo día uno de enero sumarán 52,14 semanas. Hoy no sabemos si terminará la guerra de Ucrania, si vendrá otra pandemia, ni si el cambio climático colapsará los mares, ni si Sánchez ganará las elecciones, instaurará la República o si será juzgado por el Tribunal Supremo. Sólo sabemos que comenzamos otra ronda de meses, los días comienzan a ser más largos y ya se barrunta la próxima primavera. Otro año para seguir viviendo.

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