Con respiración asistida

Un médico lleva un respirador al Hospital Gregorio Marañón de Madrid.
Un médico lleva un respirador al Hospital Gregorio Marañón de Madrid.
EFE

Miles de personas luchan estos días por recuperar la respiración, con España convertida en una unidad de cuidados intensivos gigantesca, real y figuradamente. Los pacientes graves por el coronavirus lo hacen acompañados por el personal sanitario que se bate el cobre en primera línea. Miles de esos profesionales han enfermado. Es un riesgo inherente a su profesión, pero se ha agravado con la falta de material adecuado que fue denunciada desde el primer momento. Los expertos saben que la protección del personal sanitario es prioritaria, no solo por su seguridad, que también, sino porque son básicos en la contención de la epidemia. Y otro tanto cabe decir de los miembros de las Fuerzas Armadas, desplegados en los lugares más peligrosos, lo mismo levantando hospitales de campaña que desinfectando estaciones de metro y aeropuertos o ayudando a cualquier ciudadano en una situación de peligro.

Por eso es angustioso e incomprensible el retraso con el que están llegando, en la cantidad requerida, mascarillas, gafas quirúrgicas, batas protectoras... La pandemia nos ha hecho ver que España es puntera en fibra óptica pero apenas fabrica material hospitalario. Alemania dio al principio de la crisis la orden de suspender la exportación de este tipo de material. Aquí hemos sufrido, como mínimo, una enorme falta de previsión, un problema más que se une a la demora con la que el Gobierno ha ido aplicando las medidas contra el mortífero virus. La cara luminosa es el aluvión de iniciativas para dotar de material, y de esperanza, a quienes los necesitan: empresas -con Amancio Ortega a la cabeza-, universidades, investigadores, jóvenes que se lanzan con las impresoras de última generación, pymes reconvertidas para fabricar mascarillas, cosméticas que cambian el maquillaje por los geles de manos... En los tiempos de la prisa, hemos dejado atrás cosas muy importantes. Menos mal que la sociedad civil sabe esprintar.

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