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El óleo con carbón de Ariño que llegó hasta el Carrousel del Louvre

El artista autodidacta José Blesa Blasco pinta con una técnica propia consistente en mezclar carbón turolense con aceite.

El pintor José Blesa con uno de sus cuadros con carbón.
El pintor José Blesa con uno de sus cuadros con carbón.
José Miguel Marco

Hasta que se jubiló con 43 años de su trabajo en la mina de Santa María de la Sierra de Arcos de Ariño, José Blesa Blasco no había cogido un pincel en su vida. Al contrario, desde el colegio prefería las ciencias a las letras o lo artístico. Pero al ingresar en esta nueva etapa vital descubrió una vocación pictórica autodidacta y amateur que le ha llevado a exponer en una feria de arte contemporáneo celebrada en el Carrousel du Louvre y en una de las iniciativas satélites a la feria Arco que se acaba de desarrollar en Madrid. Además, ha inventado una técnica consistente en mezclar el carbón de su localidad con el óleo.

Ariño, mina y carbón son los tres conceptos que definen su existencia. “Mis abuelos, Higinio y José, fueron mineros en Ariño. Mi padre, José, también. Y yo trabajé allí durante 19 años en el mantenimiento eléctrico”, explica. 

Desde niño, fue testigo de la dureza de aquel oficio. “Las condiciones eran terribles. Mi padre comenzó a trabajar a los 13 años. Iba cada día andando a la mina. Siempre contaba que el primer día había nieve hasta la rodilla. Y los que venían de Albalate lo hacían también caminando 18 kilómetros de ida y 18 de vuelta con la sierra de Arcos por medio ya que no había transporte público. Recuerdo el olor a minero, cuando no había agua corriente y calentábamos el agua en el fuego de la cocina para que se lavaran”, rememora.

José puso tierra por medio a los 14 años para estudiar en las universidades laborales de Huesca y Tarragona y desde los 18 cursó en Zaragoza Ingeniería Técnica Eléctrica. Al concluir su formación, regresó a Ariño y a la mina, donde trabajó durante dos décadas. “Afortunadamente, las condiciones fueron mejorando mucho”, puntualiza.

Con su prematuro retiro, abrió nuevos caminos. Se volcó con la agricultura en un huerto, se interesó por la paleontología, dando con una cabeza de uro que se exhibe en el Museo de Ciencias de Zaragoza, y afloró su pulsión artística.

Del dibujo al óleo

“Comencé dibujando a lápiz para coger destreza, de una forma totalmente autodidacta. El siguiente paso fue aprender a pintar al óleo en un estudio en el barrio de San José de Zaragoza al que sigo yendo tres veces por semana. El primero fue un paisaje de montañas con un río. Iba bastante perdido, no sabía por dónde tirar, pero es cuestión de práctica y esfuerzo”, relata.

Inquieto por naturaleza, no tardó en forjar una nueva técnica que fusionaba sus dos pasiones, la pintura y Ariño. “Iba a pintar el cuadro de un minero y se me ocurrió mezclar el carbón de Ariño con el óleo y el aceite. Me gustó mucho el resultado y he ido perfeccionado el método”, comparte este integrante de la Asociación de Artistas Plásticos Goya de Aragón.

El proceso es el siguiente: “Cojo carbón del que sigue aflorando en Ariño, dejo que se seque al sol durante un año para que pierda la humedad. Entonces lo machaco con un mortero de bronce y lo mezclo en un recipiente con el óleo. En lo artístico, se nota en la textura y le da volumen a la pintura. Y en lo sentimental me emociona porque me acerca a mis raíces y porque es mi humilde y pequeña aportación al mundo del arte”.

Sus obras y su técnica captaron la atención de la galería barcelonesa Imaginarte, dirigida por la pintora argentina Victoria de la Serna. Un vínculo que le ha permitido exponer la pasada semana el cuadro ‘El bosque eterno’ en la Feria Artist 360, que se celebró paralelamente a Arco, en Madrid. 

Y, sobre todo, en octubre del año pasado le abrió durante tres días las puertas del Carrousel du Louvre, situado junto al Museo del Louvre. “Tuve el privilegio de mostrar el óleo ‘Ariño minero’ en una feria de arte contemporáneo que se celebró en una de las salas del recinto parisino. Cogí un tren en Barcelona y, tras siete horas de viaje, llegar a París me hizo muy feliz. No me lo podía perder. Además de la ilusión de tener una obra mía en un lugar tan importante, me permitió conocer a pintores que admiro muchísimo, como el mexicano José Luis Feliciano, que utiliza el humo en sus cuadros”, cuenta.

Unos hitos que saborea con satisfacción y naturalidad. “Me siento muy orgulloso por mi familia, mis amigos y mis vecinos de Ariño. El carbón cambió la historia de España durante un siglo y no hay que olvidarlo jamás. Es un legado que llevo dentro y que me acompañará siempre. Es un sentimiento. He logrado que, ahora que no hay carbón para quemar, lo hay para pintar”, concluye.

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