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Domingo A. Martínez: "Los cuentos me permiten de mayor libertad que las novelas"

El zaragozano, autor de ‘Un ciervo en la carretera’ (finalista del Setenil), que  reside en Tudela, logra un valioso premio de microrrelatos en Burgos

Domingo Alberto Martínez, en una visita reciente a su ciudad, Zaragoza.
Domingo Alberto Martínez, en una visita reciente a su ciudad, Zaragoza.
José Miguel Marco.

Nació en Zaragoza en 1977 y ahora reside en Tudela. ¿Recuerda desde cuándo escribe?  

Nací en la calle Gregorio García-Arista, escritor costumbrista aragonés a quien aprovecho para reivindicar desde estas líneas, y me crié de la mano de mi abuelo ‘alcorzando’ por la Arboleda de Macanaz y el parque del Tío Jorge. Al principio me expresaba dibujando; de hecho, la pintura sigue siendo muy importante para mí, aunque ahora veo los toros desde la barrera. Pronto aprendí a leer y mis primeras lecturas, los ‘Don Mikis’ del kiosco, los ‘Astérix’ y ‘Mortadelos’ que más que leer, devoraba, avivaron mi fantasía. Saltar de fray Perico y el pirata Garrapata a bosquejar mis primeras historias fue para mí algo natural.  

¿Quién le marcó, en la Universidad de Zaragoza y en su contexto de lecturas? 

Hablar de un profesor en particular sería silenciar a todos los otros, así como destacar solo a los profesores que conocí en la universidad. Charlar sobre literatura medieval en una clase que casi es un puñado de amigos con Juan Manuel Cacho o discutir sobre el papel del dinero en ‘La Celestina’ con Mª. Jesús Lacarra, analizar un soneto de Cervantes con Alberto Montaner, escuchar a Enrique Serrano Asenjo, Vicente Lagüéns, Juan Carlos Ara Torralba o a David Serrano-Dolader, o asistir a una clase de teoría de la literatura impartida por Luis Beltrán Almería, más que una obligación fue un privilegio que debería estar catalogado como Bien de Interés Cultural y subvencionado por el Departamento de Cultura. Podría decir que en las clases de literatura de Maristas amplié el horizonte de mis lecturas; en la universidad, lo profundicé.  

Sorprendió con ‘Las ruinas blancas’ (2001), Premio Isabel de Portugal. Tenía 23 años. ¿Cómo se gestó ese libro?  

Como suelen suceder las mejores cosas en la vida y casi todas en la literatura, por casualidad. Yo siempre me he considerado novelista. Recuerdo que en aquellos años previos a la universidad yo solía pasear por el Casco Viejo. Me gustaba perderme por sus callejuelas, andar sin destino y encontrarme de repente a los pies de San Pablo, desde cuya torre se disfruta de una vista singular de Zaragoza. Me sobrecogía el desamparo de algunas personas, el olvido cotidiano, el desmoronamiento de edificios históricos postergados por la codicia o la ignorancia. Empecé a escribir relatos ambientados en la parroquia del Gancho, entre la plaza de Santo Domingo y el Mercado Central, lugares por los que pululaban personajes tomados directamente de la realidad. ‘Las ruinas blancas’ surgió así, como un relato.

¿Así, cómo?

De un relato que se titulaba ‘La inocencia perdida’ y obtuvo el premio de narrativa de la Junta Municipal del Casco Histórico. Me gustaba aquella historia del Antonio, un hombre que sale de la cárcel de Torrero el día de Nochebuena y busca la vida que le arrebataron años atrás, y, sobre todo, quería darle espacio al señor Angulo, un viudo solitario que lo acaba acogiendo en su casa; y el relato creció hasta convertirse en una obra que no había previsto. Esa es una de las cosas más bonitas de la literatura; si le das tiempo a lo que estás haciendo, si lo dejas respirar, al final acaba por tener vida propia y escoger su propio camino. 

¿Por qué se inclina hacia el relato? ¿Qué le dan los cuentos? 

He escrito relatos desde que empecé con la literatura, y disfruto tanto haciéndolo como con las novelas. Siempre me han permitido explorar, gozar de una mayor libertad que las novelas. Los he ambientado en el mundo rural aragonés, en la Guerra Civil, he escrito relatos históricos y de ciencia ficción, he jugado con la prosa poética y con la estructura de una pieza de teatro. Los he utilizado como laboratorio de ideas, de campo de pruebas, y una vez que me he asentado en un terreno que no conocía, he empleado lo aprendido en otras obras distintas, a veces novelas, a veces nuevos relatos. 

¿Por qué llama antología a ‘Un ciervo en la carretera’ (Libros.com, 2019) y no lo defines como un libro de cuentos? ¿Antología de otros libros, de su obra en marcha?  

‘Un ciervo en la carretera’ son cuentos, sí, pero no es solo eso. De alguna manera recoge la búsqueda de estos últimos años, una etapa complicada, porque han sido años de cambios y también, sobre todo al principio, de puertas cerradas, miedos y frustraciones. Los relatos que componen la obra los empecé a escribir cuando me convertí en padre y decidimos mudarnos a Tudela, de donde es mi pareja.  

¿Le ha sorprendido que un libro autoeditado haya sido finalista del Setenil? 

Tengo que aclarar que ‘Un ciervo en la carretera’ no es un libro autoeditado, sino que fue producto de una campaña de ‘crowdfunding’. La editorial Libros.com, de Madrid, especializada precisamente en este tipo de publicaciones a través de micromecenazgo, conoció el proyecto, le interesó y me propuso llevar a cabo la campaña. Más tarde, con ‘el ciervo’ ya en librerías, María Oset, directora de editorial Eunate, de Pamplona, me hizo llegar las bases del premio Setenil (los Óscar del cuento, he leído por ahí en un titular un poco rimbombante), y decidí que no perdía nada participando. Y bueno, aunque yo siempre me presento a los premios para ganar, tengo que reconocer que, más que una sorpresa, fue un orgullo estar entre los diez finalistas.  

Acaba de ganar el I Premio de Microrrelatos de la Caja Rural de Burgos entre 700 candidatos de España y del mundo. ¿Qué lugar ocupa el género en su obra?  

Una de las cosas que más me apetecía hacer, por lo que conllevaba de reto personal, era enfrentarme con los microrrelatos, llevar la brevedad, la concisión, hasta el último extremo. Lo hice al principio con cautela, sin atreverme a compartirlos, ¡a mis 40 años y después de todo lo que había escrito! Decidí empezar a publicarlos en mi bitácora, ‘La hoguera de los libros’, un blog de Word Press en el que comparto mi trabajo en marcha, y ante las buenas críticas que recibían, decidí en el último momento incluirlos en la antología para aligerar la lectura y que sirvieran de contrapunto a los relatos más largos.

¿Qué te da la escritura? ¿Qué significa para usted cultivar la ficción?  

Escribir es mi forma de ser. Yo soy un cuentacuentos, un juntaletras. Es lo mejor que hago. En realidad es lo único que se me da un poco bien. 

Vive en Tudela y parece más inmerso en las letras navarras. ¿Mantiene vínculos literarios con Zaragoza y Aragón? 

Cierto, vivo en Tudela desde 2012. Pertenezco a la Asociación Navarra de Escritores (ANE-NIE) desde hace unos años y desde enero formo parte de su junta directiva como responsable de ediciones y vocal de la Ribera. Mantengo los lazos afectivos con mi ciudad, claro. Veo regularmente a mi familia y amigos, y Aragón forma parte de mi acervo cultural y es fuente continua de inspiración en mi trabajo. Llevo escritas unas cuantas páginas sobre la conquista de la Saraqusta musulmana en 1118 y hay otro proyecto de relatos ambientados en diferentes épocas de la ciudad.

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