muere joaquín carbonell

Se va el cantautor de la ironía y el ingenio poético

Joaquín Carbonell protagonizó una sólida carrera musical en la que sobresalió ‘Con la ayuda de todos’, su mejor disco y en el que sembró sus semillas de presente y de futuro.

Carbonell, junto a Labordeta en el concierto de La Bullonera en el Periferias de 2007.
Carbonell, junto a Labordeta en el concierto de La Bullonera en el Periferias de 2007.
Javier Blasco

¡Demonios, tenía que ser el maldito bicho! Estábamos en contacto permanente por correo electrónico desde hace muchos años y, cuando no, en casa o ahí estaba su Facebook. Con cariñosa sorna, él se dirigía a mí como ‘atleta’ y yo a él como ‘campeón’. Me asombraba su gran estado de forma física, su resistencia y agilidad para hacer cosas, para moverse por un sitio y por otro, ora en la presentación de un libro, ora cantando, ora conversando en un club de amigos, ora viajando, ora removiendo el pasado con esa bendita locura que eran Los Tres Norteamericanos… Y no digamos para mantener la voz tan fresca y rotunda, sin que se le notase ni un gramo ese deterioro que inyecta la edad provecta que, dicen, traen los años cuando se traspasa la raya de los setenta. Un día, se lo pregunté:

—¿Cuál es el secreto, Joaquín, para la garganta?

—Ninguno. No me cuido nada. Los de Teruel somos así —me contestó con su habitual sorna e ironía. O humor, como a él le gustaba encuadrar lo suyo.

Y ha tenido que llegar el malnacido bicho para matar al ‘campeón’, a una persona que a sus 72 años -los 73, lamentablemente los cumplió en el hospital, el pasado 12 de agosto- estaba en una forma física e intelectual esplendorosa.

Afortunadamente, si es que hay alguna fortuna en momentos como este, sigue con nosotros. Parafraseando a Garci, que un día dijo que los actores no mueren, sino que se salen de plano, los cantantes, tampoco mueren, simplemente se salen de los focos. Y ahí están los doce discos camaleónicos que nos deja, una docena de obras magníficas que a partir de ahora cobran todavía más valor y que habrá que reeditar de una vez, especialmente los cuatro primeros.

Es difícil crecer a la sombra de una figura como Labordeta, ese robusto nogal, como bien saben los amigos de la naturaleza, que no deja crecer nada a su alrededor. Pero Joaquín, no solo llegó a la canción popular empujado por el autor del ‘Canto a la libertad’ sino que creció a su lado, haciéndole un corte de mangas al árbol de las nueces, formando parte del trío de oro de la canción popular aragonesa de los setenta, removiendo conciencias y lucha social junto a él y siendo parte de su club de amigos selectos. ‘Querido Labordeta’, fue el título de la maravillosa biografía que le dedicó a través de Ediciones B. ¡Cómo no!

Desde su Alloza natal y desde aquel insólito semillero que fue para la cultura de esta región el Colegio Menor San Pablo de Teruel, con Eloy Fernández Clemente, con Labordeta, con José Sanchis Sinisterra, con Federico Jiménez Losantos…, unos profesores y otros alumnos, se vino a Zaragoza a estudiar Publicidad, pero ya con las neuronas infectadas de música pop y los dedos encallecidos por culpa de las cuerdas de la guitarra. Así que no extraña que, al escuchar a Plácido Serrano en las ondas de Radio Popular, se metiera en el cogollo folk y los anuncios del ‘colacao’ o de ‘colchones pi’ se quedaran para otros con más trilita de vendedor que él.

Y del Club de Folk de Plácido a las fábricas, a las plazas, a las tarimas de los remolques, a las asociaciones de barrios, a los colegios mayores —inolvidable aquella tarde que en el Carmelo nos cantó “que se muera el animal” en referencia velada pero indiscutible a quién iba dirigida, a Franco, claro—, a las iglesias, a las naves, a los corrales… Había explotado en España el boom de la canción popular, de la protesta contra el régimen, y Aragón se subió al carro. Carbonell se olvidó de Elvis y de Peret y empezó a componer y a cantar canciones de compromiso social y político. Se hizo cantautor llevado por la corriente.

Y con este estandarte, llegó a las multinacionales del disco, a la RCA, ni más ni menos. Con ella debutó en 1976 y empaquetó su mejor disco, ‘Con la ayuda de todos’. Bellísima portada de Natalio Bayo y dentro un compendio de piezas, orquestadas exclusivamente con instrumentos acústicos por la Rondalla de la Costa y Toti Soler, en las que el turolense sembraba sus semillas de presente y de futuro, ese Carbonell irónico y a la vez lírico y de honda sensibilidad que escribe unos textos poéticos de gran ingenio. ‘Doña Peseta’, para el jolgorio; ‘Me gustaría darte el mar’, para la emoción íntima. Los dos polos de aquel gran disco y de aquellas canciones que en entregas posteriores fueron perdiendo fuelle debido a la urgencia de los escenarios y de la protesta.

En aquel mismo año, grabó un single, pronto erigido en un hit en sus recitales e incluso en las mismas sinfonolas, ‘Romance de Chalamera’, alegato contra el intento de instalar una central nuclear en el pueblo oscense del Bajo Cinca, una ‘canción-protesta’, como se decía entonces, si bien Carbonell nunca fue un cantante protesta ‘avant la lettre’; de hecho, frente a sus compañeros de pelea fue el que menos textos de combate escanció. Él era más sensible, más poético, más cercano a los vientos dylanianos, a los de Tom Paxton, Pete Seeger, y sobre todo a los de Peter Paul & Mary, amén de sus ídolos pop, desde Elvis a Simon & Garfunkel.

‘Dejen pasar’ (1977), ‘Semillas’ (1978) y ‘Sin ir más lejos’ (1979), irregulares y precipitados, pero con alguna joya que otra en su interior, cerraron su etapa de cantautor ‘verista’, para, años más tarde, en 1982, caer en picado. La riada del fin de ciclo de aquellos cantantes de guitarra de palo se los llevó prácticamente a todos, incluido el de Alloza. Se había acabado la dictadura y la misma Transición y tocaba otro tiempo nuevo, juvenil y nuevaolero, al que la mayoría no supo adaptarse: se acabó el carbón y se imponían los colorines.

Carbonell, junto a Serrat en 2017.
Carbonell, junto a Serrat en 2017.
Raquel Labodía

Pero Joaquín no permaneció como testigo mudo de aquel tiempo en el que, además, de los chicos de la Movida y del rock urbano, emergió un nuevo cantautor con nuevos postulados, Joaquín Sabina. Observó, miró, tomó nota y aprendió en la clandestinidad. Trece años de silencio musical, con el periodismo y la tele como vector y proteína de su nueva vida, hasta que su admirado Brassens lo despertó y lo devolvió a los discos y a la música en vivo. Nacía un nuevo Carbonell, ahora un cantautor urbano que dejaba atrás el ruralismo y, como dice una de sus más bellas canciones, encendió las luces de la ciudad.

Desde entonces, media docena de discos más, a los que el espacio no permite dedicar un mínimo comentario, y un Carbonell al que, por fin, se le reconoce como es debido, si bien han tenido que venir de Cataluña para poner en marcha las hélices del homenaje que, con mucho esfuerzo personal, y “sin la ayuda de todos” —así somos pese a las glosas de orgullo que nos hacemos a nosotros mismos—, culminó en el homenaje que se le tributó en el Teatro Principal a finales de 2019 y del que salió un magnífico y esplendoroso disco-libro, al que solo le faltó un DVD con aquella actuación que retransmitió la televisión autonómica, aunque por más que lo peleó no le dieron luz verde.

El bicho ha matado al ‘campeón’. ¿Quién me va a llamar ahora ‘atleta’, con la somardería y el cariño que él lo hacía? Te echaré de menos, amigo. ¡Puñetero bicho!

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