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Pradilla, el pincel aragonés que dirigió el Prado

El pintor de Villanueva de Gállego, el gran maestro de la luz de Aragón tras Goya, asumió entre
1896 y 1898 la máxima responsabilidad de la pinacoteca que este año celebra su bicentenario

Francisco Pradilla.
Uno de sus cuadros de ‘Doña Juana la Loca ante el cadáver de Felipe el Hermoso’, 1877, el tema que más le obsesionó y le inspiró en su carrera.
Pradilla/Museo del Prado.

Francisco Pradilla y Ortiz (Villanueva de Gállego, Zaragoza, 1848-Madrid, 1921) fue definido como «el segundo pintor de Aragón», tras Goya. Fue un pintor muy versátil que rivalizó en popularidad y prestigio con Joaquín Sorolla. Practicó todos los géneros: el retrato, la pintura de historia, estampas populares y costumbristas, paisajes, cuadros alegóricos y mitológicos próximos al simbolismo en ocasiones, aunque fue en la pintura histórica donde logró sus mayores éxitos y su maestría indiscutible. Fue un pincel refinado de ‘realismo ambiental’.

Tuvo una auténtica obsesión por la figura de Juana la Loca y la crónica de amor y muerte y enajenación de su relación con Felipe el Hermoso. Hizo al menos 11 cuadros, de gran formato, y varios de ellos figuran en las dependencias del Museo del Prado, centro que dirigió durante dos años escasos. Uno de ellos, ‘Doña Juana la Loca ante el sepulcro de su esposo, Felipe el Hermoso’  (1877) se exhibe en una de las salas del siglo XIX del Museo de Prado, que celebra el bicentenario de su fundación en 2019 y cuenta con 14 obras suyas: 13 óleos y una acuarela. Pradilla fue nombrado director de la pinacoteca nacional en 1896 y dimitió en 1898, harto de burocracia e incomprensión, en medio de hechos más o menos turbulentos, como el robo de un boceto de Murillo, que le provocó «una inquietud febril». Es el único pintor aragonés que llegó a director.

De Roma a Madrid

La experiencia para Francisco Pradilla y Ortiz, de carácter más bien retraído, no era nueva. En 1881 recibió una beca de pensionado en la Academia Española de Roma, que entonces dirigía el pintor José Casado del Alisal, al que no tardaría en sustituir. Para entonces ya había demostrado su valía con la obra ‘Doña Juana la Loca’, medalla de honor de la Exposición Nacional de 1878, y con ‘La rendición de Granada’, que le había encargado el Senado.

Francisco Pradilla.
'Autorretrato' del pintor araragonés, realizado en 1917.
Pradilla/Museo del Prado.

Se instaló en Roma y alternó su nuevo cargo con la apertura de un estudio, que era visitado por coleccionistas, marchantes y pintores. Atosigado por los quehaceres de despacho, a los ocho meses presentó su renuncia. Vivió diez años allí; sus pinturas de atmósferas de las Lagunas Pontinas de Terracina son impresionantes. Poco después se produjo la quiebra de la banca Villodas, donde tenía su dinero;lo perdió casi todo.

Aceptó su nuevo cargo en Madrid el 3 de febrero de 1896, y se trasladó a España. Primero viviría en el hotel París, pero luego adquiriría un palacio de estilo neo-árabe, en la esquina de la calle Quintana con el Paseo de Rosales, donde contó «con una amplia vivienda provista de distintas habitaciones y un pabellón que podía dedicar para estudio y jardín», tal como recordó su biógrafo Wifredo Rincón.

En el Prado, entonces Museo Nacional de Pintura y Escultura, no tuvo ni un instante de respiro. Se vivió un clima enrarecido y él acabó aislándose: volvió a agobiarle la burocracia, le disgustaron algunos técnicos que habían sido elegidos por recomendación, y a ello se sumaron otros problemas: la ya citada desaparición del boceto de Murillo (que se recuperaría años después), la indolencia ante la venta de los cuadros del duque de Osuna, que regalaría al Museo del Prado una gran obra de Francisco de Goya, etc. Los especialistas Juan Antonio Gaya Nuño y Alfonso Pérez Sánchez fueron bastante demoledores con él; el primero dijo que «era incapaz para el encargo»; el segundo, que carecía de «vocación museística».

La visión del aragonés Wifredo Rincón en su inmenso trabajo, ‘Francisco Pradilla’ (Aneto, 1999), es mucho más matizada y ha rastreado epistolarios y diversos testimonios. En una carta dirigida al pintor Hermenegildo Estevan, Pradilla decía que su adiós al Prado se debió a que el clima era de «un continuo pierde-tiempo» y «un sumillero de disgustos, porque entre unos y otros queda reducido el tal cargo a una especie de maestro de casa pobre y ruin».

Reconocía que, para no incurrir «en imperdonable irresponsabilidad», había «protestado en diversas comunicaciones» y finalmente presentó su dimisión «contra un sistema que compromete la seguridad de las obras», algo que denunciaría en 1911 su paisano Mariano de Cavia. A todo ello se sumó una dolencia reumática. Rincón recuerda sus actividades como la gestión de algunas donaciones y la participación en «la reagrupación de las Pinturas Negras de Goya».

La decepción y el adiós

Al pintor Juan José Gárate le diría en una epístola de 1903: «Y eso que por entonces, cuando tanta desventura y humillación llovía sobre la patria, me guardé de comunicar a nadie todo lo que sabía». Al ceramista Daniel Zuloaga le confesó: «El español está ya incapacitado para mejorar, aprender y escarmentar, que tengo un nudo en la garganta y la desvergüenza ajena me ahoga».

Su hijo Miguel lo evocó así en 1948: «No era mi padre el hombre adusto que en su tiempo creyeron. Yo no puedo recordarle sin que en tropel acudan a mi mente rasgos personales que a mi amor de hijo y a mi vocación de artista conmueven de manera profunda (...) Yo consideraba a mi padre como un dios, como un coloso al que nunca podría llegar (...) Sintió la inquietud artística en sus más amplias y gozosas vibraciones, con delectación de creyente y responsabilidad de predestinado»

Se retiró a trabajar a su estudio. Y llevó una vida secreta hasta su muerte en 1921.

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