Canción de amor y verano

'Canción de amor y verano'
'Canción de amor y verano'
Pixabay

La semana pasada les contaba que si vas a una playa de piedras sin una tuneladora para hacer el agujerito de la sombrilla, lo más fácil es que cada dos minutos la veas salir volando. 

Nosotros optamos por atarle la funda rellena de piedras a una varilla para que, si llegaba un mal golpe de viento, al menos no tener que salir corriendo detrás. Mientras buscaba las piedras pensé en que estaba veraneando como lo hacían en Atapuerca y si no me frenan, acabo yendo a pescar con un palo afilado para tener algo que comer.

La cuestión de la sombrilla no es menor pues me pareció buena idea no echarme crema solar en las piernas: no me depilo y me acabo haciendo un mejunje entre los pelos y el potingue que me quedan unos rizos que dan ganas de ponerme unos lacitos. Así que allí estaba yo, con la sombrilla torcida como la espalda de Ángel Cristo, zozobrando, y mis pies asomando por un rincón soleado, refrescados por una brisa y un agua marinas que disimulaban los terribles lamentos del día siguiente. Ya en el hotel E. me dijo que tenía las piernas como rojas y antes de cenar me dijo que directamente parecía un flamenco. Y era verdad. En el paseo de la tarde ya me notaba cierto escozor a cada paso y por esos prejuicios patriarcales, me pareció mal pedirle a ella que me llevara al hotel en brazos. Al día siguiente, las quemaduras habían evolucionado a preguntar en recepción si tenían un gotero y suero. Lo que pasa es que en vacaciones hay que aprovechar y nos fuimos, cómo no, a otra playa (de piedras).

Yo, que me había comprado unos escarpines para evitar dolores infernales en la planta de los pies, no caí en la cuenta de que el escarpín es ajustadito como una media, así que lo que no me dolía por abajo, me ardía por arriba. Eso me hacía caminar por la playa como si me estuviera metiendo todo el rato en agua fría. La cosa es que para que E. no notara que lo estaba pasando mal, a veces me daba por girarme desde la orilla para saludarla, una táctica que a ojos de la playa entera la hacía parecer mi monitora. Me acordé entonces de la canción de Javier Krahe: "Nos ocupamos del mar y tenemos dividida la tarea, ella cuida de las olas yo vigilo la marea". Y pensé que las canciones de amor y verano existen para reconquistar los corazones socarrados de tanta realidad.

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