Por
  • Katia Fach Gómez

Don Ángel, mi favorito de Facebook

En Facebook (o Caralibro) uno puede hacer amistades estimulantes.
En Facebook (o Caralibro) uno puede hacer amistades estimulantes.
Thomas Hodel / reuters

Hace casi quince años que creé mi cuenta de Facebook. 

Estando en una universidad estadounidense, un día me encontré por los pasillos de la Facultad a un grupo de españoles que cursaban un máster jurídico allí. Recuerdo que me dijeron: «‘Caralibro’. Apunta esta palabra, que va traer cola». Así que me di de alta en Facebook y pasé a formar parte de una especie de cofradía global que actualmente está compuesta por la mareante cifra de 2.910 millones de usuarios.

Mucho se ha escrito -y todo apunta a que aún queda mucho más por escribir- sobre los abusos y los riesgos generados por gigantes tecnológicos como Meta Platforms, la empresa matriz de Facebook. Sin ánimo de cuestionarlos, he de decir que yo profeso cierto cariño por ‘Caralibro’, no solo porque fue la primera red social en la que me enrolé, sino porque me permite moverme en ella como un caracol holgazán. Frente a la tiranía de los 280 caracteres y al tremendo vértigo de vivir y sobreactuar de cara a la galería, Facebook es un vestigio de intrahistoria para quienes nacimos analógicos y nos resistimos a entregarnos a la orgía virtual. ‘Caralibro’ entretiene, abre ventanas, a veces enseña y, sobre todo, no inocula una residencia permanente en el metaverso. Por ello, a lo largo de estos años, piano, piano, he ido ampliando mi red de amigos en Caralibro. Junto a esos momentos ‘revival’, en los que un compañero de parvulitos te manda un emotivo mensaje de exaltación de la amistad imperecedera, una parte de mi actual listado de contactos son en realidad amigos de mis amigos que se han convertido en mis ciberamigos. Así, a través de Caralibro he podido conocer al autónomo justiciero, al vegano propagandista, a la bibliotecaria delicada y, cómo no, a don Ángel, mi ojito derecho, mi debilidad.

Mi ‘influencer’ favorito no es que sea una de esas personas vitamina de las que últimamente hablan los libros de autoayuda, sino que una sola ‘e-publicación’ suya es capaz de supervitaminar y mineralizar de un plumazo a sus ‘4,9 mil’ amigos. Entrañable a rabiar, cada vez que superratón Ángel asoma su patita por Facebook, tiene el enorme don de crear una burbuja de buen rollo y felicidad. Las andanzas de su adorable nieta pizpireta, los dislates de la política y el protocolo, su inabarcable colección de ‘cancertines’, los pantagruélicos retos culinarios a los que somete a su laringe díscola, su fijación por las esquelas bizarras, la paciencia bíblica de su mujer… no hay tema que se resista al gracejo y desparpajo de mi ciberídolo. Con semejante menú, no es de extrañar que sus acólitos virtuales aplaudamos sus nuevas entradas en Facebook. No solo eso, sino que también padecemos sus silencios. En más de una ocasión, si su último mensaje en Facebook anunciaba una visita peliaguda al Miguel Servet, he revisado su cuenta hasta que ha aparecido colgada una foto con la portada de un libro. Para Don Ángel, comprarse un libro tras un embate médico es símbolo de victoria frente al sufrimiento. Me lo imagino, como ese superhéroe que es, con los brazos en jarra y una ‘in-your-face attitude’, chistándole al cáncer: «¡Oye tú, quieto parao!».

Me gusta lo que escribe Don Ángel y cómo lo escribe. Aunque él presenta sus comentarios como simples divertimentos tiernos y pícaros, en realidad, su Caralibro es un auténtico compendio de lecciones de vida. Don Ángel no solo nos ilustra sobre los múltiples placeres mundanos que exprime con brío juvenil, sino que se retrata, sin medias tintas, como un activista duro de pelar. Él sabe de primera mano que hay muchas cosas que no dan igual. ¡Cuidado! Que en su murete de Facebook, Don Ángel defiende la sanidad pública, el trabajo digno y la conciliación familiar. Posibles ‘haters’, abstenerse. O en su defecto, ‘haters kamikazes’, átense los machos, porque el eco de la respuesta afilada de Don Ángel va a resonar más allá de los confines de su amado Biescas.

Este mes de agosto, el Facebook de Don Ángel contiene más terminología médica de lo habitual, y también algún guiño a la nostalgia, como esa foto en blanco y negro de ‘mini-Ángel-cabeza-gorda’ de la mano de su mamá. En sus últimas publicaciones, Don Ángel nos narra sus días de reposo médico y, sin perder ni una pizca de humor, conjetura sobre su próximo combate hospitalario. Pese a no conocerlo en persona, admiro a Don Ángel, una fuerza de la naturaleza que estos días no para de recibir sinceros mensajes de ánimo a través de Caralibro.

Katia Fach Gómez es profesora de la Universidad de Zaragoza

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