TEATRO. OCIO Y CULTURA

Paco Ortega: "El abismo siempre me ha aterrado y me ha fascinado a partes iguales"

Este zaragozano nacido en 1953, es actor, director, crítico, programador de la Expo de 2008. Se confiesa en ‘Memorias de un gamberro antrifranquista’

Paco Ortega publica 'Memorias de un gamberro antifranquista'.
Paco Ortega acaba de crear una nueva compañía teatral.
Archivo Fos.

¿Por qué siente la necesidad de contarse? Lo había hecho otras veces de formas diferentes. Y vuelve a hacerlo en 'Memorias de un gamberro antifranquista' (Mira).

No sabría decirte… Tal vez porque que me hago mayor. Tal vez porque creo que mi vida es ‘contable’. Es decir, que ha sido una vida rica, plena, llena de extremos, buenos y malos. Y, sobre todo, porque es original, en el sentido de que hay muchas cosas que he tenido la suerte o la desgracia de vivir, que no las ha vivido nadie más que yo. 

Leyendo el libro que edita Mira, no queda muy claro, si ha sido hombre de orden o gamberro… 

He sido las dos cosas. Lo misterioso es que lo he sido, y en cierto modo, lo sigo siendo, a la vez. Y que los dos personajes han convivido en una cierta armonía y buen rollo. Yo creo que soy dual, como algunos teléfonos, y en eso tiene mucho que ver las personalidades de mi padre y de mi madre. Con eso, no quiero responsabilizarles en nada a ellos, por supuesto. 

¿Cómo le ha marcado su condición de hijo único? 

Muchísimo. Nunca he echado de menos tener hermanos. De niño, estaba muy bien jugando solo. Esa soledad estimuló una personalidad imaginativa, lúdica, a veces temeraria y, a la vez, cauta. Me sorprende mucho cuando oigo decir a otros hijos únicos que les hubiera gustado no serlo. 

Estudia en dos colegios religiosos. ¿Qué les debe y qué les reprocha? La religión tiene una importancia grande en el libro...

Yo he terminado siendo ateo en gran medida por la incompetencia de la gran mayoría mis supuestos educadores. Con eso está dicho todo.

"Gabriel son muchos Gabrieles. Es un tipo de chico joven que no supo frenar a tiempo, que no supo ver con claridad lo que es la vida. Lo conocí en una triste academia. Pertenece a la raza de dudosos héroes de la heroína"

¿Quién fue Gabriel, por qué fue clave en su vida o en sus recuerdos, y por qué le escribe esa especie de contrapunto de las cartas intercaladas en el texto?

Gabriel son muchos Gabrieles. Es un tipo de chico joven que no supo frenar a tiempo, que no supo ver con claridad lo que es la vida. Lo conocí en una triste academia. Pertenece a la raza de dudosos héroes de la heroína, los muertos sin causa, esa generación, por ejemplo, de rockeros, tipo Jimy Hendrix, Brian Jones, Jim Morrison o Janis Joplin, pero a la zaragozana. Y, en cierto modo, Gabriel pude ser yo. Y digo pude porque siempre he pensado que el abismo me ha fascinado y aterrado a partes iguales. Afortunadamente no resbalé. 

Parece que ha sido, ante todo, un amante del amor o de las mujeres. ¿Cómo explicaría la importancia de tantas en tu vida, desde la vecina Mariví? Es un personaje de 'Amarcord'.

Por la edad, por los viajes, por mi forma de vivir. He conocido a mucha gente, hombres y mujeres. Y siempre he creído, antes de que me invadieran las ideologías, que las mujeres son mejores, más inteligentes y sensibles que los hombres. Mi vecinita Mariví fue la anunciación. La embajadora, la primera de todas, la que me hizo intuir que el amor y el sexo son sublimes. 

¿En qué cree que se ha equivocado? En el libro, la sensación de culpa o error no abunda.

Me he equivocado en muchas cosas, pero no en haber sido un gamberro antifranquista. Al revés: es de las cosas de las que más orgulloso me siento. Otra cosa es que a estas alturas me den mucha pena las víctimas colaterales de esas gamberradas.

Hay algunos ajustes de cuentas, más o menos afectuosos: con La Ribera, con la militancia política, en su faceta de crítico teatral... 

Tal vez, pero más que un ajuste de cuentas es un intento de restablecer la verdad, y en algún caso de defenderme de ataques que en su momento sufrí y contra los que no pude o no supe defenderme correctamente. De todos modos, en mi corazón solo queda un poco de rencor. Tan poco que casi es nada.  

Comenta la respuesta a una crítica teatral suya en ‘Andalán’ a Mariano Cariñena: le replicaron Eloy Fernández Clemente, Emilio Gastón y Labordeta…

Fue tremenda. Eran personas a las que quería y admiraba y me pusieron a caldo. Luego me fueron pidiendo excusas individualmente. Y en el caso de Mariano Cariñena, a quien yo criticaba, he sido durante muchos años admirador, amigo y compañero. Al fin y al cabo lo que yo decía era solo un detalle técnico de uno de sus espectáculos, pero sus amigos salieron en su defensa innecesariamente. El crítico Javier Losilla y el músico Eduardo Paz me defendieron con sus escritos en nombre del sentido común.

¿Qué le ha dado el teatro?

Todo. Una profesión, una vida y, en muchos casos, un goce extraordinario. Pero sobre todo, una forma de mirar el mundo. Una implicación en él y una cierta distancia para analizarlo al mismo tiempo. 

¿Qué ha significado para usted Alberto Boadella?

Un amigo que me ha demostrado siempre un gran cariño y una gran generosidad. Siempre que le he pedido su ayuda me la ha concedido. Tanto al principio, cuando nacía todo en esta ciudad, como durante la Expo. Creo que es una gran persona, como su mujer, Dolores Caminal. Y alguien con quien me lo he pasado en grande. Algo se cuenta en el libro.

"Albert Bodella es una gran persona, como su mujer, Dolores Caminal. Y alguien con quien me lo he pasado en grande"

Vivió un episodio romántico en Ranillas y años después dirigió la programación de espectáculos de la Expo de 2008.  

Cuando trabajaba en la Expo no había día que no recordara que yo viví un tiempo en una casa enorme, en ruinas, con un jardín precioso, justo al lado de la gran chimenea que todavía se conserva. George Harrison, de cuya figura trata mi siguiente montaje, decía: «Nada es casualidad, todo tiene un porqué. En la vida todos son círculos que se van cerrando».

¿Qué hay de crónica general de España en el libro?

Hay mucho de crónica, voluntaria e involuntaria. En el libro se cuenta mi vida, pero contextualizada en una ciudad y en país. Yo he vivido, como muchos otros, en plenas facultades físicas y mentales, los últimos años de la dictadura, la zozobra y la esperanza que supuso la muerte de Franco, la transición, y la llegada de la democracia. También he vivido el desencanto. Hablo de todo eso implícita y explícitamente aquí.

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