Política de ¿barones o varones?

Los barones del PP, en su llegada al XIV Congreso del Partido Popular de Castilla y León.
Política de ¿barones o varones?
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Increíble pero cierto. 

Cualquiera que hubiera hecho un pronóstico de los hechos a los que hemos asistido este febrero no habría sido capaz de acertar en casi nada.

Durante el mes hemos visto desfilar escenas de transfuguismo, de la más absoluta incapacidad, actos de corrupción y de espionaje, llamadas furibundas de apoyo a los fieles, traiciones de drama shakespeariano y, lo más surrealista, retransmitido en riguroso directo. Como si no tuviéramos suficiente con ello, un personaje incalificable, tan frío como el país del que procede, ha convertido el sainete político en la tragedia de la guerra. Increíble pero cierto.

¿Cómo podemos estar asistiendo a tal degradación de la cosa pública con tan poca rebelión? ¿No somos capaces de movilizarnos para demostrar que este no es nuestro mundo? Evidentemente no tengo ninguna respuesta certera, pero sí muchas impresiones del porqué.

En España y en el mundo la política la hacen todavía algunos varones con demasiada testosterona

Cuando se dice a la gente, especialmente a los jóvenes, que levanten la cabeza del móvil, creo que el principal mensaje no llega. No se trata de criminalizar los dispositivos electrónicos. Lo importante es que, a través de una pantalla, todo parece menos real. La política se convierte en polémica en las redes, a ver quién escribe el tuit más ingenioso, como si en una discusión de mercado se estuviera. La guerra se asimila a un videojuego y, lo que es peor, muchos jóvenes soldados de los ejércitos combatientes adoptan este comportamiento olvidando que, hasta en las luchas más encarnizadas, las personas, despojadas de la compasión, pierden gran parte de su condición humana.

¿Qué nos lleva a esto? Se dice que la pérdida de valores es la causa de una deshumanización progresiva de nuestra sociedad. No puedo estar más en desacuerdo. Todos los bandos en conflicto, y cuanto más sangriento sea más si cabe, dicen defender principios inamovibles y se envuelven en una bandera ética para justificar sus actos. Pura falsedad. Solo son ansias de poder, deseos desmedidos de un protagonismo buscado por los actores principales o por quienes les mueven los hilos detrás de las bambalinas, que se consideran los elegidos para dirigir el mundo. Un mundo compuesto por muchos individuos amorfos sin opinión y cuyo único cometido es el seguidismo ciego.

Las mujeres, para emanciparse, no deben imitar el comportamiento de muchos hombres, sino cultivar los valores del humanismo

El ocho de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. La celebración quiere poner de relieve la discriminación que persiste entre los géneros. Pero también, eso pensamos muchas, tiene que servir para revelar la existencia del techo que muchas mujeres encontramos en nuestro desarrollo personal y profesional, apoyado en costumbres y creencias irracionales extendidas entre nuestros congéneres y, desgraciadamente, voceadas últimamente por formaciones políticas de claro sesgo antidemocrático. Y este techo no es de cristal, es de hormigón armado, que no sé si los misiles del sátrapa ruso podrían romper. Este es también el mensaje del ocho de marzo.

Si alguien se pregunta por qué he traído a colación en un mismo artículo la política nacional, la internacional y la discriminación de la mujer es porque veo una gran conexión entre todas ellas. Los que me conocen saben que digo muchas veces que las mujeres para emanciparse realmente no deben ser hombres con faldas. Que no debemos imitar los comportamientos de muchos hombres que parecen alimentados por una educación basada en la creencia de roles masculinos y femeninos. Unas actitudes que la sociedad masculina comprende, acepta y, en algunas ocasiones, alienta. La hombría, el término no tiene desperdicio, la valentía, el valor hasta la inmolación es lo que debe caracterizar a nuestros chicos. Si alguna de nosotras quiere formar parte de su selecto club, debemos abandonar el humanismo, que se supone que nos caracteriza, y comportarnos como esos magníficos líderes a los que se adora tanto.

En España y en el mundo pensábamos que la política la estaban haciendo los barones, cual señores feudales que ponían y quitaban rey, pero la realidad es que todavía la hacen algunos varones con demasiada testosterona.

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