Suenan las trompetas del Apocalipsis
Suenan las trompetas del Apocalipsis y ya no son solamente esos aguafiestas de los ecologistas los que las soplan anunciando que la supervivencia de nuestra especie y muchas otras está en peligro. Los científicos del panel de Naciones Unidas sobre el cambio climático nos han regalado esta semana abundantes titulares en las conclusiones de su último informe: ahí dicen que el proceso es sin duda consecuencia de la actividad del hombre, que avanza bastante más rápido de lo esperado, que se acelera, con la proliferación de fenómenos meteorológicos extremos como señal más evidente, que resulta irreversible y que afectará al planeta durante siglos o milenios (y no para bien, claro).
Aunque se deja un resquicio a la esperanza al señalar que sus efectos pueden paliarse porque no se ha superado el punto de no retorno (algo que quizás suceda esta misma década) y políticas muy decididas podrían todavía moderar la subida de las temperaturas, tanta rotundidad es para temblar. Asusta por el mensaje, claro, pero también por su expresión: no son esos científicos gentes que destaquen por sus habilidades comunicativas ni propensas al alarmismo, ni tampoco los representantes de los distintos países que supervisan su trabajo, los cuales deben medir mucho las palabras antes de dar el visto bueno a un documento que compromete la acción de sus administraciones.
Nunca la humanidad se había enfrentado a algo así, que la fuerza a una transformación radical, global e inmediata de sus hábitos de vida, de la política, de la economía. Y no parece que entre quienes manejan las grandes decisiones estén muchos por la labor. Desde luego, no en España: aquí entretenidos con las menudencias y chalaneos de siempre, haciendo chistecitos sobre los chuletones u ofreciendo macroaeropuertos como moneda de cambio, ni siquiera de cara a la galería se está hablando de pensar el futuro, de ponerse desde ya a debatir en serio.