entrevista

Beatriz Lucea: "En mi familia visitar un museo es tan habitual como ir a por el pan"

La museógrafa (Zaragoza, 1972) es consultora cultural y socia fundadora de la oenegé ‘Believe in Art’, que acerca las intervenciones artísticas a los hospitales.

Lucea, fotografiada hace unos días en Zaragoza. guillermo mestre
Lucea, fotografiada hace unos días en Zaragoza. guillermo mestre
Guillermo Mestre

Una fábrica de chocolate, una granja escuela o un aburrido museo. ¿Cuál era su excursión escolar soñada?

Seguramente una fábrica de chocolate. Ir a un museo nunca ha sido un sueño ni una pesadilla para mí. En mi familia ir a un museo es tan habitual como ir a por el pan.

Le viene de pequeña el afán...

Algunos de mis mejores recuerdos de niñez son pasando largas mañanas de verano en el Museo de Zaragoza. Mi padre es un copista excelente y me llevaba con él, en vacaciones. Yo iba con mi cuaderno de dibujo y estaba enamorada secretamente del Príncipe de Viana, de Moreno Carbonero, que entonces se exhibía allí.

Un museógrafo... ¿Qué hace?

Yo digo frívolamente que ponemos bonito el trabajo de los comisarios. Ellos nos dicen ‘qué poner’ y los museógrafos buscamos ‘cómo ponerlo’.

Su labor es transparente...

Efectivamente. Nuestro trabajo ha de percibirse en la piel, sin que el espectador se dé cuenta. El visitante tiene comprender una narrativa, un guion, qué se ha querido contar, disfrutar de las piezas... Todo con una estética coherente, que le acompañe y no le despiste.

¿Cuál es su museo preferido?

Siempre ha sido el Prado. De hecho, bromeo con que me gustaría que parte de mis cenizas se esparciesen por las salas del XIX, la de Van der Weyden o la del Perro de Goya. Es verdad que ahora tengo el corazón partido porque la política de exposiciones temporales del Reina Sofía me fascina.

Cuenta el actor Carlos Areces que fue a admirar la Gioconda y en realidad vio a 500 japoneses...

La última vez que visité el Louvre debí coincidir con él porque me asomé a esa sala y tuve que irme a otras mejores, las de pintura francesa del siglo XIX con Delacroix, Géricault... El museo ya está revisando cómo gestionar el tema porque estas aglomeraciones son bienvenidas en un partido o un concierto donde se contagia la emoción, pero no en un museo.

¿Qué importancia tienen las redes sociales en las exposiciones?

Son una herramienta brutal para difundir el trabajo de los museos, que no es solo exhibir obras. Pero para hacerlo bien se necesitan profesionales. Expertos como los del Rijks, el Prado o el Museo del Romanticismo... Ellos sí lo están haciendo brutal.

¿Usted se hace selfis delante de los cuadros?

Claro, si me dejan, postureo del bueno. Mi intención primera es animar a ver piezas que a mí me han emocionado, divertido, sorprendido...

Hace unos años parece que hubo una pequeña plaga de centros de interpretación...

Sí, fue una moda que vino alentada por los fondos europeos: había dinero y cada localidad quería su museo. Ahora los que se hacen son más reflexionados y con más conciencia de lo que significan.

¿De todo se puede hacer una exposición?

Rotundamente sí. Ahora tendría que decir aquello de «sujéteme el cubata»...

¿Pero hasta de la ropa interior?

Mi último trabajo es la exposición ‘(In)Visible. De la intimidad a la extimidad a través de la ropa interior femenina’ y puede verse hasta el 19 de septiembre en el Centro de Historias. De la mano de la periodista Ana Usieto, hemos trabajado un discurso en torno a la historia reciente de la mujer, utilizando la ropa interior y los ajuares de boda como metáfora de ese devenir. Es fresca y divertida, y lo más importante: nos dicen que ha hecho reflexionar.

El dance de Visiedo, las momias de Quinto, la brujería en Trasmoz… En Aragón, ¿hay calidad y variedad museística?

Hay una gran cantidad de historias que se pueden contar. Pero los museos no necesitan dinero sólo para su inauguración. Hace falta mantenerlos, actualizarlos y ‘menearlos’ para que la gente sepa que existen y pasen cosas. Para eso pocas veces hay presupuesto.

¿Alguna joyica cercana y poco conocida que recomiende?

Me sigue gustando muchísimo el Centro Buñuel Calanda, que proyectaron los compañeros de Línea Diseño junto al entonces director Javier Espada. Y el Diocesano de Jaca y el de Tapices de Zaragoza son tres joyones.

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