El bailarín de Las Fuentes que aspira a la dirección artística de la Compañía Nacional de Danza

Coreógrafo y solista en los ballets de Basilea y de Zúrich, este zaragozano de 32 años es una de las figuras que opta a un cargo por que el que han pasado nombres tan universales como Víctor Ullate o María de Ávila.

Jorge García Pérez estirando
Jorge García Pérez estirando
Uta Grütter

Recuerda cómo lloró cuando con 17 años dejó el barrio de las Fuentes y se vio con todo su mundo metido en dos maletas, con todo por descubrir, con todo a sus pies, y sin saber si algún día regresaría, "pero mis lágrimas también eran de felicidad", dice. Bailarín, coreógrafo, profesor, a sus 32 años, Jorge García Pérez es una de las figuras que opta a la nueva dirección artística de la Compañía Nacional de Danza (CND), y que este 2019 arranca sus 40 años de historia. Un cargo por el que han pasado nombres tan universales y tan nuestros como Víctor Ullate o María de Ávila.

Bailarín principal del Ballet de Basilea, una de las compañías de ballet moderno más importantes del mundo, creó en 2016 ‘Carta Blanca’, donde experimenta todo lo que no puede en el mundo de lo clásico; donde se abre a la imaginación y da libertad a esa creatividad que se sirve de todo para expresar con el cuerpo. Con todo él a su servicio. "La creé como una plataforma para jóvenes artistas, que puedan bailar o hacer sus propias coreografías, para que puedan explorar y arriesgarse, cosa que no podemos hacer en un teatro porque quieren que bailes algo determinado. Funciona bien, hacemos giras y podemos traer a gente de fuera. Es un poco ‘free lance’, porque no puedo dedicarme a ella a tiempo completo". Algo de su extenso trabajo como coreógrafo pudimos verlo hace unos meses en una gala de ballet en el Teatro Principal de Zaragoza, "fue inolvidable. Imagínese, venir a tu ciudad, con tu trabajo..." Además, crea coreografías para diferentes compañías como el Bejart Ballet de Lausana, o el Ballet de la Ópera de Shanghái.

Formado por la exquisita destreza de Lola de Ávila, Jorge tiene una larga trayectoria como solista en dos de las compañías más importantes en Europa, el ballet de Zúrich y el de Basilea, donde ha formado su experiencia tanto en danza clásica como contemporánea, lo que le da una amplia visión sobre la dirección que debería llevar una compañía como la CND. Porque a este hombre inquieto, para quien el baile es su vida, que de niño bailaba en todas partes "en mi casa, en la calle. Iba al colegio bailando, no paraba de hacerlo", le gustaría poder "volver a España, porque dirigir es lo que llevo en la sangre, es lo que estoy haciendo ahora, aparte de bailar y coreografiar, y me gustaría seguir haciéndolo a una mayor escala. Y en mi país... Poder compartir y enseñar todo lo aprendido durante estos años, toda la experiencia que he recogido fuera de España. Sería un placer". "Se que podría llevar muy lejos internacionalmente a la CND, y si eso significa tener que dejar de bailar para poder enfocarme en dirigir y coreografiar, estoy dispuesto. Además, estando en la cumbre de mi carrera como bailarín entiendo todas las necesidades que un bailarín tiene, y juego con la ventaja de poder ayudar a crecer el nivel artístico de quienes integran la compañía".

Tiene claras las ideas sobre hacia dónde llevar a la CND, y su principal proyecto, si está al frente, es crear "una compañía versátil y con un repertorio de alta calidad con la que podamos representar a nuestro país de la manera adecuada, tanto en España como en el extranjero. Para ello cuento con el apoyo de muchos coreógrafos internacionales que han trabajado conmigo durante todos estos años y que formarían parte de las temporadas, si estuviera bajo la dirección artística". "Hay una base muy buena para poder proyectar la compañía no solo en España sino también fuera de ella. Hay que elegir de manera inteligente los programas, aunque no siempre viajen todos los bailarines  porque no  todos los teatros que invitan tienen un presupuesto para llevar a cincuenta bailarines, y eso no debería de ser un impedimento".

Acercar la danza

En un país que adora la danza, pero que, sin embargo, vive muy de espaldas a ella y se le da pocas oportunidades, apuesta por algo esencial, y es llevar la compañía por toda España, donde "aún es una desconocida para muchos. Creo que es un deber como CND visitar todas las regiones, ofreciendo la oportunidad y facilidad de ver a la que es ‘su’ compañía de danza en todos los teatros del país. Hay que trabajar por mantener vivo el ballet y el respeto hacia él, y para eso hay que llevarlo y hacerlo lo más accesible posible al gran público".

Habla con admiración de María de Ávila o de Nacho Duato, dos de los directores que ha tenido la CND y que la impregnaron de muy distintos universos, del más clásico al modero y contemporáneo. "Deberíamos crear tradición, que cada nuevo director artístico no deshaga todo el trabajo de los anteriores empezando de cero, sino que se siga la línea creada, donde se pueda tener una dirección a seguir y a partir de ahí corregir los errores que puedan haberse creado antes, mejorando para solo seguir hacia delante con firmeza y calidad". "Hoy en día, y con el desarrollo de la danza en el mundo, una compañía nacional debe cubrir tanto los estilos más clásicos y neoclásicos, como los más modernos. Tiene que ser adaptable, con bailarines amoldables y un nivel coreográfico impecable". "Se debe, por supuesto, seguir manteniendo una tradición de repertorio y estilo, como cualquier compañía nacional debería hacerlo. Pero también hay que crear dinámica y frescura en la imagen. Una imagen con peso, pero con una danza de hoy en día que atraiga a un público variado".

Inquieto y muy versátil, reconoce que le gusta el riesgo, equivocarse, caer y aprender de ello. Recuerda con cariño cómo fue difícil su vocación, con esa crueldad con la que a veces tratan los niños, "porque había quienes se metían conmigo, aunque supe generar distancia y no iba a cumpleaños, ni al cine, ni a comprar chucherías a la salida del colegio porque me iba a bailar, que era lo que quería"; porque nada en su entorno sabía de ese universo casi infinito del ballet, aunque todos apostaron por él, por su sueño. Empezó con apenas 9 años en el conservatorio en Zaragoza, "y el primer curso me hicieron repetir. A mis padres les llamaron para decirles que nunca iba a bailar, que no tenía ni aptitudes, ni condiciones y que me lo tomara como una extraescolar. Enterarme fue el primer gran dolor de mi vida. Recuerdo cómo me lo dijo mi madre en mi habitación, cómo no paraba de llorar, pero mi familia se empeñó en hacer realidad mi sueño. Somos siete hermanos y mis padres eran trabajadores que no sabían nada de este mundo y se esforzaron porque bailara, por buscar un futuro a mi pasión, sabiendo que iba a dejar un poco de lado mis estudios, que podría quedarme estancado en el camino. Alguien les habló de María de Ávila y mi madre me llevó allí. Fue ella quien les dijo que tenía talento y que el bailarín también se hace. Yo tenía 9 años y aún me dio unos dos o tres años clase, aunque quien me formó de verdad ha sido su hija Lola, Lola de Ávila".

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