Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Perder a los buenos, perder a los nuestros

Hay algo más triste que no tener científicos: perderlos.Y lo hacemos. Y lo hicimos. No aprendemos.

Carmen Calvo y Pedro Duque, en el acto de reparación a los siete académicos de la Real Academia de Ciencias represaliados.
Perder a los buenos, perder a los nuestros
EFE

El pasado 30 de enero, la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales rindió un tributo póstumo a siete científicos españoles que, por Orden Ministerial de 10 de mayo de 1941, fueron cesados en su condición de académicos de la Real Academia de Ciencias. Solo recientemente han sido rehabilitados por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Los siete científicos, Ignacio Bolívar Urrutia, Blas Cabrera Felipe, Honorato de Castro y Bonel, Pedro Carrasco Garrorena, Enrique Hauser y Neuburger, Emilio Herrera y Linares y Enrique Moles Ormella formaron parte de una excepcional generación de investigadores de la llamada "edad de plata" de la ciencia española.

En esa generación brillaba con luz propia la excepcional figura de un aragonés, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), que estudió Medicina en la Universidad Zaragoza, donde fue profesor auxiliar interino y donde inició una prestigiosa carrera que le llevaría a ser el científico más universal que ha dado la ciencia española. En 1906 recibió el Premio Nobel por sus aportaciones fundamentales al desarrollo de la teoría neuronal. Fue precisamente en 1906, al regresar Cajal de Estocolmo, cuando recibió la oferta de la cartera del Ministerio de Instrucción Pública, que finalmente no aceptó, pero su prestigio fue determinante para la creación, un año más tarde, de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, de la que fue el primer presidente hasta su muerte, en 1934.

Gracias a la gran labor de la Junta, en el primer tercio del siglo XX, se alcanzó un elevado nivel de investigación, especialmente en las áreas de biomedicina y ciencias físico-químicas. Ya no era sostenible aquella desafortunada tesis sobre la incapacidad del español en la ciencia, que algunos mantenían para explicar el atraso de la ciencia española. Se había creado un entramado de instituciones y laboratorios con científicos bien formados. Un buen ejemplo fue el Instituto de Física y Química que, dirigido por Blas Cabrera, realizó importantes aportaciones con un gran reconocimiento internacional especialmente en áreas como el magnetismo, la espectroscopia, la química física y la química orgánica, hasta tal punto que llamaron la atención de la Fundación Rockefeller. Charles Mendelhall, en 1926, escribía: "Encontré (en España) un pequeño grupo de entusiastas (…). No conozco institución alguna en Estados Unidos en la que se estén realizando tareas comparables en locales tan primitivos". La Fundación Rockefeller costeó la construcción de un nuevo edificio para el Instituto de Física y Química, inaugurado en 1932, donde destacaron especialmente las investigaciones de Cabrera, Moles y Palacios.

Sin duda, la Junta para Ampliación de Estudios produjo una profunda revitalización del horizonte intelectual y científico español y nuevamente todo parecía indicar que España estaba preparada para su incorporación definitiva a la ciencia de vanguardia. Lamentablemente la Guerra Civil abortó la llamada "edad de plata" de la ciencia española a la que tanto había contribuido la Junta para Ampliación de Estudios, y conllevó el exilio de un elevado número de científicos. Los siete académicos mencionados, Ignacio Bolívar Urrutia, Blas Cabrera Felipe, Honorato de Castro y Bonel, Pedro Carrasco Garrorena, Enrique Hauser y Neuburger, Emilio Herrera y Linares y Enrique Moles Ormella, fueron sancionados y todos ellos se exilaron siguiendo su carrera científica en varios países, con la excepción de Enrique Moles. Tras un breve exilio en Francia, Moles regresó a España en 1941 y fue encarcelado hasta 1945. Ni entonces, al salir de la cárcel, pudo reincorporarse a su cátedra de química inorgánica en Madrid. Por otro lado, Bolívar, Cabrera, de Castro y Carrasco continuaron sus actividades docentes e investigadoras en México y contribuyeron a elevar el nivel científico de este país, mientras España perdía un elevado número de profesionales competentes. México fue especialmente activa en la acogida de los científicos e intelectuales exiliados gracias a la labor desempeñada por la Casa de España, fundada por iniciativa del presidente mexicano Lázaro Cárdenas en agosto de 1938. España perdió, México ganó. Lo resumía así Ignacio Chávez, quien fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de México: "Todo ese esfuerzo que hizo España y al que debió, en el primer tercio del siglo, su rápida transformación en las ciencias y las humanidades, nosotros lo recogimos. Fuimos nosotros los beneficiarios. Quizá, de momento, España no supo todo lo que insensatamente perdía lanzando al destierro a lo mejor de sus intelectuales (…) España no podía sufrir una peor hemorragia. Nosotros, en cambio, sí nos dimos cuenta de lo que con ellos ganábamos". La Universidad Nacional Autónoma de México llegó a acoger a seis prestigiosos rectores de universidades españolas, Blas Cabrera, José Giral, José Gaos, José Puche, Jaume Serra y Pere Bosch Gimpera.

Más investigación

Por fortuna hemos podido recuperar el tiempo perdido y la ciencia española ocupa en la actualidad una posición muy digna en el contexto internacional, encontrándose en la décima posición. Parece razonable concluir que nuestro país ha alcanzado en los últimos decenios un desarrollo notorio en lo que se refiere a investigación científica académica, si bien algunos indicadores relacionados con la innovación, en su sentido más finalista, arrojan resultados sensiblemente inferiores. Por el momento, la recuperación económica española está dejando de lado la investigación y, aunque las inversiones en términos absolutos han iniciado un leve aumento, en términos de PIB, hemos pasado del 1,40% de 2010, al 1,20% de 2017, lejos del objetivo del 2% exigido por Europa para 2020. España convergió con la Unión Europea en el período 2000-2010, y divergió desde entonces, debido a una reducción notable de la intensidad inversora, que ha sido especialmente acusada en el sector público, mientras que la Unión Europea ha mantenido una trayectoria de crecimiento. Una consecuencia negativa de esta situación está siendo la emigración de varios miles de jóvenes científicos y tecnólogos españoles que están ocupando posiciones muy destacadas en universidades y empresas extranjeras. Son otros los países que están disfrutando nuestra inversión en jóvenes científicos muy cualificados. Estoy seguro que no volveremos a escuchar palabras similares a las pronunciadas por el rector Ignacio Chávez, pero debiéramos pensar si, al no apostar por una economía del conocimiento, no nos aboca a la peor de las hemorragias.

El esfuerzo hecho a lo largo de los últimos decenios no puede desaprovecharse. Por el contrario, deberíamos volver a hacer un esfuerzo en I+D anticíclico aplicando una política científica adecuada, que permita sacar a flote las fortalezas, que las hay, de nuestras universidades y de nuestro sistema de ciencia y tecnología, y pueda hacer posible el regreso de nuestros jóvenes científicos.

No los perdamos. Otra vez no.

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