Un presupuesto en base cero

Oficinas del Inaem en Zaragoza
'Un presupuesto en base cero'.
Guillermo Mestre

Una de las tareas que el Gobierno tiene que acometer con urgencia es la elaboración de un presupuesto para el ejercicio del 2021. No solo por dar cumplimiento a un mandato constitucional, que viene siendo incumplido, sino por poner un poco de orden y actualidad en nuestras cuentas públicas, en especial dada la situación de hoy; y muy en particular para asignar los recursos disponibles a las prioridades de la nación, que ahora deben estar más claras que nunca. Sin olvidar que también es bueno normalizar la rutina constitucional y encauzar nuestras obligaciones ordinarias de acuerdo con las leyes. No hay que relajarse en estas cosas.

La confección de un nuevo presupuesto con estos tremendos condicionamientos y compromisos es una oportunidad de oro para pensar en esa fórmula del presupuesto ‘en base cero’, que tiene sus pros y sus contras, pero que puede ayudar a separar el grano de la paja hablando en términos presupuestarios; es decir, a eliminar todas aquellas partidas de dudoso, obsoleto o innecesario destino que desde tiempo inmemorial se vienen repitiendo e incluso incrementando mecánicamente. Un presupuesto en cuya elaboración imperase una rigurosa revisión de la necesidad y procedencia de tantas y tantas partidas nos sorprendería por los ahorros que se podrían conseguir y pondría en evidencia los despilfarros con que se viene desangrando nuestro Tesoro Público, que, como es bien sabido, no es tanto etéreamente público como propiedad de todos nosotros, los contribuyentes.

Y si a esa elaboración novedosa se añadiera una decidida voluntad política de eliminar inútiles adherencias y adscribir los recursos a las primeras, urgentes y necesarias exigencias de la nación, estaríamos manejando una herramienta que ayudaría, sin duda alguna, a ir poniendo las bases de la reconstrucción.

Como tantos otros instrumentos de gestión, la idea del presupuesto en base cero nació en el sector privado con la finalidad básica de ahorrar gastos. Lo probaron con fortuna la Texas Instruments y otras muchas compañías norteamericanas; y de ahí pasó a ensayarse en el sector público, quizá con menores éxitos dadas las inercias e ineficiencias de las administraciones públicas. Pero no cabe duda de que si se acompaña de una inequívoca voluntad y determinación política puede resultar de una gran utilidad en situaciones como la presente, en la que se impone limpiar las cuentas públicas de los enormes lastres y corruptelas acumuladas y centrar la atención en los dos o tres problemas esenciales que van a agobiar a nuestra economía en los próximos años. Reducir el gasto público es posible y es una necesidad, no para aflojar la fiscalidad –que también– como alguien podría pensar, sino sencillamente para hacer frente con seriedad a los problemas que se nos vienen encima. Hay que atender a un paro disparatado aunque sea necesario recortar ciertas subvenciones e incluso reducir el boato de los gobiernos. Revisemos a fondo nuestras cuentas. Partamos de cero y eliminemos tanto dispendio innecesario. Aunque duela.

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