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Zaragoza, la ciudad más de paso del mundo: las posadas de San Benito y del Pilar

Fotos Antiguas de Zaragoza cumple 10 años en redes sociales y las posadas en las que se podía dormir y comer en la ciudad a principios del siglo XX

Posada de San Benito.
Posada de San Benito.
Archivo Gastón Ugarte

ZARAGOZA. Parecerá absurdo, pero cuando me hicieron llegar estas viejas fotografías de posadas lo que primero me vino a la mente fue John Wayne sacando el brazo por la ventanilla de la diligencia, a tiros con los apaches. Ambientado en 1880, el filme de John Ford relata un periplo entre Arizona y Nuevo México, cubriendo una distancia similar a la que separa Zaragoza de Madrid.

En España, desde 1828 la Corona ya no ostentaba privilegio sobre las diligencias y abundaban las compañías privadas. A Zaragoza llegaban, entre otras, ‘las Generales’, ‘las Peninsulares’ o las ‘Oriente’, que prestaban servicio parejas a los más prestigiosos establecimientos hoteleros, como el Europa y el Universo, precisando no poca infraestructura. En los viajes a Madrid era necesario realizar 18 cambios de tiro, el primero en el Frasno. Yendo a Barcelona los cambios eran 14 y empezaban en La Puebla.

Nada que ver con las posadas que aparecen en esta página, a las que acudía quien, por serle inasequible un billete de diligencia, echaba mano de un transporte menos cinematográfico, la galera, elemental vehículo de carga en el que los fardos se depositaban en el suelo, a veces consistente en una red de cuerda, y sobre ellos luego, como podían, los viajeros se acomodaban cubiertos por un toldo. De desplazarse a Madrid, cinco o seis días de camino no se los quitaba nadie, aunque tamaño viaje excedía las necesidades de la mayoría de paisanos, que se quedaban en los pueblos próximos, por lo que las grandes cabalgadas de John Ford resultaban innecesarias. Ni en los Monegros ni en La Muela acechaban los apaches. De los bandoleros se ocupaba, hasta donde podía, la Guardia Civil.

Avisa el ‘Diario de Zaragoza’ del 23 de agosto de 1831: «El próximo 27 y desde la posada de San Benito parte para Madrid la galera de Manuel Andrea, que hará escala, entre otros lugares, en los baños de Alhama».

Muchos de los que emprendían tan homérico viaje, lo mismo que la «gente de la tralla», pasaban esa noche en la posada, que aparte daba habitación, comida y lumbre a quienes carecían de domicilio en la ciudad, si bien un Real Decreto de septiembre de 1882 estableció que «tabernas, casas de comidas, posadas y fondas no se reputarán como domicilio de los que se encuentren o residan en ellas y lo serán tan sólo de los taberneros, posaderos y fondistas que se hallen a su frente», normativa no extendida a los hoteles, donde la gente de posibles sí podía residir. La conflictividad social –Zaragoza se tenía por muy reivindicativa– hacían desconfiar a las autoridades de los foranos, si eran pobres. En marzo de 1902 HERALDO DE ARAGÓN anuncia: «Se ha ordenado a todas las fondas posadas y casas de huéspedes que remitan diariamente el gobernador parte con los viajeros que en ella se hospedan». No obstante, con el tiempo se le permitió a los alojados recibir correo y visitas. En marzo de 1909, de nuevo en HERALDO, un joven de 23 años, «bien instruido, sin familia» se ofrecía «sin sueldo para mozo de almacén», dando a los interesados razón en la posada del Pilar.

«El próximo 27 y desde la posada de San Benito parte para Madrid la galera de Manuel Andrea, que hará escala, entre otros lugares, en los baños de Alhama», anunciaba el 'Diario de Avisos' de 1831

En 1856 Espartero vino a Zaragoza a poner la primera piedra de la estación de Madrid. Ponerla, la puso, pero en la práctica su construcción, además de en otro emplazamiento, se demoró hasta el punto de que se inauguró antes la de Barcelona. Esta vez con el Consorte de invitado. Por entonces quien pretendía atravesar España tenía que apearse en una de las dos estaciones, pernoctar en la ciudad y al día siguiente cruzar el Ebro para tomar un tren en la otra. Con la llegada del ferrocarril el trajín de vehículos a sangre iba a menos y las viejas posadas hubieron de adaptarse. El tendido en 1870 del puente ferroviario fue para sus dueños la peor noticia.

Si del tiempo de la imagen hablamos, a la posada de San Benito, sita en el 4 de la calle de la Democracia, hoy Predicadores, solía acudir gente modesta. «Los de la manta a cuadros», decía mi abuelo. Era propiedad de Pedro Bergua, dueño también de las tres casas contiguas hasta la plaza de Lanuza, en la que además regentaba el Café Español, esquinando con la calle de Antonio Pérez. Dicha calle, junto a las fincas de Bergua se eliminó para sacar a la luz las murallas y abrir la Vía Imperial. El resto de la manzana, exceptuando tres pequeños edificios en la calle Abén Aire, fue enrasado en los 90, incluyendo a la vecina posada de San Jerónimo.

La posada del Pilar.
La posada del Pilar.
Archivo Mollat-Moya.

De la posada del Pilar, ubicada en un caserón de aspecto palaciego de la calle homónima, dice el reverso de la presente foto: «Sin igual en economía». A lo que agrega: «Cocina a la catalana para quien lo solicita», así como que «para aquellos clientes que se apeen en la estación del Norte la posada dispone de coche». Fue derribada en torno a 1942 a la vez que lo poco que quedaba de su calle con el afán de dejar lugar a la plaza de las Catedrales. A quien desee situarla le diré que, caso de que algún huésped fantasma albergue todavía, éste pululará por el magnífico zaguán de la Casa Consistorial. No insinúo nada.

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