Aquellas restricciones

'Aquellas restricciones'
'Aquellas restricciones'
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Mi memoria se remonta hasta los últimos años de la década de los cuarenta y primeros cincuenta, cuando en España sufríamos aquellas restricciones de la luz a que obligaba la penuria energética de la posguerra. 

La escasez de energía eléctrica imponía unos frecuentes cortes de la luz, en que las casas quedaban a oscuras, no funcionaban los ascensores, no se podía oír la radio y la industria se las arreglaba para organizar sus horarios productivos en función de la disponibilidad del fluido eléctrico. Ya por entonces las compañías eléctricas hacían de las suyas, como han venido haciendo en los años sucesivos. Aquello eran restricciones de verdad, de ordeno y mando, no como las de ahora, esas que establecen comunidades autónomas y ayuntamientos con motivo de la covid, que también se llaman restricciones y el personal se las salta a la torera sin miedo a quedarse a oscuras, porque aquí cada uno hace lo que le viene en gana y que sea lo que Dios quiera.

Había entonces velas en las casas, en los cajones de las cocinas, en las mesillas de los dormitorios; candelabros ya preparados en los cuartos de estar y cajas de cerillas siempre dispuestas y a mano para encenderlas; y se prodigaban las linternas a pilas, a unos precios por entonces razonables, no como ahora en que las pilas, malas y de corta duración, se pagan a precio de caviar. Se cenaba a veces a oscuras y en silencio, alumbrados por la temblorosa llamita de las velas, como con un temor reverencial a no se sabía bien qué amenazas tenebrosas. Las familias se reunían en esa especie de pequeños aquelarres domésticos y quedaban a la espera del milagro de la vuelta de la luz, que se celebraba siempre con sorpresa y alborozo.

Aquellas restricciones eran obligatorias, porque las autorizaba la autoridad competente; pero es que ahora vuelven a existir restricciones que se autoimponen los ciudadanos para evitar el increíble e inexplicable incremento de las facturas de la luz. Tampoco lo explica el ministro del ramo, que ni sabe ni contesta ni se le espera, ese inefable y joven Garzón, responsable (¿?) del consumo. En esta época canicular la gente no enciende sus aires acondicionados, por temor al varapalo del precio del kilovatio hora; el personal se abstiene de los asados por miedo a que la paletilla le cueste un ojo de la cara; las lavadoras solo se ponen en fin de semana para ahorrar unos céntimos en una factura que sigue siendo inexplicable pese a las tres hojas de que consta y que introduce novedades y conceptos para encubrir el abuso que se comete con los ciudadanos por parte de las compañías oligopolísticas cuyos consejos de administración pueblan expolíticos condescentientes y bienvivientes que ni entonces ni ahora hicieron ni hacen el más mínimo esfuerzo por enderezar y poner orden en un sector como es el eléctrico que siempre ha campado por libre en este desgraciado país.

Así que prepárense para nuevas restricciones, que acabarán por llegar. Como aquellas de la posguerra, serán restricciones de los tiempos oscuros. Como los de ahora. Por si acaso, compren velas.

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