Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

¿Resistirá la democracia?

¿Resistirá la democracia?
¿Resistirá la democracia?
Heraldo

Los regímenes liberales tienen su talón de Aquiles. 

Lo diagnostican muchos analistas (desde el británico John Gray al francés Michel Onfray o la italiana Mariana Mazzucato). Las dictaduras lo saben e intentan explotarlo. En Pekín o en Moscú están convencidos de que, sometidas a la suficiente presión, las sociedades occidentales se acabarán rebelando frente a todo intento por poner en cuestión su cómodo estilo de vida. Como ya anticipó Marx ("El capitalismo lleva en sí el germen de su propia destrucción"), dictadores y populistas consideran que el punto débil es la facilidad con la que pueden ser desestabilizadas desde dentro por sus propias dinámicas internas.

Esta vulnerabilidad ha envalentonado a los regímenes autocráticos de China y Rusia, que ya actúan de forma desacomplejada para proyectar la idea de que el tecno-autoritarismo es más eficaz que la democracia. Estos días, además, recurren a una de las mayores herramientas de desestabilización: la energía, un bien cuya función es suministrar a las economías las materias primas más básicas (J. K. Galbraith). Este chantaje energético (y el de las armas nucleares de Putin) se suma a la presión de las últimas y vertiginosas transformaciones sociales: innovaciones tecnológicas, cambio climático, globalización, demografía, desigualdad, polarización…

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Donde los autócratas se equivocan es al minusvalorar la capacidad de autocrítica de la democracia. El sistema liberal es el más resiliente porque ningún otro ha generado y ha respondido a tantos detractores e impugnadores. Gracias a esta capacidad de ponerlo todo en duda y exigir mejoras continuas, ha sido capaz de enmendarse y de renovarse sin tregua. Una de las últimas pruebas de esta capacidad introspectiva es el ensayo ‘Lo que nos debemos unos a otros’ (2022). Su autora, Nemat Shafik, es la directora de la London School of Economics (LSE). Además, esta economista anglo-egipcia ha sido vicepresidenta del Banco Mundial, subdirectora del FMI y vicegobernadora del Banco de Inglaterra.

Shafik aborda la imperiosa necesidad de atender al malestar de las clases medias, a la desafección de los ciudadanos con el Estado y la política. Su propuesta es actualizar el Estado de bienestar, que fue la base del extraordinario progreso de la segunda mitad del siglo XX (Tony Judt). Sería esta la principal herramienta de los países liberales para frenar la desconfianza de la gente, los populismos y la apatía social que acaba erosionando al sistema.

Nemat Shafik cree que el Estado del bienestar del siglo XXI exige la colaboración entre individuos, compañías, sociedad civil y Estado para contribuir entre todos a un sistema en el que se procuren una serie de prestaciones colectivas. La clave es situar a las empresas en una senda de crecimiento basada en generar más ganadores mediante la inversión en educación y competencias, la mejora de infraestructuras en las zonas desfavorecidas y el fomento de la innovación y la productividad.

La clave para conservarla está en saber combinar los elementos que, según Keynes, definen a la sociedad: eficiencia económica, justicia social y libertad individual

Con este ensayo, Shafik une su voz a la de otros analistas que han publicado recientemente obras de crítica y defensa del liberalismo, como Francis Fukuyama o Anne Applebaum. Pensadores como Enrique Krauze han defendido la capacidad de resistencia de la democracia porque es capaz de expulsar a los malos gobiernos, pero Antón Costas viene advirtiendo también de la necesidad de construir un nuevo contrato social para financiar el Estado de bienestar y revertir el malestar social y el populismo político. "Es la tarea de nuestra época", ha escrito.

Sobran, pues, diagnósticos y también programas de acción. Asunto bien distinto es el eco de sus advertencias. Hoy, la atención de las ciudadanías anda secuestrada por las redes sociales, mientras que las clases políticas, sostenidas sobre liderazgos débiles, están ensimismadas en el cortoplacismo de la próxima cita electoral.

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