Confusión y confianza

Opinión
'Confusión y confianza'
Heraldo

Mañana saldrá el Sol. Seguro. Nadie duda de algo tan obvio. Con nubes y claros, con lluvia o sin ella, con más o menos luz, pero amanecerá. 

La noche terminará al alba para volver con el ocaso. Y eso sucede así, siempre. En todas partes. Ni siquiera tenemos que pensar en ello. Forma parte de la rutinas que damos por seguras. Eso es ‘lo natural’. Nos gusta pensar que la realidad es estable. Nos da seguridad saber dónde está cada cosa, cada punto cardinal. De hecho, es una forma de estar y vivir el mundo. Buscamos estabilidades y las construimos. Y eso mismo sucede con ‘lo social’.

La repetición de rutinas modela nuestros hábitos. Estos se dan por buenos por mera repetición. Esa dinámica se convierte en un mecanismo de organización social que nos lleva sin más. Ni lo notamos, ni lo percibimos. Hace falta pararse a pensar y salirse fuera de la inercia para distinguir lo que damos por seguro. Tardamos en interiorizar las cosas, pero cuando las tenemos dentro, es mucho más difícil cuestionarlas. Alfred N. Whitehead sostenía que una forma de reconocer los avances de una civilización estaba ligada al número de operaciones que se pueden realizar sin pensar en ellas. Construimos, repetimos como autómatas y nombramos lo real sin ‘parar cuenta’ de esa dinámica.

En España estamos experimentando el poco valor de la palabra dada, el descrédito de quienes hablan y quieren gobernar los designios de nuestra sociedad

Fabricamos ‘rituales de interacción’, como diría Randall Collins, y con ellos palabras. Hasta que nos olvidamos incluso de su etimología, lo cual tiene sus ventajas e inconvenientes. Entre las ventajas viene el ahorro de ‘energía emocional’ y de tiempo. Entre los inconvenientes, la vulnerabilidad inherente al mecanismo. Es decir, cuando se conocen los elementos, estructuras y relaciones que operan en un sistema social es más fácil manipularlo. Ahí se comprueba que para domesticar el sistema se han de controlar las palabras. Estas son un instrumento clave. Son la llave del poder y de la libertad. Por eso, quienes quieren dominar juegan con ellas. Orwell lo mostró con claridad creando los ministerios del Amor, de la Paz, de la Verdad y de la Abundancia. Era una ficción. Lo terrible es cuando los dirigentes de carne y hueso no tienen vergüenza en poner las palabras a su servicio, transformando su significado para mentir sin pudor. Y sin memoria, donde dije Diego, digo ahora lo que quiero. Porque el propósito es mantener su posición dominante en la inercia establecida.

Afortunadamente, aunque algunos lo desean, todavía no es posible una ingeniería social que ‘pretando’ un botón nos ponga a todos en fila. Sin embargo, estamos muy cerca. Como apunta Branco Milanovic (2019) en su libro ‘Capitalismo, nada más. El futuro del sistema que domina el mundo’, nos toca pensar cómo resolver la tensión entre capitalismo liberal y capitalismo político (autoritario). Y esto supone un ejercicio difícil, porque cada vez cuesta menos ceder derechos a cambio de pesebres y rentas. Cuanto más cómodos –y elevadas– son, más fácil caer en la inercia. Volviendo a Milanovic, "el objetivo del capitalismo político es sacar la política de la cabeza de la gente, cosa que puede lograrse con más facilidad cuanto mayor es el nivel de desencanto y la falta de interés por la política democrática". Y en ese modelo de gobierno están encantados Xi Jinping, Vladimir Putin y otros autócratas contemporáneos. Si se nos olvida pensar, saldremos trasquilados. La Luna seguirá su ciclo, con sus cuartos menguantes y crecientes. Pero es posible que nos quiten la merienda incluso aquí mismo, sin tener que viajar a la China totalitaria o a otras dictaduras existentes.

El propósito es mantener la posición dominante en la inercia establecida

En esta España nuestra estamos experimentando el poco valor que tiene la palabra dada. Estamos viviendo el descrédito de quienes hablan y quieren gobernar los designios de nuestra sociedad. Tenemos al presidente más mentiroso y falso de nuestra historia democrática. La camarilla que adula a Sánchez, la recua que vive al servicio de su particular interés no es mejor. Tampoco parece haber alternativas. No vamos por buen camino, porque al fallar la consistencia de las palabras, al desajustar las rutinas y al pervertir el valor de lo que se dice, crece la confusión y se quiebra la confianza. Cuando esto ocurre, nada bueno puede suceder. Nos toca despertar y recuperar el valor de cada palabra.

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