Insultar debidamente

La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, muy cuestionada por su gestión de los debates
La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, muy cuestionada por su gestión de los debates
Efe

En el Congreso de los Diputados, al igual que en el Senado, se trabaja más de lo que los ciudadanos tienden a pensar y también se pierde el tiempo muy por encima de lo que los parlamentarios suelen admitir. Sobre todo porque hay algunos que, sin reposar ni un instante, no hacen nada de utilidad.

En el Día de la Constitución, la presidenta del Congreso, Meritxell Batet (PSC-PSOE), no ha encontrado mejor modo de llamar la atención que reprimir a Sus Señorías, diciéndoles en la vía pública y con tono de maestra parvulista, que no deben usar la palabra para herir o zaherir. Ignoro de dónde ha sacado semejante regla. Porque lo que no debe hacer un diputado es ofender de forma grosera o gratuita.

L’Italia

En Italia, el episodio de estos últimos años más conocido ocurrió en la tarde del 29 de enero de 2014, cuando, en la Comisión de Justicia, el diputado del partido Cinque Stelle Massimo Felice de Rosa, se dirigió así a cinco diputadas del Partito Democratico (Moretti, Campana, Giuliani, Marzano y Gribaudo): «Ustedes están aquí porque son muy buenas, pero solamente para hacer de putas» (sic, ‘puttane’). Moretti le puso una querella y el tipo aún empeoró las cosas al explicarlas: «Dije que habían entrado al Parlamento por conocer a alguien importante o haberle hecho algún favor sexual, tanto ellos como ellas, pero de la señora Moretti no dije nada en particular».

El 12 de febrero de 2015 en el Senado, donde se discutían reformas constitucionales, no faltó de nada: cerdo, infame, asqueroso, fascista... Hubo dos heridos leves.

Hace menos tiempo, el 14 de mayo de 2020, el diputado Pagano llamó «neoterrorista» a la diputada Romano. En el Palazzo Montecitorio, el insulto más común es ‘pezzo di merda’. A veces se encadena con otros epítetos no menos elegantes: «pedazo de mierda, bastardo, cara de polla» (sic, ‘faccia di cazzo’) fue una definición del diputado Mauro ideada por el no menos diputado Zaccheo. También se oyen ‘cornudo’ y ‘vendido’. O insultos y amenazas mudos, con gestos de asestar una paliza (Belotti, de la Liga, a Currò, de Cinque Stelle).

La France

En Francia, cuna de la ‘politesse’, tampoco carecen de nada en materia de invectiva tribunicia.

Fue sonado en su momento (el martes, 20 de junio de 2006, a las 15.15 horas: el Diario de Sesiones es siempre muy preciso) el apóstrofe de Dominique de Villepin a François Hollande (¿se acuerda alguien de ellos?): «Le acuso de cobardía». Y lo reiteró: «Su actitud es facilona y cobarde». Hubo un gran alboroto y la prensa abrió al día siguiente con el episodio. En el Palais Bourbon, el tono ha subido, lo que siempre sucede cuando lo que baja es el nivel, como sabemos los españoles por experiencia casi diaria.

En una discusión acalorada sobre la inmigración clandestina, el diputado del Rassemblement National (el partido de Le Pen) De Fournas dijo a su oponente (de Francia Insumisa), Martens Bilongo, francés de piel negra: «¡Vuelva a África!». Hubo un tumulto. Los socialistas saltaron de sus escaños. Un montón de ujieres se emplearon a fondo para impedir la agresión. Se suspendió la sesión. El ultra faltón fue expulsado por quince días y suspendido de asistencia. Y de cobros, que es la pena más severa del reglamento. Ahora hace mes y medio de los hechos. (Por cierto: en la Asamblea hay un mando militar fijo, por si las moscas).

Die Bundesrepublik

Las señorías alemanas son más comedidas, pero tampoco se privan. Se oyen a menudo dicterios clásicos, como ‘mentiroso’, ‘idiota’ o ‘zoquete’ (cateto, patán: ‘Lümmel’, este les gusta mucho).

El 26 de noviembre de este año, la presidente del Bundestag, la socialdemócrata Bärbel Bas, se quejaba de tal situación y de cómo, según los diputados más circunspectos, aquello parecía un ‘Kindergarten’. Acepta, empero, que el debate sea ‘acalorado’y solo toma medidas de censura léxica en casos graves, como llamar ‘nazi’ al contrincante. Ya tuvieron bastante de aquello. «Si no, la cosa iría a más», dice. Desde 2021, hay prevista, además de la expulsión, pena de multa, que es la que más duele. Pero está por estrenar.

(De EE. UU. no es menester decir nada, tras el paso devastador de Donald Trump por las tribunas: hasta ahí se ha llegado en la primera potencia mundial).

Tiene efectos

El insulto político surte efectos: une al grupo, irrita y provoca al adversario, rompe un debate... Lo exigible es que la ofensa sea inteligente, motivada, oportuna y admisible en la forma. Hay diputados gamberros (Rufián es uno). Otros no recurren a insultos, pero ofenden a la inteligencia con necedades o payasadas. De esto no entiende la presidenta: no reprende, ni aun en privado, a quien no sabe lo que dice, lo lee siempre todo o suelta estupideces sin parar. Hubo antecesores suyos que lo hicieron. Era otro tiempo.

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