La guerra mundial del pan
Como si de una reedición posmoderna del Apocalipsis se tratara, somos testigos de una nueva carrera de los cuatro jinetes bíblicos.
La pandemia de la covid nos ha traído el primero sobre su caballo blanco: la peste. El segundo blande una enorme espada mientras galopa sobre un caballo rojizo: es la guerra en Ucrania. Con el cuarto jinete, la muerte, siempre presente, ahora resuenan con especial estruendo los cascos del tercero sobre su caballo negro y llevando entre los descarnados dedos una balanza para pesar el sustento de los hombres: es el hambre.
Si la pandemia ya fracturó las cadenas de suministro, la guerra de Putin ha exacerbado dinámicas negativas que se venían produciendo en los mercados de alimentos. Ucrania y Rusia eran el granero de gran parte de África y Oriente Medio, regiones donde vive la mayoría de la población más vulnerable a los conflictos. Además, las sanciones a Rusia han disparado los precios de la energía, que tiene una gran repercusión en la producción agrícola. La consecuencia es que la amenaza del hambre es una realidad para millones de personas.
La guerra ha acelerado el ‘nacionalismo alimentario’. Las exportaciones de trigo se han reducido un 40% y han disparado el proteccionismo. Cerca de una treintena de países han tomado medidas para restringir las exportaciones de alimentos. La guerra mundial del pan ya ha comenzado. Y será más larga que la de Ucrania porque se requerirá más tiempo para recuperar los campos de labranza y restablecer las cadenas comerciales.