Christer Strömholm, el fotógrafo que retrató la intimidad de transexuales y prostitutas

La Fundación Mapfre acoge una retrospectiva que recoge el trabajo del creador sueco, un hombre que se hacía uña y carne con los retratados para capturar su alma.

Palma de Mallorca, 1959.
Palma de Mallorca, 1959.
© Christer Strömholm Estate

La vida, y también la fotografía, del sueco Christer Strömholm (Estocolmo, 1918-2002), no se puede desligar de un suceso traumático. Cuando solo tenía 16 años, su padre, militar de profesión, se suicidó. La tragedia, a la que se suma su participación en la II Guerra Mundial, causó en su ánimo una fuerte impresión, lo que quedó reflejado en sus imágenes, que se decantaron por un fuerte humanismo y compromiso social. Sus fotos, preñadas además de un fuerte tono documental, huyeron de la distancia y apostaron por el subjetivismo como forma de contar la realidad. "No podemos fotografiar la experiencia ajena", decía Strömholm, que se infiltraba con delicadeza en el mundo de sus retratados para captar su esencia sin intromisiones.

Nacido en una acomodada familia burguesa, sus primeros años fueron tormentosos y estuvieron marcados por el divorcio de sus padres y las pésimas relaciones con el padrastro. "La cercanía a la muerte es el hilo conductor del relato de Strömholm", aduce la comisaria de la muestra, Estelle af Malmborg,

Viajero impenitente, desde muy joven, Strömholm empezó a recorrer el mundo. Después de la contienda, se afincó en París, donde se percató de que el lenguaje fotográfico se amoldaba perfectamente a sus deseos. "Yo no hago fotografías, hago imágenes. Eso es lo que he hecho toda mi vida", solía comentar. Una exposición que se puede ver en la Fundación Mapfre, en Madrid, hasta el 5 mayo y que presenta más de ciento cincuenta imágenes y distinta documentación de archivo, entre la que se encuentra la película 'Blunda och se' (Cierra los ojos y ve), indaga en la biografía y el trabajo de Christer Strömholm: desde su participación en el grupo alemán Fotoform, a principios de los años cincuenta, hasta su fotografía urbana y sus retratos de artistas. Las piezas de Strömholm representan testimonios directos, sin artificios ni dobleces, capaces de penetrar en lo más profundo del subconsciente sin pretender subyugar ni explicar.

Un paseo por la muestra permite observar el trabajo realizado en España, cuando llegó a nuestro país en 1938, en plena guerra civil. Con apenas 20 años, el enfrentamiento bélico supuso un aldabonazo en su conciencia política, hasta el punto de que ocasionalmente hizo de correo de los republicanos.

Su andar errabundo por Japón, Francia, Alemania, Estados Unidos y la India desde finales de la década de 1940 hasta 1967 quedó reflejado en el libro 'Poste restante' (Lista de correos). A finales de los años cincuenta retornó a España, donde trabajó como guía turístico de viajes que partían en autobús desde Suecia. Recaló en Barcelona, Madrid y Palma de Mallorca, sitios donde encontró formidables instantáneas de ambientes urbanos, prostitutas, guardias civiles, marines norteamericanos, curas y niños.

Son imágenes de pobreza que aprehenden la atmósfera de zonas donde el tiempo parece estancado. Algunos de los retratos más emblemáticos de niños proceden de estos recorridos por el país, en los que los chavales, que se desenvuelven en ambientes humildes, no están contagiados por la sordidez. Al contrario, comparecen con alegría e integridad.

A finales de los años cincuenta, Strömholm trabó amistad en París con las transexuales de la Place Blanche y alrededores, cerca de Pigalle. La mayor parte de ellas alternaban en cabarés y se veían obligadas a prostituirse para someterse a costosas operaciones de reasignación de sexo. Strömholm se asentó en una habitación de un hotel donde se alojaban varias de ellas y se dedicó a retratar su cotidianeidad en entornos marginales. Jamás hizo fotos robadas, utilizaba la luz existente o los neones de los locales nocturnos. 'Las amigas de la place Blanche', que dieron título al libro que publicaría en 1983, reivindicaban el derecho a ser ellas mismas; sus retratos hablan de la libertad y del poder de determinar la propia identidad.

Mención aparte merece su estancia en París, adonde llegó por primera vez en 1937, año en que pudo visitar la Exposición Universal, que acogía el pabellón republicano español en el que se exhibía el 'Guernica' de Pablo Picasso. En la capital francesa, el artista afianzó su vocación artística e hizo de París unos de sus cuarteles generales. Regresó en 1947 y entablo amistad con algunos de los más destacados artistas de la época. Su principal fuente de inspiración fue la obra de Brassaï, con quien compartía la obsesión por los fragmentos de texto, los escritos en las fachadas a modo de grafiti, las señales, los carteles y las vallas publicitarias. Sus imágenes de la ciudad se alejan de la visión anecdótica o nostálgica que caracterizaba gran parte de la fotografía callejera de la época. Son, por el contrario, directas y poéticas, sin ser nunca demasiado explícito.

En 1949, el fotógrafo abordó una serie de retratos de artistas para periódicos brasileños y suecos. Se reveló como un artista dotado para diseccionar el temperamento de los retratados: conseguía que Le Corbusier, André Breton, Antoni Tàpies o Antonio Saura se relajaran y se mostraran confiados, sin salir acartonados.

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