Louisa Holecz: "Me gusta trabajar en el taller y me siento conectada al presente"

Afincada en Zaragoza desde hace dos décadas, presenta en La Casa Amarilla una muestra sobre la vida y la obra de Camille Claudel (1864-1943).

Louisa Holecz es una pintora de la emoción, la sustancia y de una belleza muy física
Louisa Holecz es una pintora de la emoción, la sustancia y de una belleza muy física
Javier Oliván Lázaro

Una de las mejores artistas vivas de Zaragoza es Louisa Holecz. Nació en Londres en 1971 y se instaló en la ciudad hace más de veinte años. Madre de dos hijas, Bella y Sabina, su padre era húngaro y su madre portuguesa de Funchal, la capital de Madeira, Laszlo y Fernanda. Él, nacido en 1938 en Szentgotthárd (Hungría), tras la invasión de su país por Rusia en 1956, salió un día de casa, con dos pantalones y dos chaquetas, y una pequeña maleta y llegó a Austria. La Cruz Roja lo mandaría a Londres, donde trabajó de limpiacristales y luego de cocinero en un restaurante húngaro que frecuentaban muchos periodistas, políticos del Partido Laborista y actores y actrices, entre ellas Julie Andrews. Ella fue contratada como cuidadora de niños por un matrimonio judío de Inglaterra que veraneaba en Funchal; tenía tan buena mano que le pidieron que se fuera con ellos a Londres. Y un día, en una sala de fiestas, Laszlo y Fernando se cruzaron bailando el twist y allí empezó todo.

De esa unión nació usted en 1971.

Sí y luego también mi hermana. Cuando llegaba el verano, nos íbamos a Funchal y también a Szentgotthárd. Un año a cada sitio. Cuando nací, teníamos una cuna y me llevaron con pocos mes a la tierra de mi madre. Nos instalábamos en una casa cerca del mar, humilde, pero cobijada por plátanos y lo pasaba muy bien. En la casa de mi padre, sucedía lo mismo.

¿Le marcaron esos viajes y las estancias?

Siempre he tenido la sensación de que no era de ningún sitio. Ni me sentía londinense del todo, ni portuguesa ni húngara. La convivencia de tantos mundos me enriqueció: era como si bebiera varias culturas con mucha naturalidad.

¿Qué le debe a su madre?

Era maravillosa: le gustaban mucho los fados, la comida portuguesa, sobre todo el bacalao, y Fernando Pessoa. Y además, como su familia, hacía bordados espléndidos que adquirían los turistas ingleses en Funchal. Era protectora y optimista. Te daba ánimos. Fue una mujer sacrificada: su padre murió muy joven y mandaba dinero a los suyos para salir adelante.

¿Y su padre?

Lo veíamos menos. Estaba fuera de casa desde las once de la mañana hasta las once de la noche. Se acabaría convirtiendo en un gran cocinero. Le apasionaba la música, especialmente Elvis Presley, que aún le emociona ahora. Mi madre ya murió, pero él vive en Londres.

¿Desde cuándo sintió la llamada del arte?

Desde niña. Siempre he dibujado, y tuve una profesora de arte que elogiaba mis dibujos. Decía que eran fluidos y amenos. Y fue ella quien descubrió que era capaz de hacer murales. Entre los 8 y los 16 años hice los decorados para los montajes teatrales del colegio. Llegué a hacer piezas de dos metros de alto por cinco de largo. Obras figurativas, claro.

Está bien el matiz porque la pintora que conocemos, que también hace instalaciones o pequeñas esculturas, parece moverse muy a gusto en la abstracción.

Estudié cuatro años de Bellas Artes. Primero en Westminster, Harrow, y luego en Farnham, en Surrey. Fueron años intensos, donde experimentaba con la fotografía, la ‘performance’, la escultura. Eran los tiempos de Damien Hirst, Sarah Lucas, Tracy Emin y Gary Hume, artistas de la provocación y de lo conceptual.

¿Era eso lo que atraía?

Quería aprender, buscaba mi camino. Pero tenía otras fuentes también, como Luis Buñuel y Francisco de Goya.

¿Louisa, no estará acomodando sus recuerdos a su biografía posterior?

No, no. En absoluto. Un tutor debió sugerirnos una película de Luis Buñuel: cuando vi ‘Belle de jour’ me fascinó. Y otras películas como ‘La Vía Láctea’, ‘El discreto encanto de la burguesía’ y ‘Tristana’, entre otras. Luis Buñuel tenía algo perturbador que me atrapaba.

¿Y Goya?

Me atrajo desde siempre. En particular las Pinturas Negras, esos cuadros me producían un punto de melancolía e inquietud. Todo lo que te produce una sensación dulce, placentera, de fácil asimilación o de tranquilidad, es como una especie de anestesia. Y yo quiero otro tipo de arte.

¿Cuál, cómo ha de ser?

Quiero un arte que te haga vibrar, que te despierte las emociones, que te retuerza los intestinos, que te haga pensar y que te conecte con el presente y sus contradicciones. Y eso me sucede con casi todo Goya. Recuerdo que vi una exposición del artista en la National Gallery. Vi uno de sus autorretratos y tuve la sensación de que viajaba en el tiempo. No era que yo trajese a Goya a mi época, sino que él me llevaba mágicamente a la suya.

"Estoy integrada en Zaragoza. Es la ciudad donde quiero vivir. No podría vivir en otro sistio"

Creo que también le interesan artistas como Lucian Freud y Louise Bourgeois.

Sin duda. Ver un cuadro de Lucian Freud es como adentrarse en una carnicería, contemplas hasta las costillas. Y cuando ves su obra en directo, con esos relieves, con esos hachazos de pincel, ¡qué descarnada! Y de Louise, entre otras cosas, me gustaba el vínculo con su madre, que hacía aquellos bordados impresionantes. He presentado bordados en mis exposiciones porque me conectan con los muertos de mi familia.

Sigamos, hacia el 2000 llegó a Zaragoza.

Conocí a Fabio en Benidorm en agosto de 1999. Nos citamos después en octubre, y en pocos meses después ya nos casamos. Vinimos a vivir aquí, y tuve a mis dos hijas, de 22 y 18 años ahora. Fue un período de intensa maternidad, de casa y parque. No conocía a nadie ni hablaba español. Y en 2008, empecé a exponer.

No podemos contar todas sus muestras pero sí expone ahora en La Casa Amarilla: ‘Prélude á un éxil’.

Sí. He hecho homenaje específico a la violonchelista Jacqueline Dupré, a las poetas suicidas Florbela Espanca y Sylvia Plath, y ahora a Camille Claudel, la escultora, una mezcla de drama y melancolía, de vulnerabilidad, hipersensibilidad y de inmensa energía.

¿Por qué elige esas criaturas extremadas?

Sobre todo porque son brillantes. El drama viene luego, quizá por su condición de mujer. Camille Claudel es una mujer increíble, y yo quiero ir más allá de la visión romántica de sus amores con Rodin, y quizá con Debussy. O de su amistad con Rilke. Mi homenaje es múltiple y variado: pasa por los lienzos, por los dibujos, donde uso polvo de mármol, óxido rojo, carboncillo, yeso y cera, elementos materiales que ella usó en sus obras, y también he hecho una instalación con los libros que leyó o que pudo haber leído. Ese proyecto completo, mucho más amplio, lo expondré en 2024 o 2025 en el museo Pablo Serrano.

Es usted una trabajadora incansable.

El arte me empuja a levantarme de la cama cada día. Es capital en mi vida. Para pintar se necesita mucha energía, mental o espiritual, estar en disposición para acceder esa zona de autopilotaje, y se necesita una gran energía física. Me encanta trabajar en el taller, estoy feliz, cómoda, y me siento muy conectada al presente.

¿Qué le da Zaragoza?

Estoy integrada. Esta es la ciudad donde quiero vivir. Tengo la sensación de que ahora no podría vivir en otro sitio.

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