El 'Yo acuso' patriótico de Alfonso Guerra

El exvicepresidente del gobierno (1982-1991) defiende la constitución.

Alfonso Guerra contesta a una pregunta en una entrevista reciente.
Alfonso Guerra contesta a una pregunta en una entrevista reciente.
Ángel Díaz/EFE

El 13 de enero de 1898, Emile Zola publicó su famoso artículo ‘Yo acuso’. Apareció en la primera página del diario ‘L’Aurore’ como una carta al presidente de la República. El escritor francés más conocido en ese momento denunció a varios ministros y a los tribunales por haber fabricado pruebas para condenar al capitán Dreyfus.

Hoy, 121 años después del famoso ‘J’accuse’, Alfonso Guerra publica un libro que también va dirigido al máximo representante del Poder Ejecutivo, esta vez de España, y a la clase política nacional y europea. Y el autor también se juega su cómoda poltrona en el Olimpo de los personajes célebres para levantar su dedo acusador con el objetivo de poner de relieve la tibieza de la reacción ante el "delirio" independentista catalán. Denuncia sin ambigüedades que, a diferencia de lo que ocurrió con otros grandes ataques a la ley que ampara a todos los españoles (el intento de golpe de Estado del 23-F y el terrorismo de ETA), ahora no se responde con firmeza y unidad: "La reiterada apelación al diálogo con los golpistas nacionalistas esconde una clara incompetencia, la negativa a comprometerse con una solución difícil pero necesaria para salvaguardar la democracia".

El que fuera vicepresidente del Gobierno entre 1982 y 1991 acusa a toda la izquierda y rechaza que traicione sus viejos principios para abrazar los del nacionalismo; y no solo por la tibieza del PSC, sino también por el juego de Podemos. Apela a la imprescindible labor pedagógica que debe tener todo político para denunciar la política de apaciguamiento con el bloque soberanista, "que nos conducirá directamente a una balcanización de España".

Derechos históricos

Su amplia experiencia como uno de los auténticos negociadores en la sombra de la Carta Magna y, después, como presidente de la Comisión constitucional del Congreso le sirven para analizar sus virtudes y sus defectos. En ese sentido, destaca como en 1978, para conseguir que el nacionalismo vasco (PNV) se sumase al consenso, se aceptó la disposición adicional primera, según la cual "la Constitución ampara y respeta los derechos históricos de los territorios forales". Confiesa su pesar por haber permitido esta gran desigualdad entre los españoles que ni siquiera consiguió la adhesión del PNV al consenso, que se inclinó finalmente por la abstención en el referéndum.

Alfonso Guerra, junto a Felipe González, encarna hoy el tarro de las esencias (incómodos jarrones chinos, dirán algunos) del socialismo español. En los años ochenta del pasado siglo, ellos fueron capaces de encabezar un proyecto progresista, modernizador y europeísta que, según la famosa expresión del propio Guerra, iba "a poner a España que no la va a conocer ni la madre que la parió". Pero ahora, coincidiendo con la crisis global de la socialdemocracia, el PSOE no solo sufre un desajuste ideológico coyuntural, sino que además está encabezado por un presidente del Gobierno que ha metido al partido en formol para que no le moleste él y a sus brujos demoscópicos.

El viejo socialista sevillano no habla explícitamente del PSOE, pero es inevitable pensar que también es objeto de su análisis cuando exige a los dirigentes políticos y a los líderes sociales una defensa firme de la Constitución y de España. Recurre a su admirado Norberto Bobbio para desarrollar una defensa numantina de la Constitución y echa mano también de Antonio Machado, Fernando de los Ríos o Joaquín Costa para enorgullecerse de España y explicar que la unidad del país no es otra cosa que la igualdad entre los españoles.

Alfonso Guerra acusa. Es consciente de que le van a llamar ‘facha’ por hacerlo. Evidencia así la misma valentía que movilizó a Zola en el caso Dreyfus. Por eso termina su alegato con el mismo tono apremiante que el del escritor francés: "Ha llegado el momento de que los progresistas se despojen de los prejuicios y proclamen su patriotismo".

No son pocos los intelectuales (Vargas Llosa, Savater, Habermas…) que apelan a no dejar el orgullo nacional en manos de la extrema derecha y a reivindicar el patriotismo civil, el que defiende la cohesión por los valores cívicos. Que Alfonso Guerra lo haga hoy de forma tan firme demuestra la gravedad del momento, con el auge de los populismos y los programas electorales basados en exigencias históricas. Los partidos liberales, de izquierda y de derecha, tienen que reivindicar un patriotismo constitucional que garantice una nación de ciudadanos libres e iguales.

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