'Oppenheimer' no es un 'biopic' al uso, pero resulta agotadora

La nueva película de Christopher Nolan relata la vida y obra del padre de la bomba atómica, pero es tan excesiva que se pierde al tratar de mantener un ritmo de tráiler durante las tres horas que dura

Cillian Murphy en el papel de J. Robert Oppenheimer durante la última película del director Christopher Nolan.
Cillian Murphy en el papel de J. Robert Oppenheimer durante la última película del director Christopher Nolan.
Universal Pictures

Lo mejor que se puede decir de 'Oppenheimer', la última película de Christopher Nolan, que este jueves aterriza en las salas de cine, es que no es un biopic al uso. De hecho, el trampantojo es tal que ni siquiera lo parece y eso, creánme, es todo un mérito en el proceloso mundo de los largometrajes que repasan la vida y obra de personajes históricos. Y es que casi todos pecan de lo mismo. Aunque los periplos vitales de sus protagonistas hayan sido fascinantes, cuando se trasladan a una película pierden fuerza porque en muchas ocasiones apenas hay conflicto o peripecia y la cinta lleva a sus protagonistas del punto A al punto B, a menudo de forma cronológica. Piensen en 'Amadeus', la magistral película de época que Milos Forman estrenó en 1984. No es brillante porque detalle a la perfección la vida de Wolfgang Amadeus Mozart, sino porque en ese recorrido dibuja una enemistad ficticia -al parecer eran amigos- entre el genio austriaco y el compositor italiano Antonio Salieri, que aporta una tensión dramática sencillamente deliciosa.

No es gratuito el ejemplo de 'Amadeus' porque 'Oppenheimer' también se vertebra en torno a una rivalidad histórica y, esta sí, real: la de Robert J. Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, y Lewis Strauss, uno de los miembros fundadores del Consejo de Energía Atómica, que se estableció en 1946 con el objetivo de coordinar la investigación y el desarrollo de la energía nuclear en Estados Unidos. A grandes rasgos, Nolan cuenta la historia de Oppenheimer, el hombre elegido para llevar a buen puerto el Proyecto Manhattan, el plan aliado para diseñar y desarrollar las bombas que fueron arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki y que a la postre cambiaron el tablero de juego y pusieron en marcha la carrera armamentística. El éxito de la gesta convirtió a Oppenheimer en un héroe para la nación y, al mismo tiempo, sembró la semilla de la duda y el dilema ético en el científico en torno a su mortífera creación. Años más tarde, sus simpatías comunistas de juventud, manejadas con habilidad por el enemigo, le condenaron al ostracismo casi hasta su muerte.

Inspirada en el 'Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer', libro ganador del premio Pulitzer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin, Nolan escribió en verano de 2021 el guion e inmediatamente recibió luz verde por parte de Universal Pictures para desarrollar la que se ha convertido en su primera colaboración con el estudio. A la búsqueda siempre de una narrativa sugerente y alejada de los lugares comunes, el cineasta se lanza a un montaje arriesgado y atrevido, que salta en el tiempo constantemente, pero mantiene siempre en el foco el desarrollo cronológico y natural de la historia. Así, el espectador asiste a los años mozos de Oppenheimer en Cambridge, se asoma a su estancia en Países Bajos, donde aprendió neerlandés en seis semanas para dar clase, experimenta su regreso a Estados Unidos como profesor en Berkeley y Caltech -allí simpatizó con movimientos comunistas relacionados con la Guerra Civil española-, viaja empotrado a Los Alamos, el pueblo que se construyó Nuevo México para desarrollar el Proyecto Manhattan, y es testigo del desarrollo de la bomba y de las pruebas nucleares, pero también de su caída en desgracia.

El resultado es algo así como un biopic deconstruido, un drama que se encamina, de forma un poco forzada, hacia el thriller psicológico y basa su fuerza en los diálogos, en conversaciones que se completan, revisan o contestan navegando en el pasado, presente y futuro de la acción, en secuencias que aprovechan el color o el blanco y negro para enmarcar determinados momentos temporales e, incluso, perspectivas y que tocan asuntos como el ansia de conocimiento, la excitación de franquear las fronteras del saber y los dilemas morales y éticos, riesgos y consecuencias de no parar a tiempo.

No cabe duda de que el trabajo detrás del guion es enfermizo y milimétrico, aunque el detonante dramático -esa conversación con Albert Einstein a orillas de un lago- se resuelva de forma bochornosa y los dilemas morales se expliciten puerilmente. Nolan ha encontrado la forma de que el espectador siga el curso de los acontecimientos sin problemas, pero el resultado es agotador, como una ametralladora de momentos épicos. El montaje picadito, los saltos temporales, la ausencia casi total de escenas de transición y una banda sonora a cargo de Ludwig Göransson -es el responsable de la música de las dos entregas de 'Black Panther' y de 'Tenent'- en constante apogeo imprimen al conjunto un ritmo de tráiler trepidante, durante las tres horas que dura el largometraje -no se deja nada por contar-, muy difícil de sobrellevar. Nolan fuerza de forma constante el clímax, con grandilocuencia y excesos, pero buena parte de la historia, como ocurre casi siempre, carece de épica y eso acaba causando fatiga.

Un momento de alivio

Curiosamente, el tempo se relaja cuando la narración se aproxima a Trinity, que es como se llamó el exitoso ensayo nuclear que cambiaría el rumbo de la historia, a la búsqueda, esta vez sí, de un clímax. Y aquí no hay nada que objetar porque, más allá del gimmick dramático, es lo que todo el mundo está esperando ver. Se han evitado en la medida de lo posible los efectos especiales generados por ordenador y el sonido y la imagen, de verdad, sobrecogen. Rodada en 65 mm e IMAX, ver 'Oppenheimer' en una sala acondicionada para ello sería lo más recomendable. Hoyte van Hoytema, responsable de la fotografía de películas como 'Interstellar', 'Tenet' o 'Dunkerque', colabora por cuarta vez con Nolan y diseña una puesta en escena que sigue siendo espectacular, pero menos pomposa y más intimista y sencilla que en anteriores ocasiones. Quizá en esta el reclamo del IMAX importe menos.

Donde no hay ningún pero que poner es en el trabajo actoral. Cillian Murphy, que lleva todo el peso del largometraje, está espléndido como Oppenheimer, al igual que Robert Downey Jr. como Strauss. Menos agraciados son los papeles femeninos -Emily Blunt da vida a la esposa insatisfecha de Oppenheimer, Kitty, mientras Florence Pugh encarna a Jean, una psiquiatra con la que el científico mantuvo una tortuosa relación durante años-, pero no tanto por su interpretación como por su desarrollo, de carácter secundario.

'Oppenheimer' tiene muy difícil conquistar la taquilla -ese papel quizá sea más adecuado para 'Barbie', que se estrena también este mismo jueves-. Sus tres horas de duración pesan, pero lo que verdaderamente cae como una losa sobre el espectador es el abuso del montaje y de la música para imprimir una épica y una tensión que casi nunca se corresponden con lo que sucede en la pantalla. Nolan ha asumido muchos riesgos, y eso siempre es de agradecer, pero el resultado es agotador y llevará al límite la paciencia de muchos de los espectadores.

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