Gabriel García Márquez: veinte dólares, cinco viajes de deseo y aventura y la isla

Random House rescata una novela inédita del Premio Nobel , 'En agosto nos vemos', el relato de una mujer agitada por la comezón de la pasión y el sexo

'En agosto nos vemos' se presenta como todo un acontecimiento.
'En agosto nos vemos' se presenta como todo un acontecimiento.
Violeta Santos Moura / Reuters.

Casi a la vez de publicar ‘Memoria de mis putas tristes’, Gabriel García Márquez (1927-2014) publicó un cuento que podría ser el germen o una parte de su novela póstuma ‘En agosto nos vemos’, que se acaba de editar  y presentar en Madrid con grandes expectativas y con un prólogo de sus hijos Gonzalo y Rodrigo, al cuidado del amigo del escritor Cristóbal Pera. En algún momento, el propio autor –que sí anunció a Carmen Balcells que trabajaba en la pieza– debió desconfiar no se sabe si de su calidad, de la posibilidad de encontrar un final o de sus propias fuerzas, porque la enfermedad lo azotó en sus últimos días.

‘En agosto nos vemos’ es un libro que tiene todas, o casi todas, las cualidades expresivas del Premio Nobel, su meticuloso y musical fraseo, su inagotable capacidad de invención, y buena parte de sus temas, especialmente los enigmas familias, los relatos y las relaciones que emergen desde el pasado, y el amor, que como recuerdan sus hijos quizá «el tema principal de toda su obra». El tema está en sus principales libros como ‘Cien años de soledad’, ‘El amor en los tiempos del cólera’, ‘Crónica de una muerte anunciada’, donde conviven el amor y la muerte casi al mismo nivel, la pasión y la venganza, hasta en el sombrío y exuberante ‘El otoño del patriarca’, aunque ahí el amor es una forma de posesión y de dominio, una extensión del poder.

El libro, no exento de melancolía y de esos secretos que pululan en el fondo del corazón de los personajes (de casi todos), transcurre en buena parte en una isla tropical: la protagonista, que se llama Ana Magdalena Bach, se hospeda una vez al año en varios hoteles, mejor en el Carlton, y le gusta mirar «el horizonte circular del Caribe» desde un cuarto que «era hermoso en la penumbra verde de la laguna».

Con el amor, la música

Si el amor, como se ha anunciado va a estar presente, no lo va a estar menos la música, tanto la clásica –y hay razones para ello en los personajes– como la popular. En su viaje anual, desde los 46 a los 50 o 51 años, Ana Magdalena Bach oirá cantar en directo a Elena Burke y a Celia Cruz, y el baile será uno de esos motivos que explican una de las devociones de los protagonistas. Muchas de las incidencias, dicho sea de paso, transcurren en esos garitos donde se oye todo tipo de canciones –casi igual, además, Agustín Lara que Rajmáninov, pero también Grieg o el ‘Claro de luna’ de Debussy– y donde la gente, hombres y mujeres, se contonean y se seducen, con trajes de lino y bragas de encaje, mientras suenan las melodías que abrillantan de delirio y añoranza la esponjosa memoria.

Ana Magdalena Bach se casó hace tiempo con un músico, de nombre Doménico Amarís («bien educado, guapo y fino, director del Conservatorio Provincial desde hacía veinte años»), con el que lleva una vida más o menos tranquila pero con continuos fogonazos de pasión.

García Márquez apunta, tras el regreso de la isla, con el narrador omnisciente que crea una atmósfera de intemporalidad y belleza casi alucinada, que «ambos vieron a tiempo las amenazas de la ruina, y sin ponerse de acuerdo decidieron sumarle al amor un grano de aventura. En una época solían ir a los moteles de lance, tanto a los más refinados como a los de mala muerte, hasta una noche en que el hotel fue asaltado a mano armada y los dejaron a ellos en puros cueros. Eran inspiraciones tan imprevistas que ella se acostumbró a llevar preservativos en la cartera para evitar sorpresas», escribe.

Gabo quiere llegar al alma de una mujer, que quizá no sabía que andaba a la deriva, en un libro que tiene el barniz y el brillo de su prosa envolvente de gran narrador que, en el fondo, era un inmenso poeta que nos hacía y nos hace volar con las palabras.

Ana Magdalena y Doménico tienen dos hijos: él es músico y toca en diversas orquestas y la hija Micaela, duerme de día y vive de noche, tiene una rara relación con un músico de jazz, pero su auténtico sueño en meterse monja. La relación entre madre e hija es borrascosca; entre otras cosas, porque tenía conversaciones telefónicas de hasta tres horas. Se dice: «Por una casualidad afortunada la madre se enteró de que los telefonemas inagotables no eran con el novio de jazz sino con una catequista oficial de las Carmelitas Descalzas, y lo celebró como el mal menor».

Ana Magdalena se traslada a la isla para dejar flores, sobre todo gladiolos, en la tumba de su madre, que para sorpresa de casi todos eligió ese lugar para pasar los tiempos de su vida y para morir. Ese hábito de la visita será algo así como un tiempo propio para Ana Magdalena, que no acabó Artes y Letras, y que es una gran lectora. Siempre viene con libros: ya sean ‘Drácula’ o textos de Ray Bradbury, Daniel De Foe o la ‘Antología de la literatura fantástica’ de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, entre otros.

Gabriel García Márquez con Mario Vargas Llosa, antes de la ruptura, con José Donoso y sus esposas.
Gabriel García Márquez con Mario Vargas Llosa, antes de la ruptura, con José Donoso y sus esposas.
Archivo HA.

Los viajes y las aventuras

En su primer viaje, sin habérselo pensado mucho, y menos haberlo planificado, «subió a la habitación con el terror delicioso que no había vuelto a sentir desde su noche de bodas» con un extraño, un desangelado a primera vista hombre de negocios. Algo pasó allí, y García Márquez cuenta así algunas sensaciones, que seguro que el lector ya conoce un poco de anteriores novelas: «El aire del cuarto había refrescado por la tormenta, así que se puso la camisola rosa de una seda tan pura que le erizó la piel. El hombre dormido, de costado y con las piernas encogidas, le pareció un huérfano enorme y no pudo resistir una ráfaga de compasión». Después que aquellos dos extraños se enredasen, sucedió algo que será bastante determinante en el destino de la protagonista y también de la novela: «Sólo cuando cogió el libro de la mesa de noche para guardarlo en el maletín se dio cuenta de que él había dejado entre sus páginas de horror un billete de veinte dólares».

Una vez al año, Ana Magdalena regresa a la isla. Y sentirá la necesidad de repetir su aventura. Tiene una comezón, un deseo, una curiosidad, un anhelo febril que le empuja a buscar un nuevo amante. Incluso reaparece un pretendiente del pasado, el doctor Aquiles Coronado, que lo tuvo todo y a casi toda, salvo a ella; si durante un tiempo fue todo un seductor imparable, ante ella ensaya nuevas formas de elegancia. El alcohol, sobre todo la ginebra, ayudan a dar este paso, que para García Márquez va más allá de la sensualidad y del hedonismo, del puro goce carnal. En lo que hace Ana Magdalena Bach hay algo más: la novela escarba en las heridas invisibles de una mujer.

A veces suceden cosas peligrosas: un amante, soberbio bailarín, no era tal, sino un proxeneta y estafador y probable asesino. ‘En agosto nos vemos’ no es la mejor novela de García Márquez, es más bien un cuento largo, con un mecanismo efectivo de reiteraciones, y es un viaje al ansia de una mujer, y su apetencia de ser otra, a las sombras de un matrimonio, pero con todo su lujo de observación, de matices, de detalles y la explosión habitual de sensualidad. Nada es lo que parece ni en «un amor alegre en el que hasta la locura fue admirable» ni en el deseo de regresar a «la habitación donde había sido feliz». Gabo quiere llegar al alma de una mujer, que quizá no sabía que andaba a la deriva, en un libro que tiene el barniz y el brillo de su prosa envolvente de gran narrador que, en el fondo, era un inmenso poeta que nos hacía y nos hace volar con las palabras.

LA FICHA

'En agosto'. Gabriel García Márquez. Edición al cuidado de Cristóbal Pera. Random House. Barcelona, 2024. 137 páginas. 

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