Sanchismo y decadencia

Opinión
'Sanchismo y decadencia'
Krisis'21

A ETA le dio igual el vicedictador Carrero Blanco que el socialista Ernest Lluch, el torturador Manzanas que las niñas Barrera Alcaraz, el cocinero Ramón Díaz que el profesor Fernando Buesa, el magistrado Tomás y Valiente que la guardia civil Irene Fernández, el comandante Manuel Rivera que el concejal Miguel Ángel Blanco, la abandonista Dolores González que el policía Eladio Rodríguez, el periodista de izquierdas López de Lacalle que Javier Ybarra, presidente de ‘El Correo’. 

Bildu no es ETA pero cuanto queda de ETA, que no es poco, anida en Bildu. Por eso es su apoyo repugnante.

En otro plano que exige distinguir, es verdad que los partidos comunistas españoles no son estalinistas, pero hay neoestalinistas en ellos. George Steiner lúcidamente explicó –no fue el único, pero sí el más certero– la banalidad de las distinciones de fondo entre el terror de Stalin y el de Hitler. Dos gobernaciones que, entre otras barbaridades, practicaron un antijudaísmo implacable. ¿Tanto importa cómo, si vistiendo el antijudaísmo de ‘antisionismo’ –caso soviético– o decretando la subhumanidad de una ‘raza’? ¿Tanto pesan los porqués de su inhumanidad? ¿Tantos distingos hay que hacer con el nacionalismo criminal de ETA?

Felipe no quiso

En marzo de 1996, los nacionalistas vascos y catalanes vendieron sus escaños a José María Aznar, ganador de las elecciones. El PP tuvo 9,7 millones de votos, casi el 39%, que le valieron 156 diputados. El PSOE de González, tras 14 años de gobierno, recibió 9,4 millones, casi un 37 % de las papeletas, y ganó 141 escaños. En su (pequeño) clímax electoral, el PCE de Julio Anguita, eje de la coalición Izquierda Unida, dispuso de 21 diputados y 2,6 millones de papeletas. Pujolistas y sabinianos sumaron otros 21.

González no intentó el acercamiento. Conocía bien al comunista Anguita. Este quería la movilización anticapitalista de la calle e ideó la burda y eficaz alegoría de las dos orillas: en una, la buena, estaba él. En la otra, el PP y el PSOE, Aznar y González, tal para cual. Gestores del capitalismo desaforado, ambos merecían su desprecio y su recelo. El radicalismo doctrinario, del signo que sea, no se aviene con los matices, es maniqueo y de eso extrae su fuerza. Buscaba Anguita, además, una España federal, republicana y, como declaró en 1997, con reconocimiento a quien lo pidiera del "derecho de autodeterminación de los pueblos". En similares términos figuraban esas mismas cosas en la Constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y ya se sabe cuán rudamente interpretó Stalin ese derecho de soberanía y el espíritu federal, con efectos que aún sufre la Federación Rusa.

González y Guerra nunca quisieron pactar con el PC, ni siquiera con el de Carrillo, que había atravesado con éxito, y desde una oposición a Franco que le costó muy cara, una interesante evolución. Primero, la llamada a la ‘reconciliación nacional’, hoy herida por el coincidente entusiasmo cainita de Zapatero, Podemos y el sanchismo; luego, la renuncia a las ansias dictatoriales de clase ("Dictadura, ni la del proletariado"); y, en fin, el forzoso eurocomunismo a la italiana.

Pedro Sánchez, desde su paupérrima base parlamentaria de 122 diputados, ha pagado por estar en la Moncloa altos precios con gran perjuicio político para el PSOE

PSOE desnaturalizado

Los socialistas y los comunistas históricos vivieron el final, desastroso para las izquierdas, de la guerra civil y la experiencia desoladora del Frente Popular. Subsistieron, de modos diversos, durante el franquismo. Participaron en la oposición a la dictadura -el PSOE, de modo imperceptible– y protagonizaron, desde sus respectivas plataformas internacionales, las condenas al régimen. Con todo y eso, el PSOE basado en su larga experiencia, rehusó con firmeza gobernar con los comunistas. Incluso en 1996. El tema estaba, de modo axiomático, fuera de discusión. Hasta que el doctor Sánchez, desde la miseria parlamentaria de sus 122 escaños, ha roto la regla para poder sentarse en el banco azul.

Ese partido socialista se ha desnaturalizado: repudiar a Redondo Terreros, a Leguina y a Trapiello es andar en vías de pudrición.

Mientras, Iglesias abandona el histrionismo (Rufián ya lo hizo, pero sin dejar de pedalear) y el debate político no mejora. La nueva y entusiasta líder podemita (y vicepresidenta de Sánchez) confunde infinitud con infinidad. El Congreso llega a cimas de excelsitud: si uno cierra los ojos, parece estar oyendo un debate entre gigantes: Esquines Sánchez le dice a Demóstenes Casado que se le está poniendo cara de Albert Rivera, dicterio ingeniosísimo; y el insultado le retruca que él la tiene ya de Zapatero, apóstrofe en la misma línea de originalidad conceptual. No tienen arreglo.

Queda en pie un formidable reto al que nadie se enfrenta. Ha sido enunciado esta semana en términos taxativos por el gobernador del Banco de España: hay que proceder a un "riguroso saneamiento de las cuentas públicas". A ver quién nos dice cómo.

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