Por
  • David Serrano-Dolader

Sin auto

Taxis a la altura de la parada del paseo de la Independencia de Zaragoza.
'Sin auto'
Oliver Duch

Sin auto no se puede vivir: autocompasión, autorreflexión y… autodecisión. 

Mi santa esposa y yo no tenemos ni coche ni permiso; otra y uno no tenemos impedimento físico, síquico –o eso creo– ni pecuniario para no darnos tal lujo pero hemos autodecidido decidir no tener auto. ¡Caramba!

Les cuento... Al acabar mis estudios en España, me fui a vivir a Zúrich (la ciudad más cara del mundo). Allí tenía dinero para comprar un coche pero no hacía ninguna falta porque con transporte público (puntual y eficacísimo) se podía llegar a la más remota aldea de la más alta de las montañas. A mi vuelta a España (con un mísero sueldo de profe asociado en la universidad), no veía muy bien cómo meterme en asuntos de autos sin poner mi cuenta en números rojos. El tiempo pasó, me ‘desjuvenecí’ y ¡ni ganas de ir a una autoescuela ni ganas de romperme la cabeza cada vez que tuviera que luchar contra una maniobra tan inhumana como lo es la de aparcar un vehículo!

Desde hace años soy fiel usuario del taxi, para escarnio de mis hijos. Cuando íbamos a cualquier sitio, se avergonzaban de mí. Yo creía que sería porque con ello se demostraba (¡ingenuos!) un poderío económico excesivo. Y, no: la vergüenza venía de que, si llegábamos en taxi, dábamos a entender a todo el mundo mundial que ¡ni coche teníamos! Con lo que yo me he ahorrado en compras, seguros, impuestos y reparaciones… creo que podría llamar al teletaxi con destino a la Luna. Como diría el loco: sin coche, sin coche… ¡qué bien vivo día y noche!

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión