Solidaridad

Refugiados ucranianos, en Medyka, en la frontera con Polonia.
Solidaridad
Fabrizio Bensch/Reuters

La solidaridad es la ternura de los pueblos, dice un verso de Gioconda Belli. 

Recuerdo sus palabras mientras veo las noticias de Ucrania, me estremezco ante el horror y me conmuevo con la ola inmensa de solidaridad que vivimos en toda Europa. Somos una sociedad solidaria y acogedora. En pocos días se han organizado multitud de iniciativas ciudadanas para traer a ucranianos que huyen de guerra: hay personas que se han montado en una furgoneta y han cruzado Europa para salvar a otras; pueblos que han abierto albergues y casas particulares para acoger a los refugiados; se han organizado recogidas de materiales y dinero para enviar allí. Nuestro Gobierno ha aprobado medidas exprés para facilitar los trámites y los permisos a los refugiados ucranianos; se preparan planes para la integración escolar de los menores; se conceden permisos de trabajo a los adultos. Es una respuesta extraordinaria para una situación excepcional. La invasión de Ucrania ha provocado ya el mayor éxodo de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.

También somos una sociedad cortoplacista con gobiernos interesados y doble moral. Europa no trata igual a unos refugiados que a otros, los discursos políticos y las medidas cambian según las circunstancias. La solidaridad no debería ser levantar muros y encerrar a los refugiados incómodos en campos, como se hizo en Grecia con las personas que huían de la guerra de Siria. Ni recortar en cooperación ni aumentar el presupuesto militar. Ojalá que la solidaridad actual dure más que el ruido de las bombas y las imágenes en la tele. 

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