Por
  • Borja Giménez Larraz

Elecciones

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Heraldo

Mucho se ha hablado del enorme alivio que llenó la Unión Europea cuando Emmanuel Macron ganó las elecciones presidenciales francesas del pasado 25 de abril. 

Y no es para menos. El declive de los partidos políticos tradicionales de Francia condujo a una contienda electoral en la que la tradicional disputa entre la izquierda y la derecha quedó suplantada por esa que parece ser la batalla más trascendental de nuestro tiempo. Esa que enfrenta a los defensores de la democracia liberal con aquellos que alientan discursos populistas y nacionalistas.

Aunque Macron mantiene la presidencia, las elecciones en Francia han mostrado una peligrosa radicalización política que afecta también a otros países

Pues bien, las elecciones francesas dieron un respiro a aquellos que defienden las democracias abiertas, pero dejan un sabor agridulce por la pujanza que mostraron los partidos extremistas.

Por un lado, el partido de extrema derecha Agrupación Nacional obtuvo casi un 42% de los votos en la segunda vuelta de las presidenciales. Más de trece millones de franceses se decantaron por el proyecto político de Marine Le Pen que, aunque edulcorado por interés electoral durante los últimos años, está teñido de los dogmas más rancios del populismo de extrema derecha.

Su discurso defiende un nacionalismo identitario que ha elevado a la globalización a la categoría de amenaza letal para su patria, que abomina del multilateralismo y reniega del proceso de construcción de la UE. Alientan políticas antiinmigración y una retórica xenófoba que tiende a asimilar de forma recurrente a los inmigrantes con la delincuencia. Su apuesta económica es un modelo localista y proteccionista. Además, Le Pen se ha caracterizado por mostrar simpatía hacia todo tipo de líderes autoritarios. Especialmente reseñable es la sintonía que siempre ha mostrado con el proyecto político e ideológico de Putin.

Y por otro lado tenemos el fuerte crecimiento de la extrema izquierda. Jean-Luc Mélenchon con su plataforma política, La Francia Insumisa, logró casi un 22% de los votos en la primera vuelta de las presidenciales. El proyecto liderado por Mélenchon dejó sumido en la irrelevancia al Partido Socialista, que obtuvo sólo un 1,74% de los votos con una propuesta política radical y antisistema caracterizada por el euroescepticismo, el antiglobalismo y el proteccionismo. Pero aun siendo una muy mala noticia, es todavía peor lo que sucedió en la antesala de las elecciones legislativas que se celebraron en el mes de junio.

Fue entonces cuando el Partido Socialista, la izquierda moderada de Francia, decidió coaligarse en condición de hermano menor en una candidatura liderada por el populista Mélenchon. De este modo, el Partido Socialista entregaba su alma y dejaba diluir a la izquierda moderada en una plataforma marcada por su carácter radical. Una coalición liderada por quien ha instado a Francia a abandonar la OTAN, o quien viene mostrando una aberrante equidistancia ante la invasión rusa en Ucrania.

El comportamiento del socialismo francés es suicida, pero lo más grave es que inflige un enorme daño a la calidad democrática de su país. Hoy no existe una alternativa clara a Macron que se sitúe fuera de los extremos, que no sea divisiva, y eso tiene un coste para Francia y para el conjunto de la UE. Se ha salvado una nueva bola de partido, pero la reconstrucción de alternativas políticas moderadas al actual gobierno de Francia es hoy una urgencia.

Los resultados de las elecciones andaluzas muestran que las propuestas moderadas pueden ser atractivas

La realidad política de Francia es hoy extensible a muchos países europeos, lo que genera preocupación en el ámbito de las instituciones de la UE. El mes de junio trajo una buena noticia. El popular Juanma Moreno arrasó en las elecciones de Andalucía con un discurso moderado, centrista, tolerante e integrador. El exabrupto y los radicalismos fueron penalizados, sufriendo un importante apagón electoral.

Moreno dio una lección de cómo afrontar unas elecciones, fiel a sus principios y su proyecto, sin caer en esa torpe tentación de mirar de forma compulsiva a los costados y entrar en debates en los que poco hay que construir y nada que ganar. El resultado de estas elecciones abre el camino para una nueva era de pujanza de las posiciones moderadas en los próximos comicios en España. Sería esta una muy buena noticia para nuestro país, pero también para los valores que vertebran las democracias europeas.

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