Adjunto a la Dirección de HERALDO DE ARAGÓN

Dos vidas para cada persona

'Dos vidas para cada persona'
'Dos vidas para cada persona'
Heraldo

Siempre ha habido descubrimientos disruptivos, desde el fuego a la lavadora. 

La aparición de los electrodomésticos, por ejemplo, transformó la forma de vivir en el siglo XX al reducir enormemente el trabajo que exigían las tareas hogareñas. Lo mismo ocurrió cuando Steve Jobs presentó el iPhone: la revista ‘Time’ lo eligió en 2015 como el dispositivo más influyente de todos los tiempos. El último invento llamado a revolucionar la existencia humana se denomina ‘metaverso’.

Tanto Facebook como Microsoft han anunciado esta semana nuevos avances para lanzar su metaverso. Se trata de un entorno de realidad virtual en el que quieren que todos pasemos cómodamente una buena parte de nuestras vidas, sea relacionándonos, estudiando, jugando, trabajando o comprando. Con solo unas gafas de realidad virtual y conexión a internet, podremos sumergirnos en ese universo paralelo en el que disfrutaremos de una segunda existencia mucho más entretenida, con una vida social mejorada y una cómoda independencia económica. Eso sí, un mundo diseñado y organizado por unas pocas empresas ‘tech’ globales, que son las únicas que pueden acometer un proyecto tan ambicioso y caro.

Un virus (no informático) ha multiplicado nuestra dependencia de las pantallas, desde el móvil al ordenador

Apenas nadie va a quejarse por este nuevo paso hacia el leviatán cibernético. Los habituales Pepitos Grillo serán ignorados por miles de millones de personas que, con la misma fruición que hoy utilizan Instagram o Twitter, se zambullirán en el metaverso en cuanto abra sus puertas. Al fin y al cabo, el coronavirus ha hecho que la digitalización se intensifique vertiginosamente hasta convertirse en la infraestructura de nuestra sociedad. Los dueños de este cibermundo van a ir mucho más allá para explotar nuestra dependencia cotidiana de la tecnología.

No les faltan recursos. Esta oligarquía global encabeza la lista mundial de multimillonarios: Jeff Bezos (Amazon), Elon Musk (Tesla), Bill Gates (Microsoft), Mark Zuckerberg (Facebook, Whatsapp e Instagram), Larry Page (Google, Youtube), Steve Ballmer (Microsoft), Sergey Brin (Google), Larry Ellison (Oracle). Son los nuevos amos del universo. Más de la mitad de los 7.600 millones de habitantes del planeta somos usuarios de sus aparatos, aplicaciones o contenidos. Les pagamos con dinero o regalándoles nuestros datos (en la red, ‘cuando algo es gratis, el producto eres tú’). Su riqueza es mayor que el PIB anual de buena parte de los 194 países soberanos.

Sin apenas control por parte de los Estados, nos preparan un ‘mundo feliz’, según el título de la célebre novela en la que Aldous Huxley describió un universo en el que la humanidad asumía con beneplácito su esclavización. En la actualidad, los ciudadanos también aceptamos su exhaustiva recopilación de todos nuestros datos y su vigilancia casi orwelliana porque nos parecen inevitables e incluso tan lógicas como el control digital por la pandemia.

Los gigantes tecnológicos no se conforman. Ya anuncian que nos están creando un universo virtual para que seamos mucho más felices

¿Qué efectos políticos, económicos y sociales nos deparará está transformación en cierne? ¿Qué supondrá que la gente prefiera un universo virtual al real? Pronto surgirán respuestas. Algunos, como el director de investigación del Instituto Nacional de la Salud de Francia, Michel Desmurget (‘La fábrica de cretinos digitales’, 2020), insistirán en la tesis de que las nuevas generaciones son las primeras con un cociente intelectual menor que el de sus padres, en parte, debido al uso excesivo de las pantallas. Otros, como José María Lassalle (‘El liberalismo herido’, 2021), defenderán un humanismo tecnológico que frene el autoritarismo neoliberal de Silicon Valley.

Lo cierto es que los todopoderosos gigantes tecnológicos avanzan por delante de la ciudadanía y de las leyes. Se han convertido en monopolios omnipresentes a caballo del relato de la eficacia de los dispositivos inteligentes. Sin embargo, con la excusa de que solo buscan asistirnos, acaban monitorizándonos e influyendo en el ejercicio de nuestras decisiones.

Los ciudadanos no debemos conformarnos con ser simples usuarios de aplicaciones y consumidores de contenidos. Somos responsables de nuestro destino digital. La libertad y la dignidad humanas siempre tienen que estar por encima de la tecnología. 

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