Las figuras infantiles deslucidas por la decadencia activan lo inquietante. Ocurre con los muñecos de atracciones ruinosas o de viejos locales de restauración y ocio familiar. Con la segunda vía, un elemento ambiental muy estadounidense, han jugado ‘Willy’s Wonderland’ (sangriento filme de 2021 con Nicolas Cage) y, años antes, la singular serie de videojuegos ‘Five nights at Freddy’s’. La adaptación cinematográfica de la saga se sustenta sobre la ocurrente idea de mostrar la faceta asesina de unos animatrónicos que cobran vida en una pizzería abandonada en la que desaparecieron varios niños. Sus diseños inspirados en animales de peluche quedan bajo el filtro de lo fantasmal y lo oscuro, atractiva modulación con la que la productora Blumhouse efectúa otro inteligente movimiento comercial con robots tras impulsar ‘M3gan’. La película, bien llevada por la directora Emma Tammi, entretiene y exhibe detalles vistosos y su intención de servir de iniciación juvenil en el terror y la truculencia.

La narración se centra en el nuevo vigilante de seguridad del lugar, un joven sumido en el trauma y en los problemas económicos que tiene la tutela de su hermana pequeña. El eje expositivo se apoya en la correcta interpretación de Josh Hutcherson y en la cuestión de los sueños como reflejo de lo que obsesiona y de lo que se arrastra, tratamiento que convence a pesar de que asome lo convencional. También lo hace el vínculo con la policía, interesante aunque a la vez represente uno de los lados mejorables, como ocurre con el desenlace.

El perfil de Matthew Lillard aporta alicientes extra a una historia en la que caben el sustrato dramático, la influencia ‘creepypasta’, el humor, los apuntes excéntricos, el misterio, los guiños adorables de naturaleza sombría y el fondo turbio. A este respecto, lo verdaderamente aterrador reside en lo que evoca acerca de las formas que adopta el mal para atraer a los niños.