artes & LETRAS. FILOLOGÍA

En el centenario del filólogo Manuel Alvar

Nació en Benicarló en 1923, fue Premio Nacional de Ensayo con 'Aragón. Literatura y ser histórico' y escribió sus memorias en 'El envés de la hoja'

Retrato de Manuel Alvar, que dirigió la Real Academia Española de la Lengua, en una visita a Zaragoza.
Retrato de Manuel Alvar, que dirigió la Real Academia Española de la Lengua, en una visita a Zaragoza.
Carlos Moncín/Heraldo.

Se cumplen 100 años del nacimiento de Manuel Alvar, zaragozano de pro aunque ‘lo nacieran’ –por seguir el dicho de Clarín– en Benicarló. A los 15 días de haber venido al mundo, sus padres se trasladaron a Zaragoza y, como escribió Lázaro Carreter, «aragonés se hizo». Alvar cuenta muy bien su infancia, adolescencia y juventud zaragozanas en un libro precioso, ‘El envés de la hoja’, que la IFC publicó en 1982. En él nos habla de su paso por el Instituto Goya y de cómo llegaba hasta él desde la calle de Aguadores, en el corazón del Gancho, donde vivía, aunque también le era familiar el barrio del Gallo pues su abuela residía en la calle Palomar.

En el Goya coincidió en las preparatorias con Fernando Lázaro y con él estudió todo el bachillerato. La guerra les trajo nuevos compañeros que «ya no eran aragoneses como nosotros, sino castellanos y valencianos», y también a Félix Monge, «empollón, tan limpio siempre, tan sin despeinarse, tan distante», que llegaría a ser catedrático como ellos.

Sus dos primeros libros (de Larreta y Unamuno) los compró en una librería de viejo de la calle la Libertad. El librero, claro, se llamaba Inocencio Ruiz, y Alvar hace de él una semblanza emotiva y hermosísima (era un «hombre menudo y de pocas palabras (que) resultó ser un hombre bueno»). Nos habla de cuando se fue a estudiar a Salamanca y de su relación con el decano Ramos Loscertales, que le previno de la dificultad de su facultad («catorce años llevamos sin dar un premio extraordinario», le dijo), y le contó todo lo que sucedió con Unamuno en el Paraninfo de esa universidad aquel 12 de octubre de 1936, y la muerte de éste.

En 1946 se doctoró en Madrid con una tesis sobre ‘El habla del campo de Jaca’, que redactó en buena medida en la Residencia Universitaria de esa ciudad altoaragonesa y por la que obtuvo el Premio Extraordinario compartido con Lázaro. En ‘El envés de la hoja’ cuenta también cómo para hacer esa tesis fue buscando palabras aragonesas por los pueblos de la zona: Bergosa, Banaguás, Araguás, Atarés, Asieso… Obtuvo la cátedra jovencísimo y se marchó a Granada para enseñar gramática histórica. Años más tarde se trasladaría a Madrid, donde fue catedrático de Lengua Española en la Autónoma y en la Complutense. Ingresó en la RAE en 1975 y fue su director (uno de los cinco aragoneses de la historia) entre 1988 y 1991.

"Aquí recibió todos los reconocimientos: Premio Aragón de las Letras, Medalla de Oro de Zaragoza, Medalla de Oro de Santa Isabel de Portugal de la DPZ…"

«Mi ocupación habitual es la de lingüista», escribió, y fue efectivamente un lingüista ejemplar, el último de los obreros de la Escuela de Filología que fundara Menéndez Pidal, decía él. Lo hizo prácticamente todo: dialectología (documental y de campo), geografía lingüística, fonética y morfología históricas, edición de textos medievales, crítica literaria, historia de la literatura, investigación de la poesía tradicional castellana y del Romancero…

Estudió a Delmira Agustini (ya en 1958), a Dámaso Alonso, Unamuno, Galdós, León Felipe, Jorge Guillén, Buero Vallejo, las 11 cantigas de Juan Zorro, las endechas judeo-españolas…, lo que excedía con mucho su labor de dialectólogo responsable de los más importantes atlas lingüísticos y etnográficos: Andalucía, Canarias, Aragón, Navarra y La Rioja, Cantabria, Castilla y León…

A Aragón le dedicó múltiples trabajos, además de su ya citada tesis doctoral, entre los que me gustaría recordar su edición y estudio del ‘Bosquejillo’, de Mor de Fuentes, sus ensayos sobre el dialecto aragonés o aquel ‘Aragón, literatura y ser histórico’ por el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura. Aquí dirigió durante casi medio siglo la revista ‘Archivo de Filología Aragonesa’ (que le dedicó a su muerte el número LIX-LX) y aquí recibió todos los reconocimientos: Premio Aragón de las Letras, Medalla de Oro de Zaragoza, Medalla de Oro de Santa Isabel de Portugal de la DPZ…

A diferencia de otros grandes filólogos aragoneses (los Blecua, Lázaro, Egido, Mainer…) fue también un destacado poeta y publicó algunos hermosos poemarios desde aquel ‘Dolor de ser sangre’ que vio la luz en Zaragoza en 1949. Cuando en 1970 publicó en Granada sus ‘Sonetos a 4 viejas ciudades de España’, el primero de ellos lo dedicó a Jaca. Y es que su pasión por Aragón se mantuvo siempre intacta.

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