notas costumbristas (32)

Ciordia, el último bohemio

Fue el más intransigente e insobornable de los poetas aragoneses, el último bohemio del Niké.

José Ignacio Ciordia
José Ignacio Ciordia
 

Fue el más intransigente e insobornable de los poetas aragoneses, el último bohemio del Niké. Ni siquiera acudió a la presentación de su propia 'Poesía Completa', que Ignacio Escuín Borao editó para la colección “Larumbe” en 2009. Había que tener muchos arrestos para dejar plantada a la editorial de la Universidad de Zaragoza, que acababa de apostar por incluir su poesía en el canon de las letras aragonesas. Luciano Gracia lo quería mucho y, como aspiraba a que yo también lo quisiera, me lo presentó un día de octubre de 1977. Pero fue difícil querer a Ignacio Ciordia: era escurridizo y ferozmente celoso de su intimidad. Solo cenamos juntos una noche, en casa de Emilio Gastón, y convencerlo para llevarlo hasta allí fue toda una odisea. Luciano había editado su primer poemario, 'Cafarnaum', en 1965, y Ciordia nunca se lo pagó. Y luego le editaría en su colección “Poemas” su segundo y último libro, 'Estuario', que esta vez le pagaron de su bolsillo Donato y José Antonio Labordeta, Emilio Gastón y el arquitecto Jesús Lizaranzu. Sus amigos del Niké le llamaban “el búho”, porque hablaba poco y se fijaba mucho, y porque, como nos dijo a Antonio Pérez Lasheras y a mí en una larga entrevista que le hicimos para la revista 'Rolde', “tengo un perfil muy peligroso, un perfil de pájaro, típico de esquizofrénicos”. Estuvo un par de años en la cárcel por haberse llevado un dinerillo del Servicio Nacional del Trigo, donde trabajó, y en Torrero coincidió y se hizo amigo de Jordi Pujol. Bebió mucho hasta 1972, pero luego cambió de vida y se hizo abstemio; y es el único caso que uno conoce de alguien a quien siempre mantuvo su propia criada, la tata Teresa. Se murió en diciembre de 2012, solo. Y solo estaba cuando Pérez Lasheras y yo subimos al tanatorio. Nadie lo velaba. Y me acordé de lo que Valle Inclán escribió a Rubén tras la muerte de Alejandro Sawa: “He llorado delante del muerto por él, por mí y por todos los pobres poetas”.

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