Al final de la escalada

Opinión
'Al final de la escalada'
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Hace ahora sesenta años se estrenaba el mítico film francés de Jean-Luc Godard ‘Al final de la escapada’ (‘À bout de souffle’), película de culto, innovadora en el estilo y la técnica del cine y una de las expresiones audaces de la ‘nouvelle vague’. Una de sus líneas maestras es la tensión contenida que supone para el protagonista (un joven Belmondo) su constante huida hacia adelante tras haberse convertido en un fugitivo preso de sí mismo y que se ve confinado en la pequeña habitación de un hotel.

Me viene el título de la película a la mano para que, empleando una leve paronomasia, intercambie ‘escapada’ por ‘escalada’, ya que también nosotros estamos ahora al final de esa escalera que hemos estado subiendo durante unas cuantas semanas y que ahora estamos, por fin, ‘desescalando’, según ese barbarismo lingüístico acuñado por un Gobierno que parece algo iletrado. También se podría comparar este final, que tiene algo de cierto descalabro atolondrado, como el resultado de una alocada huida hacia adelante para mantener en el poder a un Gobierno que ha venido saltando obstáculos a duras penas y con no poco esfuerzo y desgaste; igual que les ocurre a los fugitivos de verdad que huyen de sus malas acciones y se van gastando y agotando a medida que dura su larga y a veces penosa y agónica huida.

‘El final de la escapada’ (película) es un muerto sobre el asfalto. El protagonista de nuestra escalada, Dios me libre ni de pensar que pudiera parecerse, no es otro que el Gobierno que nos ha conducido hasta aquí. Y es de prever que tenga también un final desolador, aunque en las democracias haya mecanismos para paliar la dureza de esos finales: desde las dimisiones hasta las elecciones, pasando por actos de humildad y el plantearse gobiernos de concentración para la salvación nacional.

La tormenta económica que esperamos está retrasando su llegada inexorable sin que se esté informando debidamente a la población de sus consecuencias y su coste, por más que confiemos algunos ilusos en la fortaleza española para resistir y salir adelante en la forma que dibujan cualquiera de las letras de nuestro ilustre alfabeto, incluida la extraña ‘uve’ de la raíz cuadrada. Esa crisis nebulosa e imprecisa, pero sin duda preocupante, será el final de nuestra escalada. Y cuanto más se retrase la puesta en marcha de la economía, más grave y trágica se perfila en el horizonte.

A veces las películas nos ilustran con sus modelos las cosas que pueden también pasar en la vida real; en este caso, al margen de la figura literaria del intercambio de una letra para juguetear con las palabras, el filme de Godard puede mostrarnos un paralelismo entre la escapada que nos propone y la escalada que hemos estado padeciendo en esta España de nuestros pecados.

Quiera Dios que nuestro final no sea nada parecido al amargo y triste final de la película que nos ha servido para el comentario de hoy.

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