Otro curso enmascarado

'Otro curso enmascarado'
'Otro curso enmascarado'
Leonarte

Toca volver a las aulas. 

El tiempo ha pasado rápido. Los sobresaltos pandémicos han quitado protagonismo al necesario descanso. El olvido relajante no habrá liberado del todo a la comunidad educativa, que actuó de escudo protector para la sociedad. El profesorado intentó consolidar hábitos propios y en el alumnado. Parece ser que los de este se rompieron con las vacaciones. Algo o bastante tuvo que ver el rimbombante anuncio de que el 26 de junio suponía la liberación de las ‘malditas’ mascarillas. Penosa comunicación que las convertía en corresponsables del desastre de la covid. Debería haberse publicitado lo contrario. Seguramente los mensajes de voceros políticos, mediáticos y otras redes comerciales o sociales eliminaron la prevención asimilada por nuestros escolares. Así, los viajes fin de curso supusieron la primera prueba de que la educación sanitaria es difícil de aplicar si cambian los contextos.

Durante el verano han estado vacunando a los estudiantes de secundaria, bachillerato, FP y universidad. Un acierto para mejorar la deseada inmunidad de grupo. Pero la infiltración debe ir acompañada de una sólida pedagogía crítica y constructiva. Dado que las incidencias víricas han venido para quedarse debería insistirse en que la vida tiene ciertas limitaciones personales. A veces asumidas, en otras ocasiones reglas impuestas para no dañar al colectivo. Los individuos tendemos a descargar la solución de nuestros problemas en otros. Los escolares necesitan comprender que la vacuna no es el elixir universal. También que la vida es un continuado ejercicio de corresponsabilidad. Este aprendizaje, ya sea por imitación o creencia, no se logra solo en los centros escolares. Antes bien, supone una encomienda social hasta ahora muy fragmentada.

El esfuerzo realizado el curso pasado por la comunidad educativa permitió que
los centros escolares estuvieran seguros frente a la pandemia

Por eso, el profesorado permanece expectante. Se pregunta si semejante esfuerzo del curso pasado tuvo réditos. Se inquieta pensando en que durante este se repitan agobios e inseguridades. El curso arranca enmascarado, oblicuo, con bastantes dudas y justificados recelos. Toda la comunidad educativa es consciente de que la presencialidad está sujeta a la evolución pandémica. No sabe si los recursos serán como los del curso pasado o los de los anteriores, siempre escasos para las antiguas y nuevas necesidades. Duda que se subsanen las desigualdades que se generaron en los estudiantes. Interpreta con reservas el mensaje de la nueva ministra de que hay que mirar la Educación con "tranquilidad, seguridad y confianza".

Qué decir de las dificultades que traerá la aplicación de la nueva Ley que regula la enseñanza obligatoria. Añade incertidumbre al ya complejo escenario. La Lomloe está pendiente de muchos ajustes al decir de los profesionales que conocen los borradores del currículo. La estructura curricular es una maquinaria anquilosada que se sostiene en materias y áreas, en contenidos. Las renovadas competencias tardarán en convertirse en el eje vertebrador de la necesaria transformación educativa. Hará falta mucha implicación de todos los agentes educativos y una sólida y rápida formación del profesorado. Conseguir pronto lo que se construye con pedagogía lenta y reflexiva; ¡Vaya dilema!

Este año las clases
van a comenzar con bastantes dudas y justificados recelos

Diez años después de aquella marea verde que pretendía renovar la educación, las aguas están en bajamar casi permanente. La educación obligatoria y el bachillerato permanecen con ropajes ya vistos y no seducen como debieran. La universitaria emite destellos puntuales, pendiente de reformas varias, como la FP.

Por lo que parece, las confinadas mascarillas volverán. ¿Resultará suficiente? Lo verdaderamente complicado vendrá de la adaptación a la diferente realidad, con la incógnita de la vacunación para los menores de 12 años. Desde la administración habrá que prever la respuesta rápida a episodios críticos. Con todo, lo más trascendente pasa por una sincera alianza social en la que los algunos representantes políticos no creen. Desde sus parapetos olvidan a quienes habrían de beneficiar. Hay que dignificar el valor transformador de la educación, ahora enmascarada por justificaciones ideológicas y además sujeta a las incógnitas que la vida trae consigo. Las élites deben bajar de sus pedestales. Se lo deben a los estudiantes, que ya han perdido demasiado. Pero la sociedad entera ha de desearlo con ahínco.

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