arte

Muere Juan Fontecha, el escultor de Ejea que hizo hablar a la piedra

El artista nacido en Extremadura se instaló en Ejea, donde ha desarrollado el grueso de su obra monumental de pequeños formatos.

Juan Fontecha, junto a una de sus obras.
Juan Fontecha, junto a una de sus obras.
Heraldo.es

Si había alguien que quisiera y admirase al escultor Juan Fontecha (Llera, Badajoz, 1947-Ejea de los Caballeros, 2024) ese era el escritor, editor y hostelero Sergio Longás: él comunicaba esta mañana a amigos y conocidos que “ha muerto Juan de un infarto esta noche. Estoy desolado. Mi hermano Óscar está igual de apenado. Estábamos con él todos los días”. Lo decía con la voz entrecortada y era fácil deducir que con lágrimas en los ojos. Fontecha, extremeño de nacimiento, se trasladó pronto con su padre a Ejea, a los catorce años, y vivió en la localidad la mayor parte de su vida. 

Deja una obra abundante monumental: en Ejea de los Caballeros, en el parque y en la plaza de toros, en Zaragoza, en Uncastillo y en el Parque Escultórico de Hinojosa de Jarque (Teruel); allí hizo ‘El abuelo’, en piedra de Calatorao con el lema: “Ese abuelo más abuelo de cada pueblo que se convierte por un tiempo en el símbolo y guardián de las tradiciones y la historia”.

Solía recordar que era hijo de un pastor extremeño “que sabía las cuatro reglas” y que se instaló en Ejea de los Caballeros a principios de los 60. Ahí creció Juan, trabajó en la construcción en algún pueblo de colonización y conoció el arte de los maestros canteros gallegos que iban de aquí para allá con sus punteros, sus mazas, su imaginación y un dialecto propio. Le transmitieron el sentido de este oficio, que para él contenía trabajo, paciencia y misterio.

Si de niño ya sentía la inclinación por el dibujo, sería el joven Ricardo Calero -uno de nuestros artistas más internacionales, con estudio ahora en Fuendetodos- quien le cambiaría la vida. Dio unos talleres en Ejea en una época que se había inclinado más hacia la escultura pura y Juan Fontecha se apuntó. Tenía facilidad, hasta el punto de que solía decir: “La piedra no tiene secretos para mí”. Entró en contacto con Luis García Bandrés, periodisa y crítico de arte de HERALDO, y con Antonio Fernández Molina, escritor y crítico de arte en ‘El Día de Aragón’, y expondría en la sala Torrenueva, en la Barbasán… Su primera muestra fue en 1983. Llamaba la atención por la fuerza primitiva de sus creaciones.

Realizó obra pública y monumental para su pueblo y un díase trasladó a Galicia, y vivió en un remolque, cerca de la cantera de Campo Lameiro, en las afueras de Pontevedra, durante catorce años. Era el artista bohemio que vivía en libertad, casi como el buen salvaje, al que le regalaban arenisca, mármoles, gratino, madera. Aquella fue una época estupenda: vendió mucho y vivió a su antojo.

Hacia 2010 o 2011 regresó a Ejea de los Caballeros: adquirió un taller, que fue su laboratorio de piedras y maderas y de sueños, y compartía casa con una sobrina, profesora. Lo visitamos, precisamente con Sergio Longás, en 2016. Aunque era autodicacta y un escultor de estirpe clásica, se sentía un artista surrealista. Esculpía, explicaba la peculiaridad y la resistencia de cada piedra -le gustaban mucho los granitos, la piedra de Calatorao, sentía debilidad por las piedras brasileñas por sus vetas de colores- dibujaba y recordaba a sus amigos desaparecidos (que escribió de él en abundancia), entre ellos a Fernández Molina, cuya tumba en Casa de Uceda, Guadalajara, decoró.

Sus exposiciones

Juan Fontecha, que era el escultor de Ejea por excelencia como Zacarías Pellicer fue el de Tauste, igual hacía figuración que obra abstracta o talla de madera: roble, castaño, boj. En 2016, en la sala parroquial, expuso 17 obras, con la versátil artista y diseñadora Concha Asín. En el Parque Central y en Aquagraria (Centro de Interpretación del Agua y la Agricultura) tiene varias piezas de gran formato.

Es la web de Escultura Urbana de Zaragoza se dice: “Ante cada piedra el artista se sitúa en diferente actitud y entente. Ofrece rotundos testimonios de rostros, fragmentos o cuerpos completos de un acabado realismo impregnado del matiz de un primitivismo misterioso. Aunque no llega a lo estrictamente abstracto en ocasiones sus formas surgen ajenas a una clara referencia a lo real, cercanas a ritmos de ramas y troncos o a un peculiar ornamentalismo”. En silencio, casi como un monje dedicado a su oficio, intentó hacer hablar a la materia y casi siempre lo logró a su modo: con texturas, con superficies pulidas, con una personal concepción del volumen.

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