Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Solo sé que no sé nada

Solo sé que no sé nada
Solo sé que no sé nada
POL

Reflexiona Agustín Sánchez-Vidal, en su absorbente ‘La vida secreta de los cuadros’ (2022), sobre el hecho de que la percepción de los colores no sea algo meramente óptico. 

En realidad, "suele acarrear interpretaciones muy codificadas por factores culturales". A modo de ejemplo, el catedrático de la Universidad de Zaragoza, en un brillante ensayo que demuestra que la ‘alta cultura’ no ha sucumbido ante la ‘cultura del espectáculo’, advierte sobre la excepcionalidad del color azul. La mayoría de las civilizaciones antiguas no lo nombran a pesar de que la Tierra es el ‘planeta azul’. Homero, por ejemplo, no utiliza el adjetivo cuando describe el mar, sino que lo compara con el ‘vino oscuro’, mientras que el cielo es de color ‘bronce’. En la ‘Ilíada’ y en la ‘Odisea’, el negro aparece casi doscientas veces; el blanco, unas cien; el rojo, quince; el verde y el amarillo, menos de diez; ni rastro del azul.

Esta ‘ceguera al azul’ ha tenido una reciente explicación biológica: el envejecimiento prematuro del cristalino, por la sobreexposición a la luz solar, hace que los azules se perciban como verdes. No obstante, existen, además, determinantes culturales, un notable peso de la tradición e influencias lingüísticas. El hecho es que las palabras que nombran al azul en las lenguas europeas no derivan del latín. Las que utilizan el vocablo ‘azul’ o similares lo toman del árabe. El ‘blue’ inglés, el italiano ‘blu’ y el ‘bleu’ francés tienen raíz germánica.

La sobreinformación está sumergiendo la verdad en un mar de irrelevancia y
propaganda

El azul, sin embargo, pasó de su práctica inexistencia en Grecia y Roma a adquirir prestigio social a partir del siglo IX porque se asoció con lo celestial (la Virgen) y con los estamentos sociales cuya autoridad procedía de Dios (élite clerical y realeza). Reyes y príncipes tenían ‘sangre azul’. Revolución textil mediante, con el paso de los siglos irá imponiéndose hasta ser hoy el color preferido de los europeos, según las encuestas. Azul es la bandera y los símbolos de la UE.

El corolario de esta evolución del color ‘azul’ es que la concepción que cada persona tiene del mundo no es el mundo, sino una construcción activa del cerebro, basada en la experiencia anterior, en la cultura recibida y en el conocimiento adquirido. Como en la alegoría de la caverna de Platón, no conocemos directamente la realidad, solo sus sombras proyectadas en una pared.

Esta característica de la condición humana está en la base de los procesos de persuasión y de propaganda. La noticia, el vídeo o el tuit que se consumen a diario como un objeto cultural no son un simple reflejo neutral de hechos que acontecen, sino un discurso que representa y construye la realidad social de manera simultánea. Por eso los poderes intentan proyectar sus visiones a través de los medios de comunicación e internet. Como decía Vázquez Montalbán en su clásico ‘Las noticias y la información’ (1973), quien controle la información, ese detonador "del mecanismo de la conducta humana", está en condiciones de controlar la historia.

Este método de dominación se está multiplicando con el inabarcable caudal informativo y desinformativo. Lo paradójico es que en la era de la racionalidad y de la ciencia, crece la desconfianza hacia los científicos y los expertos por el auge irracional de las ‘realidades paralelas’ y los ‘hechos alternativos’ (impulsados por el trumpismo), las teorías conspiranoicas y las simplificaciones de la extrema derecha e izquierda.

Internet está reajustando las formas de ver el mundo. Todos
tenemos la responsabilidad de reconocer los patrones de desinformación

Hoy, los ciudadanos tenemos acceso a innumerables datos y puntos de vista, pero disponemos de muy poco tiempo para analizarlos. Como la saturación informativa nos distrae y nos obliga a decidir rápidamente, es fácil aceptar los bulos y las tesis más absurdas. Esto nos obliga a ser más resilientes.

Ante la necesidad de discernir qué es verdadero y qué falso, nos interesa adoptar con humildad una estrategia cognitiva fundamentada en el célebre aforismo de Sócrates: ‘Solo sé que no sé nada’. La racionalidad requiere tiempo, cavilación, resistencia frente a las emociones y los automatismos, desconfianza y un poco de silencio frente a tanto ruido ambiental. 

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