Bienvenidos al infierno

Firma de un convenio de colaboración con la Fundación Francisco Luzon.
Firma de un convenio de colaboración con la Fundación Francisco Luzon.
Laura Uranga

Hoy he vuelto a salir de casa dando gritos por esas estupideces que se nos cruzan por la mañana, y me digo que soy una pamplinas porque ya no tengo edad de gruñir y porque a estas alturas de la vida no merece la pena enfadarse por nada –salvo por tu dignidad– y perder un tiempo valioso en un esfuerzo vano. Me lo digo a diario, y me lo echa a la cara Francisco Luzón, exconsejero de Banco Santander, BBV y Haya Real Estate, que cobró de Botín una pensión de 65 millones de euros que ha invertido en una fundación para ayudar a quienes padecen la misma enfermedad que él, ELA. Demoledora, brutal, cruel. «El dinero es como el estiércol: de nada sirve si no se esparce» dice, porque para él «la vida es amor. No como, no hablo, no huelo, no me muevo, pero amo y sueño y amaré la vida hasta el último segundo». Gracias.

Sus palabras son un recordatorio de lo que somos en realidad, apenas nada; de lo que vale el poder o el creerse algo en esta vida; de que nunca debemos minusvalorar al contrario, una filosofía de la que se adolece hoy, con demasiados personalismos. «Es difícil ser humilde» dice la última canción de Willie Nelson que parece escrita también para los Iglesias, Sánchez o Rivera de turno. Falta de humildad que le costó la vida a una leyenda, al general Custer, por subestimar a una coalición de tribus indias encabezadas por Caballo Loco y Toro Sentado muy inferiores en número a su ejército. Falta de humildad para pensar qué mundo tenemos y qué mundo queremos, ahogados hoy en una crisis climática, ahora que este calor asfixiante nos dice a dónde vamos: bienvenidos al infierno.

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